En ocasiones
encontramos sorpresas en los lugares más inesperados. Las mejores palabras
sobre creación literaria se encuentran escondidas en unas cartas de amor, las
275 que le escribió Flaubert a Louise Colet durante los nueve años en que
fueron amantes. Durante buena parte de ese tiempo, el novelista dedicó todos
sus esfuerzos a escribir Madame Bovary y reflejó en esa correspondencia el
enorme sufrimiento y placer que le representaba enfrentarse a la escritura.
Las confesiones que
iban remitidas a Louise han sido leídas por miles de lectores a lo largo de los
años. En ellas podemos ver los diferentes estados por los que pasa una relación
amorosa desde el entusiasmo inicial hasta las palabras amargas de las últimas
cartas, pero, junto a confesiones íntimas como el lugar preferido de sus besos “en
ese sitio que me gusta de tu piel, tan suave, en tu pecho, donde apoyo mi
corazón”, el verdadero
interés está en la pasión literaria que guardan.
Es en esa mezcla
extraña de sufrimiento y pasión donde un aprendiz de escritor puede entender
muchos de los códigos de la escritura y, sobre todo, el mejor lugar donde aprender
a combatir el desaliento.
“Antes mi pluma corría por el papel con rapidez; también
corre ahora, pero lo desgarra. No puedo escribir ni una frase, cambio de pluma
a cada minuto, pues no expreso nada de lo que quiero decir.”
“Al escribir este libro soy como un hombre que tocase el
piano con bolas de plomo en cada falange.”
“Estoy copiando, corrigiendo y tachando toda la primera
parte de Bovary. Me escuecen los ojos. Querría, de un solo vistazo, leer estas
ciento cincuenta y ocho páginas y abarcarlas con todos sus detalles en un único
pensamiento.”
Hay escritores que desarrollan
una enorme capacidad narrativa con una facilidad envidiable. Otros, en cambio,
se convierten en novelistas maravillosos gracias al empeño que ponen en ello,
no sin antes atravesar el enorme desierto de las dudas y el miedo.
“Y como no tengo la habilidad necesaria para procurarme
el éxito, ni genio para conquistar la gloria, me condené a escribir para mí
solo, para mi propia distracción personal, igual que se fuma y se monta a
caballo.”
“Hace falta una voluntad sobrehumana para escribir y sólo
soy un hombre.”
Durante los últimos meses,
he dedicado muchas horas perdidas a revisar una y otra vez los dos primeros
capítulos de mi novela. Después de pasarlos por muchos tamices, los textos
iniciales, que tanto me desagradaban, han ido tomando forma, pero ni siquiera
así acaban de convencerme. Distan aún mucho de alcanzar lo que pretendo. En
mitad de mis obsesiones, la lectura de la correspondencia de Flaubert ha
ejercido como un bálsamo. Si a él le costó tanto alcanzar ese estado de
satisfacción, he aprendido que sólo se
puede aplicar paciencia y tesón para resolver la falta de oficio.
“Tardé cinco días en escribir una página la semana
pasada, y para eso lo había dejado todo”.
“Cuantas más dificultades experimento para escribir, más
crece mi audacia (eso es lo que me preserva del pedantismo, en el que caería
sin duda).”
“¿Por qué, a medida que creo acercarme a los maestros, el
arte de escribir en sí me parece más
impracticable y me siento cada vez más asqueado de todo lo que produzco?”
“Hoy me ha sucedido lo que no me había ocurrido desde
hacía muchos años, y es el escribir toda una página en el día.”
“La Bovary no va
ligera: ¡dos páginas en una semana! A veces es como para romperse la crisma de
puro desánimo, si puede uno expresarse así. Ah, lo conseguiré, lo conseguiré,
pero será duro. Lo que resultará el libro, lo ignoro; pero respondo que se
escribirá, salvo que esté completamente equivocado, cosa que es posible.”
“Ahora estoy devorado por una necesidad de metamorfosis.
Querría escribir todo lo que veo no tal como es, sino transfigurado. La
narración exacta del hecho real más magnífico me resultaría imposible. Aún
tendría que bordarlo.”
“En cuanto a la Bovary, imposible siquiera el pensar en
ella. He de estar en mi casa para escribir. Mi libertad de espíritu depende de
mil circunstancias accesorias, muy miserables, pero muy importantes.”
