15 noviembre, 2011

Dos años más tarde


La luz brillante de la tarde de octubre se refleja en los campos, se vuelve intensa, dorada, conforme se acerca la puesta de sol. El paisaje desfila a gran velocidad en la ventanilla del tren que me lleva al sur. Se van sucediendo las huertas, los campos yermos, los encinares, las llanuras donde ya no está el cereal y la primera oscuridad de la noche refleja mi cara en el cristal. Detrás un paisaje, ya borroso, empieza a confundirse con la anochecida. Dos octubres más tarde regreso de nuevo. Esta vez no voy a que me expliquen las historias que quiero contar en mi novela, pero los recuerdos empiezan a apelotonarse. Dos años después vuelvo cargado de personajes cuyas vidas fueron desenredándose por sorpresa sin apenas darme cuenta y que fui tomando de prestado, de forma apresurada, en este blog.

Y regresa María, la abuela que no confesó ni frente a un pelotón de fusilamiento y pagó por ello con la cárcel. Y Antonia, su madre, que lo abandonó todo por casarse con un hombre pobre, veinte años mayor, del que se había enamorado. También su abuelo Antonio, el teniente que volvió enfermó de la Guerra de Cuba, el que varias décadas antes se alistó para luchar en la tercera Guerra Carlista para buscar el bienestar de su familia. Y veo a mi madre, cruzando con apenas seis años toda la ciudad de Granada después de que la guardia civil detuviera a la suya entre golpes y patadas. Y a su hermana Resu, con la que compartió aquel tiempo oscuro de internados, adoctrinamiento y hambre. Y a sus tíos Ángeles, Pepe y Concha que, huyendo de la muerte, se la encontraron de cerca en mitad de una desbandada. Y al hermano de éstos, Paco que fusilaron frente a la tapia del cementerio un día antes de que cumpliera veinte años. Y a su padre Pepe, el gañán que le hablaba a los animales y que aquella mañana le llevó una olla de potaje de col que ya nunca llegaría a probar. Y regresa José, mi abuelo casi desconocido por la distancia, que se echó al monte cuando acabó la guerra y luego, en los momentos más difíciles, no supo ser tan valiente ni tan digno. Y los Quero, aquella banda de hermanos que se negaban a rendirse tras la derrota.

También vuelve el teniente de ingenieros, insensible al sufrimiento de la mujer embarazada de seis meses a la que interroga. Y el falangista que se pasea orgulloso por su pueblo después de haberlo sembrado de muerte. Y el enérgico teniente coronel de artillería que tomó la radio de Granada la noche del “glorioso” alzamiento y juzgó a unos pobres desgraciados que no podían defenderse, cuyo único delito era ser las mujeres, los hermanos, las madres de los que han huido a la sierra. Y el general que duda si sumarse al golpe de estado y cuando lo hace es ya tarde para salvar la vida. Y el director de la prisión que frente a las presas alineadas en el patio les dice no es un Ángel, ni un Caballero pero que de León tiene hasta el rabo y que con él van a aprender lo que es la disciplina. Y a la subdirectora, perteneciente a la Sección Femenina, donde le inculcaron los valores del odio, los que un psiquiatra, amigo de los nazis, trata de justificar y un periodista -rencoroso como también lo será su nieto, futuro presidente de un gobierno muy de derechas- tratará de explicar.

Y Arthur, el periodista húngaro que la noche antes de que entrara un enemigo salvaje decidió quedarse en Málaga porque no quería seguir huyendo. Y Sir Peter, el zoólogo británico que le dio cobijo y luego le salvó la vida. Y un fascista, famoso por alquilar el avión con el que se inicio la maldita guerra, que quería matarlo. Y Elisabeta, la rusa idealista que vino para ayudar a la República como traductora y cogió el fusil aquel día que un avión enemigo ametralló a unos niños sobre el asfalto de una carretera repleta de gente que huía. Y un periodista deportivo, reconvertido en corresponsal de guerra, que seguía las noticas a un centenar de kilómetros de distancia. Y su admirado general, que cada noche vomitaba por la radio sus palabras de odio. Y Norman, el médico canadiense que salvó tantas vidas en aquella carretera sembrada de muerte y su ayudante, que pudo fotografiar ese horror y contarnos lo que vio con sus ojos asustados.

