El President Companys contempló
la multitud enfervorizada por sus palabras que llenaba la Plaza de la República
y, a punto de abandonar el balcón de la Generalitat, se giró y le susurró a
algunos de los que le acompañaban: “Ara ja no direu que no sóc prou
catalanista” (“'Ahora ya no podréis decir que no soy suficientemente
catalanista”).
Pasaban quince minutos de
las ocho de la tarde del seis de octubre de 1934 y acababa de proclamar la
independencia de Cataluña en un discurso que quedaría para la historia:
“Cataluña enarbola su bandera, llama a todos
al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la
Generalitat, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones
falseadas. En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el
Gobierno que presido asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama
el Estado Catalán de la República Federal Española”.
La plaza de la república (hoy de Sant Jaume en la tarde del 8 de cotubre de 1934 |
El
comentario final iba dedicado a los miembros más extremistas de Esquerra, los
mismos que le llamaban “pajaritu” porque lo consideraban un blando, demasiado
tibio en sus posturas catalanistas. Companys por fin había cedido a sus
presiones, pero para entender mejor la situación del momento habría que conocer
el contexto político en el que se había producido.
El
llamado Estatut de Núria no había colmado los deseos de buena parte del nacionalismo.
Tras ser refrendado por una abrumadora mayoría del pueblo catalán, la versión
final fue despojada de cualquier frase relacionada con la soberanía y se
encalló durante cuatro meses de debates estériles ante la frontal oposición de
los partidos conservadores, que consideraban que rebasaba las competencias de
la Constitución de 1931.
Las
elecciones de 1933 habían traído una mayoría absoluta de los partidos de
derechas, que frenaban todos los avances que se habían producido durante el
primer gobierno republicano de centro-izquierda, entre ellas la reforma
agraria. En abril del 34 el Parlament de
Catalunya aprobó la Ley de Contratos de Cultivo, que favorecía a los pequeños
propietarios. La Lliga Catalana, que representaba a los grandes terratenientes
y estaba englobada dentro de la CEDA, el principal partido conservador, solicitó
su inconstitucionalidad en base a una presunta invasión de las competencias del
Estado. Meses más tarde, el Tribunal de Garantías Constitucionales anuló dicha
ley por 13 votos a 10, sin que todos sus integrantes hubieran visto el caso,
provocando una grave crisis política que produjo el abandono de los diputados
de ERC de sus escaños en las Cortes.
Los miembros más extremistas
del nacionalismo catalán aprovecharon la situación para exacerbar la propaganda
independentista. Entre ellos se encontraba Josep Dencás, nacido en el seno de
una familia de farmacéuticos de Vic y uno de los principales dirigentes de
Estat Catalá, el ala más radical de ERC. Al frente de la Consellería de Gobernació, fue uno de los líderes de los escamots, la
organización paramilitar de sicarios y pistoleros que desplegó una actividad
extremadamente violenta contra los anarquistas, que fue criticada con dureza.
Al mismo tiempo se intensificó una campaña de discursos incendiarios que
tuvieron amplia acogida en la prensa, generando un cierto aire de histerismo a
favor de una revuelta. La entrada en el gobierno de tres ministros de la CEDA
fue la chispa que utilizaron los extremistas para encender la mecha.
Tras la proclamación de
independencia, Companys contactó con el máximo responsable del ejército en
Cataluña para pedir que se pusiera bajo su mando. El General Batet, un catalán
de ideas moderadas que había recibido órdenes estrictas del Gobierno de Madrid
para que actuara con toda la fuerza contra la sublevación, decidió actuar con
el mayor tacto posible. Su defensa de la legalidad le costaría años más tarde
la vida, ya que fue fusilado por orden de Franco al negarse a secundar el golpe
de estado del 18 de julio de 1939.
Batet, consciente de que manejaba la situación ya que los
miembros de la Guardia de Asalto habían permanecido fieles al Gobierno y sólo
unos centenares de ultranacionalistas estaban dispuestos a luchar, decidió que el tiempo jugara a su favor y evitara el
derramamiento de sangre. Dencás, al frente de 180 hombres, se hizo
fuerte en la
Comisaría de Orden Público de la Vía Layetana. Mientras, una compañía de
artillería tomaba la plaza de la República (que en actualidad es la de Sant
Jaume) informando a los mossos d’esquadra que tenían orden de tomar los
edificios oficiales, pero se mantuvieron expectantes.
Companys
se rindió a las seis de la mañana del día siguiente. El Estado Catalán sólo había durado diez horas y tras el fracaso
de una rebelión imposible todas las autoridades de la Generalitat fueron
detenidas, salvo el principal instigador: Josep Dencás, que en un acto de
cobardía por el que sería muy criticado, decidió huir por las alcantarillas
y a escondidas tomar un barco hacia la
Italia de Mussolini.
Mossos d'esquidra detenidos tras los hechos del 6 de Octubre |
"Los pueblos que
olvidan su historia están condenados a repetirla". Cicerón.
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