“Mi Bovary está
tirada a cordel, abotonada, encorsetada y atada hasta estrangularla. Los poetas
son dichosos; en un soneto, uno se alivia. Pero los desgraciados prosistas como
yo se ven obligados a interiorizarlo todo.”
Y es que, a lo largo
de esas cartas, podemos aprender grandes lecciones sobre las principales
dificultades que tiene el oficio de escribir. Contienen magníficos consejos
sobre el estilo…
“Hay que leer, meditar mucho, pensar siempre en el estilo
y escribir lo menos posible, sólo para calmar la irritación de la idea que
exige tomar forma, y que se revuelve en nuestro interior hasta que le hemos
encontrado una exacta, precisa, adecuada a ella misma.”
“Todo el talento de escribir no consiste, después de
todo, más que en la elección de las palabras. La precisión es la que hace la
fuerza. En el estilo es como en música: lo más hermoso y lo más raro que hay es
la pureza del sonido.”
“La Bovary sigue
renqueando, pero por fin avanza. De aquí a quince días espero haber dado un
gran paso. He releído mucho de ella. Su estilo es desigual y demasiado
metódico. Se ven demasiado las tuercas que aprietan las tablas de la carena.
Habrá que darle holgura. Pero ¿cómo? ¡Qué perro oficio!”
“He pasado dos días execrables, el sábado y ayer. Me ha
sido imposible escribir ni una línea. Es imposible saber lo que he jurado, el
papel que he estropeado y cuánto he pataleado de rabia. Tenía que hacer un
párrafo psicológico-nervioso de los más sutiles, y me perdía continuamente en
las metáforas, en vez de precisar los hechos. Este libro, que no es más que
estilo, tiene como continuo peligro el propio estilo. La frase me embriaga, y
pierdo de vista la idea.”
Sobre cómo escribir
diálogos…
¡Dios, como me
fastidia mi Bovary! A veces llego a la convicción de que es imposible escribir
Tengo que hacer un diálogo entre mi mujercita y un cura, diálogo chabacano y
tosco, y como el fondo es vulgar, tanto más limpio ha de ser el lenguaje. Me
faltan la idea y las palabras. No tengo más que el sentimiento!
¡Cómo me fastidia mi
Bovary! Sin embargo, empiezo a apañarme un poco con ella. ¡Nunca en mi vida he
escrito algo más difícil que lo que hago ahora, diálogos triviales! Esta escena
de la posada a lo mejor me va a exigir tres meses, no lo sé. A veces me entran
ganas de llorar, hasta tal punto siento mi impotencia. Pero antes reventaré
sobre esta escena que escamotearla. He de situar a la vez en la misma
conversación a cinco o seis personajes (que hablan), a otros varios (de los que
se habla), el lugar donde están, toda la región, haciendo descripciones físicas
de personas y objetos, y mostrar en medio de todo eso a un señor y una señora
que empiezan (por coincidencia de gustos) a prendarse un poco uno del otro. ¡Y aún
si tuviera espacio! Pero todo eso ha de ser rápido sin resultar seco, y
desarrollado sin ser prolijo, guardándome a la vez para más adelante
O la construcción de los personajes…
“Por eso me cuesta tanto escribir ese libro. Necesito
grandes esfuerzos para imaginarme a mis personajes, y luego para hacerles
hablar, ya que me repugnan profundamente. Pero cuando escribo algo de mis
entrañas, va aprisa. No obstante, ahí está el peligro. Cuando se escribe algo
de uno mismo, la frase puede ser buena a ráfagas (y las mentalidades líricas
consiguen fácilmente el efecto, siguiendo su inclinación natural), pero falta
el conjunto, abundan las repeticiones, las redundancias, los lugares comunes,
las locuciones banales. Cuando se escribe, al contrario, una cosa imaginada,
como entonces todo debe dimanar de la concepción, y como la más pequeña coma
depende del plan general, la atención se bifurca. A la vez, es preciso no
perder de vista el horizonte, y mirar a los pies de uno. El detalle es atroz,
sobre todo cuando uno ama el detalle, como yo. Las perlas componen el collar,
pero es el hilo el que lo hace.”
