16 enero, 2012

Los sueños del calígrafo


“La literatura es un ajuste de cuentas con la vida, porque la vida no suele ser como la esperábamos”.

Leí esa declaración de Juan Marsé en una entrevista que le hicieron unos meses atrás, mientras yo acababa de leer su última novela, Caligrafía de los sueños, en los primeros días el año. El inicio de la misma me asaltó una tarde, creo recordar de primavera, mientras conducía. En uno de esos programas radiofónicos sobre libros, siempre breves, recomendaban obras leyendo algunos de sus párrafos.

“Torrente de las Flores. Siempre pensó que una calle con este nombre jamás podría albergar ninguna tragedia. Desde lo alto de la Travesera de Dalt inicia una fuerte pendiente que se va atenuando hasta morir en la Travesera de Gracia, tiene cuarenta y seis esquinas, una anchura de siete metros y medio, edificios de escasa altura y tres tabernas. En verano, durante los días perfumados de fiesta mayor, adormecida bajo un techo ornamental de tiras de papel de seda y guirnaldas multicolores, la calle alberga un grato rumor de cañaveral mecido por la brisa y una luz submarina y ondulante, como de otro mundo. En las noches sofocantes, después de la cena, la calle es una prolongación del hogar.”

De esa manera tan maravillosa sonaba el comienzo de la novela. Algunas nos atrapan desde la primera línea y ya no nos dejan. Si nos paramos a recordar, son muchas menos de las que pensamos. Pero cuando a vemos Vicky Mir tendida en los railes de una línea muerta del tranvía intentando un suicidio imposible ya quedamos para siempre atrapados con la historia.

La lectura de esos primeros capítulos coincidió con la publicación de las típicas listas que confeccionan los medios en un intento de inventariar los que consideran los mejores libros del año que acababa. En bastantes de ellas aparecía Caligrafía de los sueños junto a los repetidos por todas: Roth, Marías, McEwan, Franzen o Houellebecq. No suelo estar del todo de acuerdo con eso tipo de listas, pero la última novela de Marsé me parece magnífica. La maestría de su escritura está fuera de toda duda. Admiro su dominio del tiempo verbal en la narración. Aunque comienza en pasado, advirtiendo al lector, al inicio del segundo párrafo, que “Todo esto sucedió hace muchos años, cuando la ciudad era menos verosímil que ahora, pero más real”, nos sumerge de inmediato en el presente con el objetivo de que podamos presenciar, como un testigo más, la parodia del suicidio. La escena acaba con el final del primer capítulo cuando vemos a la señora Mir entrando en la taberna Rosales, espacio desde donde nos van a contar buena parte de la historia. Pero, aunque hace muchos años que entró por esa puerta, Marsé gira el tiempo al futuro para contarnos que “No hay que ser adivino para saber que la señora Mir pedirá en la barra una copita de coñac y un vasito de sifón del que apenas probará un sorbo”.

Sigo leyendo la entrevista y Marsé declara que nunca escribe sus libros a partir de ideas sino de imágenes. Caligrafía de los sueños está llena de ellas y son mágicas, pese a supurar una realidad llena de tristeza. Podemos ver la hierba que crece en la vía muerta de Torrente de las flores, “el húmedo entramado de una bungavilla empapada” bajo el que Ringo, el protagonista adolescente descubre por primera vez un cuerpo de mujer entre las piernas maravillosas de la no demasiado guapa Violeta Mir, a la que, sólo unas páginas, antes hemos visto bajar la calle del brazo de su madre camino del baile del domingo. También podemos ver el bordado rojo del yugo y las flechas moviéndose como una araña por la camisa azul del maestro, en la escena en la que Ringo empieza a descubrir que nada es como parece y él es un hijo adoptado. Y oler la mezcla de linimentos y humedades cuando las manos de la señora Mir masajean la espalda del muchacho o la mezcolanza a sudor rancio, polvos de talco, vinazo y cochambre que encuentra en su primera visita al Barrio Chino, plagado de burdeles y tascas baratas donde el piso está lleno de serrín y cabezas de gambas.