Y regresan los versos del poeta que fusilaron en un barranco por decir que la burguesía de Granada era la peor de España. Y su amigo, al que él llamaba el socialista de guante blanco, el ministro republicano que murió exiliado en Nueva York, la ciudad que nunca duerme, el congresista que dio voz, por primera vez en ese estrado, a los pobres del Barranco del Abogado, que querían al menos mandar en su propia hambre. Y Juan, el Presidente que se niega a rendirse por mucho que la derrota sea evidente en los sótanos del castillo donde se reúne con lo que queda de su gobierno. Y a Francesc, otro Presidente que quiso descalzarse frente al pelotón de fusilamiento para pisar su tierra en el momento de la muerte. Y a un independentista cobarde que pretendió llevarle la contraria mientras vivía alejado de las bombas y del sufrimiento de su pueblo. Y a Manuel, un periodista pequeño burgués de corazón republicano, que supo describir como nadie a los extremistas de la guerra y murió de soledad en su exilio de Londres. Y a Gerda la fotógrafa que quiso estar tan cerca que murió bajo un tanque en retirada. Y a Robert, su colega, amante y amigo que guardó sus fotos en una caja que estuvo perdida durante más de setenta años y que cambió el fotoperiodismo para siempre. Y a Antonio, el poeta que murió de tristeza, al poco de cruzar la frontera, recordando una patria que ya no existía, los días azules de su infancia.

Y me conmociona el valor de los antiguos combatiente republicanos, que después de malvivir durante meses en un campo de concentración, abandonaron aquella playa maldita para combatir de nuevo al fascismo con una valentía encomiable, que les llevó a ser los primeros en entrar en París con aquellos tanques que llevaban escritas los nombres de pueblos y ciudades españolas con letras blancas. Y a Stefan, el austríaco sensible que huyó de los nazis y acabó suicidándose cuando pensaba que el mundo no se libraría del yugo de los asesinos. Y a Primo, el judío italiano que tuvo el valor de contarnos el horror del que había sobrevivido tras cruzar toda Europa para regresar a su casa

Vuelve el recuerdo del director de un periódico republicano que murió desangrado en los primeros días de la guerra, después de que un culatazo le incrustara los cristales de sus gafas. Y del coronel cobarde que no supo dirigir sus tropas en mitad de la desbandada. Y del general que murió en la primera línea de combate contra los carlistas; del almirante que, tras intentar evitar sin éxito el suicidio de su flota, se puso al frente de la misma y de otro general muy cruel que inventó los campos de concentración y los llenó de mambises.

Y me vienen a la mente las palabras del periodista inglés, que se alistó en unas milicias troskistas, sin saber ni siquiera cuáles eran sus ideales, porque tenía muy claro que defendiendo a la República defendía al mundo de la amenaza del fascismo.

Un montón de personajes se confunden en la ventanilla del tren mientras la noche cerrada oscurece los campos y sólo se desvanece cuando el vagón pasa a toda velocidad por alguna estación donde nadie espera. Decenas de sufrimientos, de pasiones, de luchas se desvanecen cuando la brisa tibia, casi cálida, de una Málaga otoñal me da la bienvenida.


2 comentarios:

  1. Preciosa evocación. Supongo que es tu novela, todo un universos jodido, muy jodido, pues está tan trillado que te va a resultar difícil decir algo nuevo.
    Avísame cuando aparezca para seguirle el rastro.
    Mucho éxito.

    AG

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  2. La novela y el blog llevan vidas paralelas, pero separadas. En el segundo trato de volcar historias y personajes que no me caben en la novela, aunque siempre se me acabe colando algo de ella. Siempre hay caminos nuevos y muchos, lo difícil es saber encontrarlos. Creo que aún se tienen que escribir muchas novelas magníficas en las que, de alguna manera u otra, aparezca el paisaje de la Guerra Civil. Desde la Iliada hay temas que se repiten a lo largo de los siglos y que siguen funcionando

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