“Desde las dos de la tarde (salvo unos veinticinco
minutos para cenar) escribo Bovary, estoy en su polvo, de lleno, en la mitad;
sudan y tienen un nudo en la garganta. Éste es uno de los raros días de mi vida
que he pasado en la ilusión, completamente, de cabo a rabo. Esta tarde, a las
seis, en el momento en que escribía «ataque de nervios», estaba tan excitado,
gritaba tan fuerte y sentía tan hondamente lo que experimentaba mi mujercita,
que he temido sufrir uno yo mismo. Me he levantado de la mesa y he abierto la
ventana para calmarme. La cabeza me daba vueltas. Ahora tengo grandes dolores
en la espalda, en las rodillas y en la cabeza. Estoy como un hombre que ha
jodido demasiado (perdón por la expresión), es decir, en una especie de
agotamiento lleno de embriaguez. Y ya que estoy en el amor, es justo que no me
duerma sin enviarte una caricia, un beso y todos los pensamientos que me
quedan. ¿Saldrá bien? No lo sé (me estoy dando algo de prisa, para mostrar a
Bouilhet un conjunto, cuando venga). Lo que es seguro es que desde hace ocho
días esto avanza rápido. Que siga así, pues estoy cansado de mis lentitudes.
¡Pero temo el despertar, las desilusiones de las páginas copiadas de nuevo! No
importa; bien o mal, es algo delicioso el escribir, el no ser ya uno mismo,
sino el circular en medio de toda la creación de laque uno habla. Hoy por
ejemplo, hombre y mujer simultáneamente, amante y querida a la vez, me he
paseado a caballo por un bosque en una tarde de otoño, bajo hojas amarillas, y
yo era los caballos, las hojas, el viento, las palabras que se decían y el sol
rojo que hacía entrecerrarse sus párpados anegados de amor. ¿Es orgullo o
piedad, es el necio desbordamiento de una satisfacción exagerada de sí mismo, o
bien un instinto religioso vago y noble?”
“He reanudado la Bovary. Desde el lunes van cinco páginas
más o menos hechas; más o menos es la expresión, pues hay que volver a
trabajarlas. ¡Qué difícil! Temo mucho que mis comicios sean demasiado largos.
Es un punto duro. Ahí tengo a todos los personajes de mi libro en acción y en
diálogo, mezclados unos con otros, y por encima un gran paisaje que los
envuelve. Pero si lo logro será muy sinfónico.”
Y la obsesión por el
método…
“Aunque nunca conté con hacer algo bueno al respecto, más
vale no escribir nada que ponerse a la obra mal preparado.”
“Todas las dificultades que se experimentan al escribir
proceden de la falta de orden.”
“Otros detalles que serían más llamativos ahí. Voy a hacerlo
todo rápidamente, y a proceder por grandes esbozos de conjunto sucesivos; a
fuerza de volver sobre ellos, quizá todo se apretará. La frase en sí me es muy
penosa. ¡Tengo que hacer hablar, en estilo escrito, a gentes de lo más vulgar,
y la corrección del lenguaje quita a la expresión todo pintoresquismo!”
·La Bovary vuelve
a funcionar. […] Aguardo una segunda
lectura para estar convencido de que me hallo en el buen camino. No obstante,
no debo de estar lejos. Estos comicios ya me exigirán otras seis buenas semanas
(un mes largo después de mi regreso de París). Pero apenas tengo ya más que
dificultades de ejecución. Luego habrá que rescribirlo todo, pues es un estilo
un poco descuidado. Varios párrafos tendrán que rehacerse, y otros borrarse.
¡Así, me habrá costado desde el mes de julio hasta fines de noviembre escribir
una escena! ¡Y aún, si me divirtiese! Pero este libro, por bien logrado que
pueda quedar, no me gustará nunca. Ahora que lo entiendo bien en todo su
conjunto, me asquea. Qué le vamos a hacer, habrá sido una buena escuela. Habré
aprendido a hacer diálogos y retratos. ¡Escribiré otros! El placer de la
crítica tiene también su encanto, y si un defecto que se descubre en la obra os
hace concebir una belleza superior, ¿no es en sí misma, esta única concepción,
un deleite, casi una sorpresa?”
Sabemos lo que
Flaubert le contaba en sus cartas a Louise Colet, pero no lo que ella le
respondía, ya que la sobrina del escritor destruyó esas cartas que al parecer
herían su sensibilidad.
Después de leerlas
estoy convencido que el Dios de los escritores existe y se llama Flaubert.
Conocer su sufrimiento a la hora de escribir me ha ayudado a entender y aceptar
el mío.