En
la exposición La maleta mejicana las fotos de Chim, Capa y Taro se solapan, se
funden para crear una perspectiva histórica del momento. Durante un tiempo,
Taro y Capa incluso firmaron de forma conjunta sus imágenes y, en un primer
instante, cuesta distinguir, hasta que no se lee el pie de fotos de los textos
de la exposición, quien es su autor. Pero, pasados unos minutos, la mirada
empieza a advertir el sello personal que las diferencia. Mientras Chim y sobre
todo Capa retratan la guerra, los soldados que avanzan, que se preparan para el
combate, que descansan, Taro vas mostrando cada vez más interés por el
sufrimiento en la retaguardia, por las personas que tratan de sobrevivir en la cotidianeidad
del conflicto.
Taro
y Capa llegaron a Barcelona en agosto de 1.936, tan sólo un mes más tarde del
inicio de la contienda. Más tarde se trasladan a Madrid, donde toman los
primeros negativos, que luego se guardarían en “la maleta mejicana”. Vemos las
ruinas de la capital en mitad del invierno, los edificios destruidos por los
bombardeos, las calles vacías, llenas de escombros, por las que apenas caminan
algunas siluetas que recogen leña en mitad del desastre, Días después, Gerda se
fija en los soldados republicanos del frente del Jarama después de la batalla,
hombres que miran a la cámara, que en su mirada expresan el cansancio de la
lucha y el frío de la sierra. Luego viaja hasta Valencia y allí se centra en el
reclutamiento del nuevo Ejército Popular. Tras la caída de Málaga y la
posterior desbandada republicana, el gobierno ha impulsado importantes cambios,
las milicias tan llenas de valentía e idealismo como carentes de disciplina, se
han mostrado incapaces para ganar la guerra. A través de la cámara de Taro
vemos tropas que se alinean en la plaza de toros con sus uniformes nuevos,
recién estrenados, que tratan de recordarnos al formalismo de los soviéticos,
pero los rostros serios, marcados, acaban distendiéndose, comiendo bocadillos
sentados en las graderías de la plaza. Durante los días posteriores fotografía
la vida cotidiana de la ciudad y le dedica una serie de negativos a La
Pasionaria, pero no vemos a la líder vehemente de los mítines, sino a una mujer
enlutada, distendida que charla con dos amigos. Tras viajar al frente de
Córdoba, donde es testigo del movimiento de las tropas, regresa a Valencia. La
ciudad está abarrotada de refugiados que han huido de otros lugares y los
fascistas bombardean sin piedad a la población civil. Se centra entonces en el
sufrimiento de la gente desde una cercanía que emociona, que no deja
indiferente. De las penumbras del interior de la morgue aparecen los cuerpos
ensangrentados de mujeres y niños, inmóviles sobre el frío mármol blanco,
rostros de cadáveres que sacuden las conciencias. Pero las imágenes más
inquietantes la consigue en el exterior, apilado junto a una reja, un gentío,
formado en su mayoría por mujeres, espera. Sus rostros inquietos, nerviosos,
ansían saber si son algunos de sus seres queridos los que están dentro, en el
depósito de cadáveres. La cámara se va acercando a la multitud y, rodeada de
otras caras, vemos a una mujer morena que se gira y nos está mirando. En sus
ojos se ve la angustia de todo un país.
Las
idas y venidas desde Valencia, donde está la sede provisional del gobierno, y
el frente de Córdoba se suceden. Vemos a los campesinos y a los soldados
anónimos que siegan los campos, tratando de que la vida continúe a pesar de las
batallas. También retrata a los escritores famosos que asisten al Congreso
Internacional por la defensa de la cultura, André Malraux, Tristan Tzara, Ilya
Ehrenburg. Se traslada luego a Madrid y para ella posan Rafael Alberti y María
Teresa León, también rostros que miran al cielo buscando los bombarderos.
A
principios de verano, el ejército republicano trata de reducir la asfixiante
presión del enemigo sobre Madrid y lanza una ofensiva en Brunete, a una
treintena de kilómetros de la capital. Gerda va hasta allí en diversas
ocasiones. Tras unos días en Paris, regresa de inmediato, pero en sólo unas
semanas la situación ha cambiado y el contrataque nacional provoca la huida de
los soldados republicanos. Vemos sus muecas de dolor,
retirados en camillas. Taro sigue la acción desde muy cerca, tanto que le
ocasiona la muerte. Un avión enemigo en vuelo rasante descargó su metralla,
provocando retirada desordenada en la que un tanque golpeó el coche donde ella
viajab. Tomaba fotos desde el estribo y cayó,
la oruga del carro de combate le pasó por encima. Horas más tarde, el 25
de Julio, moría en un hospital de campaña cercano a El Escorial. Su brillante
carrera como fotoperiodista se truncaba de repente a los pocos meses de haberse
iniciado, pero sus fotos quedaban para siempre.
Robert Capa recogió sus
negativos y, después de la guerra, los guardó en tres cajas, junto a sus suyos
y a los de Chim. Confundidos entre ellos aparecen las fotos que le había tomado
a su amada mientras dormía, de las que hablé en la entrada anterior de este
blog, y las fotos que un amigo común, Stein, le había tomado en París antes de
la guerra. En ellas Gerda aparece sonriente, rodeada de amigos, bromeando.
Vemos a una mujer joven, alegre, muy atractiva que fuma o escribe a máquina,
que le dedica a la cámara una mirada seductora. Para Capa debían tener un gran
significado emocional, por eso quiso guardarlas junto al resto de negativos que
habían tomado en España, quería salvarlos antes de que los nazis entraran en
París. Ocho décadas después Gerda sigue mirándonos, seduciéndonos. Su historia,
sus fotografías, su fama quedaron eclipsadas, olvidadas, hasta que hace apenas
unos años fue redescubierta y conocimos a la fotógrafa audaz, valiente.
Capa
decía que si una foto no es buena es porque no estabas suficientemente cerca.
Las de Gerda son magníficas porque supo acercarse como nadie al interior de los
que sufren en la retaguardia y a los que oyen el sonido de las balas en el
frente de batalla. La última serie que nos dejó se inicia con escenas
tranquilas en las que se ven árboles, un grupo de caballería que cruza un río,
luego las imágenes se vuelven borrosas, se aprecian soldados corriendo, y
varios negativos de un camión en llamas en mitad de un ataque, la serie acaba
ahí. Durante años los cazadores de tesoros han rastreado los campos de Brunete
con detectores de metales buscando la Leica perdida de Taro, la que tal vez
contenga sus últimas fotos antes de que cayera del vehículo. Las que vi en una
exposición hace unos días estuvieron pérdidas durante más de setenta años,
quizá en el futuro aparezcan mas fotos de la fotógrafa que no tuvo miedo a
estar muy cerca para enseñarnos el sufrimiento de la guerra.
dormidasenelcajondelolvido by José María Velasco is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 España License.
No hay comentarios:
Publicar un comentario