Yo pude verlo con mis ojos el sábado pasado. Caminaba a atardecer con mi mujer y mi hija por los alrededores de Plaza Catalunya cuando la policía la emprendió con un joven “con pinta antisistema” al inicio de Las Ramblas. Mi mujer se indignó de forma inmediata. Yo traté de permanecer racionalmente neutral: “No sabes lo que ha sucedido. Tal vez tenga justificación el comportamiento de ese policía”. Pero sólo dos minutos más tarde estaba tan indignado como ella. Pese a la actitud tranquila del joven, un policía con aire chulesco “A mi tu no me tocas los cojones” comenzó a agarrarle por la camiseta y, con una llave, seguramente aprendida en la academia, maniató al chaval. Yo lo vi de cerca, cuando trataba de tranquilizar al perro que, suelto de correas, trataba de proteger a su dueño que estaba siendo agredido. A su lado una chica lloraba histérica por lo que estaban haciendo con su amigo, mientras era ninguneada por otros agentes que no oían “no puedes tratarlo así, también tiene derechos”. De seguida aparecieron una docena de guardias y, poco después, un coche donde fue metido por la fuerza el joven. Aún desconozco el delito que motivó su detención, pero en los ojos de los policías vi una cosa muy clara: cualquier ciudadano puede recibir un golpe de porra de un policía nervioso que no sabe hacer su trabajo.
Hace unas semanas los chic@s del 15M caían simpáticos. Desde ayer, muchos han inventado más argumentos para atacarles. Yo no comparto muchas cosas con ellos. No me gustan las asambleas porque creo que son más manipulables de lo que parecen y porque, en ocasiones, su idealismo utópico no siempre encuentra los caminos adecuados. Odio la violencia y a los violentos que campan a sus anchas en las reuniones de masas, ya sea la celebración de un título deportivo o una manifestación sindical. Pero todo se derrumba cuando pierdo la confianza en los pilares de nuestra democracia. Ahora que les llueven los palos a los indignados yo si quiero salir en su defensa. Entiendo que cada vez haya más gente que deserta de la política porque no creen en los políticos que no les representan, que sólo saben seguir el dictado de los fondos de inversión, de los bancos, de la parte siniestra de la globalización que no son elegidos por los ciudadanos. Como también entiendo a los que, después de décadas de sufrir la dictadura, siguen creyendo en un ideal: la opinión se expresa en las urnas. Yo no hice caso a los que pidieron no votar. Yo fui a hacerlo, entre otros motivos porque mi nombre aparecía al final de la lista de uno de esos minoritarios partidos progresistas, que sólo tienen sentido en el ámbito municipal y que, a veces, resultan tan simpáticos como inútiles por falta de los apoyos necesarios. Y digo “progresista” porque creo que no todos los “de izquierdas” lo son. De los “de derechas” mejor ni hablo.
El sábado pasado cuando vi la boca ensangrentada del joven y la actitud chulesca del policía, una rabia enorme se quedó dentro de mi cuerpo. Sencillamente aquello me fastidió una tarde que podía haber sido muy agradable. Entonces me prometí a mí mismo que no me iba a dejar engañar por lo que sólo dijeran unos medios de comunicación, siempre fieles a sus intereses políticos.