Quiero finalizar el
itinerario, que inicié días atrás por los escenarios de mi novela, en el lugar
más sorprendente, el más imprevisto. A menudo el azar nos presta una ayuda
inestimable que no esperamos. Lo he podido ir descubriendo en la investigación
histórica que me ayuda a dar cuerpo a mi novela. Un conjunto de pequeñas
casualidades me fueron desplegando una historia maravillosa, parcialmente
inesperada cuando empecé a tirar del hilo que me llevó a un gran ovillo de
personajes que se cruzan.
El azar volvió a ayudarme
cuando visitaba las tapias del cementerio de Granada (ver entrada del día 25 de
agosto). Mientras miraba los olivares cercanos, se acercó un hombre, de barba
blanca y brazos dibujados por tatuajes antiguos. Vestía unas botas, camiseta y
pantalones de aire militar. El recelo inicial dio paso a una conversación
reveladora sobre una cueva que, según nos contaba, fue el refugio más secreto y
más escondido de los hermanos Quero. El hombre, antiguo guarda forestal, nos
explicó que, en sus jornadas de vigilancia para la prevención de incendios,
había pernoctado muchas veces en ella. Un viejo pastor conocido por Antonio,
“el de los pelúos”, le confesó, hace ya varias décadas, que hasta allí les
llevaba víveres a los guerrilleros.
A la tarde siguiente
iniciamos una excursión con el objetivo de encontrarla. En los momentos de
mayor peligro, cuando la guardia civil les amenazaba de cerca, los guerrilleros
abandonaban sus refugios en el Barranco del Abogado y se internaban, a través
del Llano de la Perdiz, por los caminos de la sierra, buscando lugares más
recónditos donde ponerse a salvo.
Al norte de Cenes de la
Vega, un pueblo que cruza la carretera de sube hasta Sierra Nevada, se
encuentra el Canal de los Franceses, un conducto que suministra agua a Granada.
Fue construido a finales del siglo XIX por orden de un rico industrial francés que
había adquirido la concesión que le permitía la explotación de la riqueza
aurífera de la zona. La existencia de oro estaba ya documentada en el siglo I
a. C. por Plinio el Viejo, que nos habla de las minas que explotaban allí los
romanos. No podemos olvidar que el río Darro, que pasa muy cerca, se llamaba
Dauro, derivado de Dat Aurum “el que da oro”. El canal se construyó con el
objetivo de llevar el cauce del río de Aguas Blancas con el que diluir las
tierras rojizas que encerraban las diminutas láminas doradas. La fiebre del oro
se extinguió hace mucho tiempo, pero la obra continua en pie y, durante un buen
trecho, acompaña el camino a la cueva.
Un centenar de metros más
abajo se encuentran las ruinas de Jesús del Valle, un enorme cortijo levantado
por los jesuitas en el siglo XVI, entre los cerros de San Miguel y Los Pinos,
al noreste de los montes de la Alhambra. El edificio se encuentra en un
lamentable estado de abandono, pero guarda un gran valor histórico, ya que es
uno de los mejores ejemplos de explotación agrícola y ganadera realizado por la
Compañía de Jesús. Al parecer, una gran compañía constructora de Granada ha
venido especulando con él durante los últimos años con la intención de convertirlo en un hotel de
lujo.
La hacienda-cortijo de Jesús del Valle |
El camino se interna entre
quejigos, encinas y pinares, serpentea la colina que se levanta a su izquierda.
Los montes cercanos dibujan largas líneas de olivos y a los lejos de perfilan
las cumbres de la sierra. El atardecer de agosto olía a romero y a tomillo.
Tras una caminata en la que cargamos con mi hija de seis años, estábamos a
punto de abandonar la búsqueda y volver sobre nuestros pasos. Sólo la tozudez y
el empeño de mi primo Pepe Enguix permitieron que alcanzáramos nuestro
objetivo. Cuando todas las sendas se perdieron en el interior de los arbustos,
él decidió seguir adelante y, apenas a un centenar de metros, encontró no sólo
la cueva, sino también a Paco Rodríguez, al viejo guarda que nos había indicado
cómo encontrarla y que duerme en ella algunas noches.
Escondida
entre la maleza, en un paraje conocido como la Umbría de la Viña, aparece
la entrada. Se observan los restos que aún dibujan el vano de la antigua puerta
construida en el muro, hoy derruido, que la cerraba, dejando apenas un hueco destinado
a la salida de humos. En su interior, acondicionados en varios niveles,
aparecen las superficies donde se ubicaban las camas. El hueco es pequeño y
apenas podía albergar a cuatro o cinco personas. Tenían otro escondite cercano
donde dejaban los caballos.
Entrada a la cueva |
Desconozco si mi abuelo
durmió en el refugio alguna noche. La partida de guerrilleros alternaba los
refugios entre sus acciones constantes. Quizás allí se escondieron los Quero
después de los trágicos hechos ocurridos en el Barranco del Abogado en la
madrugada del 23 de febrero de 1.942, que he contado en varias ocasiones en
este blog. No sé si mi abuela María conocía el lugar, por el que los guardias
civiles le preguntaron durante horas de tortura en el Cuartel de las Palmas. La
pista de mi abuelo se pierde después de aquella madrugada. Según algunos
testimonios orales, pidió ayuda a un viejo amigo falangista, que lo puso en un
tren, al parecer con destino a Alicante.
Después de la derrota, la cárcel y el riesgo continuo, abandonó sus actividades
guerrilleras, también a su mujer, encarcelada
por haberle ayudado, y a sus dos hijas de seis y cuatro años. La tercera
nacería en la cárcel dos meses después.
En el interior de la cueva cabían varias personas |
Mi abuela María, mi abuelo
José nunca contaron lo que pasó, sólo algunos detalles ambiguos. Ambos murieron
cuando yo era un niño y hoy tengo decenas de preguntas sin respuestas, pero sus
historias no dormirán en el cajón del olvido.
Nota.- Quiero manifestar mi
agradecimiento a Paco Rodríguez por su amabilidad y por facilitarnos las
indicaciones que nos permitieron encontrar la cueva. También a mi primo Pepe
Enguix, no sólo por su empeño en localizarla, sino también por su compañía a lo
largo de los tres días que nos llevó este itinerario por los escenarios que
cobrarán vida en la novela, pero que, sobre todo, forman parte de la historia
de nuestra familia.
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