En la quietud de las paredes grises, desconchadas, la espera es breve. La puerta vuelve a abrirse y Roque entra con sus botas, sus correajes y su camisa azul arremangada, uniformado para continuar con la tortura. Aún lleva el olor del cigarro, que se mezcla ahora con el sudor de toda la noche, impregnando el aire del pequeño cuartucho con un hedor de amenaza. Coloca la pistola sobre la mesa como quien manda un último aviso y nuevamente comienza a golpearla con la rabia de quien lleva tres días sin conseguir su propósito.
Ni si quiera el amago de fusilamiento hizo que hablara. No se rindió ante el pelotón que la apuntaba amenazándola con hacerle perder lo poco que le quedaba. No entiende de dónde saca las fuerzas para resistir su silencio, con su marido huido y apartada de sus hijas, debería haberse desmoronado desde el primer momento y haberle contado algo hace ya tiempo. Necesita información que le lleve a alguna parte, que destruya, de una vez por todas, la resistencia de los que se esconden por los barrancos, de aquellos que no quieren enterarse que han perdido la guerra y alargan su lucha inútilmente. A Roque le desespera ese mutismo. Le cansa que, en el último momento, siempre se le escapen por los tejados y las alcantarillas, que el rumor de sus acciones vaya extendiéndose por toda Granada y su osadía esté convirtiéndose en una afrenta. El enemigo está vencido y no puede tener héroes. No soportó esa actitud durante el conflicto y menos ahora que la gloriosa victoria los ha puesto a todos en su sitio.
La calma tensa sólo ha sido un preludio para descargar nuevamente su furor brutal sobre su cara. Vuelve su sofoco, su cara enrojecida por la impotencia, la sangre que se sube por el cuello mientras no deja de golpearla con desprecio. Su víctima no entiende el odio que ve en sus ojos, el motivo de esa sed de venganza, el dolor que siente en su cuerpo por culpa de su cólera enfebrecida. No quiere que otros compartan su suerte, bastante tienen con tratar de sacar adelante a sus familias después de la derrota, con enmudecer su humillación y su tristeza. Los que le han obligado a callar durante los tres últimos años, ahora quieren que hable, que confiese los nombres de otros para que también sufran su venganza.
Roque se impacienta. Pregunta, golpea, grita, pero el interrogatorio está yendo hacia un callejón sin salida y, después de tantas horas, se le están acabando las opciones, siente como si su debilidad la hiciera más fuerte y eso le indigna por encima de todas las cosas. No comprende cómo esa mujer, embarazada de tres meses, le está ganando la partida.
Mi abuela María fue detenida en Noviembre de 1.941 estando embarazada de tres meses. En la ficha aparece como profesión “su sexo”, como si una mujer no pudiera hacer otra cosa que las labores domésticas de su casa. La causa contra ella la inició el teniente José Matamoros Mora el 24 de Febrero de 1.942. Su número es la 525 del legajo 820. Fue torturada. El 14 de abril de ese año nacía mi tía en la prisión de Granada. Su hija estuvo con ella hasta Octubre de 1.943 que fue cuando cumplió los 18 meses de vida. Poco antes de esa fecha, mi abuela preguntó por su sentencia, la respuesta que recibió fue condena de muerte. Fue una mentira y un signo más de tortura. En realidad fue sentenciada, con otras diez personas, el 27 de Enero de 1.944 a 10 años de prisión por ser cómplice de huidos a la sierra. Su marido había colaborado en alguna medida con los hermanos Quero, ejemplo de maquis, antes de que los maquis existieran en España (pero esa es otra larga historia). Fue indultada el 29 de Noviembre de 1.947. Ella es la verdadera protagonista y la mayor heroina de la novela que estoy preparando. Quiero agradecer a Juan Hidalgo Cámara, que sin conocerme de nada, me ha facilitado su ayuda para obtener esta información.
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