“Me interesan las emociones y los sentimientos, trabajo con ellos y no con ideas porque éstas son lo primero que se pudre en una novela” sigo leyendo en la entrevista. Yo no podría estar más de acuerdo. No distingo entre géneros, esas etiquetas (histórica, negra…) con las que tratan de clasificar a las novelas. Pienso que hay sólo dos tipos: las que llegan por la vía directa al corazón del lector y las que ni siquiera consiguen rozarlo. Es a través de las emociones de los personajes como el lector se identifica con ellos y se sumerge en la trama y Caligrafía de los sueños está repleta de personajes memorables, de derrotados por la guerra y la realidad de los días grises que tratan de encontrar en la fantasía una victoria imposible. Tan imposibles como pueden serlo un pianista de nueve dedos o un futbolista cojo. Marsé  comenta que ésta es su novela más autobiográfica. El protagonista, que se hacer llamar Ringo como el personaje de John Wayne en La diligencia, es un adolescente que despierta a la vida y en el que podemos encontrar muchos caracteres de la biografía del escritor: un joven del barrio de Gracia que descubre que es adoptado y que, mientras trabaja como aprendiz en una joyería, sueña con ser pianista o escritor. A través de él, de sus aventis, esos relatos orales donde los personajes de las novelas y las películas se mezclan con los de carne y hueso, vamos entrando en ese mundo de fantasía que trata de ajustar cuentas con la vida y escapar de la grisura de los primeros años de la postguerra. Vamos viendo las escenas de las películas e incluso leyendo los libros por los que siente devoción –Hemingway, Zweig entre otros- sin ni siquiera decirlo. Yo también acompañé al imbécil señor Macomber cuando trataba de cazar al león en las sabanas de África.

En esa realidad se mezclan pasado y presente y nada es lo que parece. Ni siquiera su padre, el presunto matarratas que siempre persigue las ratas azules -las más peligrosas que Ringo nunca logra ver- y que bajo su corazón anarquista se esconde un contrabandista, un luchador que se niega a rendirse ante una dictadura que se desarrolla “en el culo del mundo”. Pero de entre todos los personajes destaca la señora Mir, la cuarentona sanadora, viuda en vida de un falangista exdivisionario, de rodillas rechonchas, zapatillas de raso con borlas no muy limpias, que aplaca con sus friegas los ardores diversos y ocupa el centro de los chismorreos del barrio.


Una buena novela debe tener un buen final y Caligrafía de lo sueños lo tiene. Marsé nos conduce a lo largo de la historia dando saltos en el tiempo entre presente y pasado con la intención de contarnos los detalles en el momento más indicado y se reserva uno para el final. Aunque va dejando migas de pan que el lector descubrirá ya tarde, nos entrega en los últimos párrafos la revelación de todas esas pistas sobre la que pasamos de puntillas, porque el autor nos lleva a donde pretende para que descubramos de su mano el contenido de una carta de revuela durante buena parte de la novela.

Marsé que nació en el universo de los condenados aprendices de nada, convirtió en realidad los sueños del calígrafo adolescente para convertirse en uno de los mejores escritores catalanes de todos los tiempos. La cantidad de premios recibidos (Biblioteca Breve, Planeta, dos veces el de la Critica, Nacional de Narrativa, Cervantes entre otros) así lo atestigua. Pese a ello, los medios de comunicación y los cenáculos culturales catalanes, que pecan con demasiada frecuencia de un nacionalismo provinciano, no le dan la importancia que se merece. Comparte con Barral, Gil de Biedma, Mendoza, Goytisolo un pecado: haber escrito en castellano. Yo creo que está muy por encima de otros a los que ensalza sin tanto mérito. Yo al menos daría un dedo meñique por escribir la mitad de bien que lo hace Marsé.


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