Hace una semana visité el cabo Machichaco, azotado por los fuertes vientos y lluvias de la borrasca Ciarán. En la punta más septentrional del país descubrí una de las historias más maravillosas de la Guerra Civil. En aquellas aguas embravecidas había tenido lugar una batalla naval en la que hubo heroísmo y cobardía por ambos bandos, una de esas historias que tanto me gustan y que no he podido resistirme a explicar en este blog que llevaba tanto tiempo abandonado.
Tenemos que situarnos a principios de marzo de 1937 en un País Vasco dividido. La línea del frente estaba situada a la altura de Ondárroa, quedando buena parte de la provincia de Guipúzcoa en manos de los golpistas, mientras Vizcaya aún permanecía en territorio republicano. Las dudas de los nacionalistas vascos al comienzo de la guerra sobre la posición a tomar quedan reflejadas de forma magnífica por Ramiro Pinilla en Las cenizas del hierro, la tercera parte de su trilogía Verdes valles, colinas rojas, la novela que me acompaña durante este viaje.
El PNV mostró una postura tibia durante los primeros meses. Los nacionalistas navarros y alaveses incluso se posicionaron a favor del bando rebelde. Quizás se vieron obligados por el triunfo del golpe de estado en sus territorios, pero tampoco se puede obviar que compartían con ellos ideas católicas y conservadoras. Tras la aprobación del Estatuto y el nombramiento del lehendakari Aguirre a principios de octubre de 1936, éste creó el Euzko Gudarostea, el ejército vasco al servicio de la República.
El bando nacional tenía superioridad naval y algunos de los buques que permanecían fieles a la República estaban al mando de oficiales que simpatizaban con los sublevados y se encargaron de sabotearlos. Es el caso del destructor José Luis Díez, que aparece en la novela de Pinilla como “Pepe el del puerto”, el nombre que usaban con sorna porque, con la excusa de permanentes averías, siempre estaba atracado. Ante esa situación, Aguirre creó la Marina de Guerra Auxiliar de Euzkadi.
Para ello, incautó barcos de pesca pertenecientes a la empresa PYSBE (Pesquerías y Secaderos de Bacalao de España), con sede en Pasajes. A esos pesqueros de arrastre les llamaban bous. Sus tripulantes, marinos mercantes y pescadores, estaban acostumbrados a pasar meses faenando en las peligrosas aguas de Terranova y Groenlandia para regresar dos veces al año a los puertos vascos con las bodegas repletas de bacalao salado. Eran hombres que,a pesar de no tener ninguna formación militar, iban a tener sobradas ocasiones de demostrar su valentía. Los barcos fueron armados de forma precaria con dos pequeñas piezas de artillería Vickers de 101 mm a proa y popa. A los marinos que los mandaban les dieron el rango de teniente de navío para que pudieran tener a todos los efectos el estatus de barco de guerra, aunque distaban mucho de poder serlo.
La flotilla de bacaladeros realizó varias misiones exitosas durante sus primeros meses de actividad, especialmente de escolta a barcos mercantes en la ruta de Bayona a Bilbao, pero donde pudieron demostrar su heroicidad fue en la Batalla del Cabo Machichaco.
Al alba del 4 de marzo los bous Gipuzkoa, Bizkaia, Nabara y Donostia zarparon de Portugalete. Su misión era escoltar al mercante Galdames, que llevaba dos meses en Bayona esperando una oportunidad para transportar 173 pasajeros y tres toneladas de monedas acuñadas para el Gobierno Vasco. El destructor José Luis Díez debía zarpar previamente para ayudarles en su misión de protección al convoy.
El mercante Galdames |
A las ocho de la noche se encontraron con el Galdames en el lugar concertado, unas millas al nordeste del puerto de Bayona. El Nabara y el Donostia se posicionaron a estribor mientras los otros dos lo hacían a babor. El destructor republicano que debía ayudarles no apareció. En ese momento el tiempo era aún apacible y tenían previsto llegar a su destino al mediodía siguiente, pero se levantó marejadilla de nordeste que rápidamente evolucionó a fuerte marejada. A medianoche la borrasca arreció, evolucionando a mar muy gruesa. El viento de poniente y las intensas lluvias obligaron a la flotilla a ralentizar su avance. Como debían navegar en silencio, con las radios y luces apagadas, se fueron dispersando a lo largo de la madrugada. Con las primeras luces de la mañana el Gipuzkoa y el Bizkaia, que habían mantenido el rumbo previsto, se encontraban a unas 28 millas al nordeste del Cabo Machichaco. En ese momento se dieron cuenta de que habían perdido el contacto con el resto del convoy e iniciaron su búsqueda: el primero continuó navegando por la derrota indicada hacia el oeste, mientras el segundo regresó hacia el este.
Pasada la una de la tarde y navegando unas 20 millas al norte de la costa vizcaína se abrió un claro entre los chubascos por donde divisaron al crucero Canarias. El navío más potente de los golpistas, repleto de cañones y con más de un millar de tripulantes, había llegado una semana antes al puerto de El Ferrol para arreglar unas pequeñas averías. Una vez arregladas, recibió la orden de peinar el Cantábrico para detener a los mercantes que intentaban aprovisionar a la República. En el momento del encuentro escoltaba al Yorkbrook, un buque de bandera estonia que había interceptado a la altura de Santander unas horas antes.
El crucero Canarias |
El capitán del Bizkaia encendió entonces la radio para dar la alarma al resto de los barcos y, como dejó escrito en el parte de campaña, “tocó zafarrancho de combate, ordenando a la máquina forzar al máximo, reforzando la guardia de fogoneros y el resto de la tripulación cada uno en sus puestos, con toda la artillería preparada”.
El Canarias aumentó la velocidad hasta la máxima de 30 nudos acercándose al Gipuzkoa que fue el primero al que había divisado, pero cuando ya lo tenía a distancia de tiro, todos quedaron sorprendidos por la ausencia de disparos -desconocían que en ese momento el crucero enemigo trataba de reglar sus baterías de mayor calibre-. El bacaladero puso proa hacia el puerto de Bilbao a toda máquina, pero media hora más tarde ya se encontraba al alcance de las baterías de mediano calibre que abrieron fuego.
El Gipuzkoa no se amilanó y respondió con sus dos baterías. Unos minutos más tarde recibió un impacto en el cañón de proa que causó la muerte de dos artilleros y varios heridos. A pesar de su inferioridad no dejó de disparar su pequeño cañón de popa, llegando a alcanzar al enemigo y a ocasionarle incluso una baja. Una salva del Canarias barrió entonces el puente de mando provocando nuevas bajas. Otro impacto hizo estallar una caja de granadas provocando un gran incendio. Pese a la desesperación del momento y cuando la tripulación esperaba ya lo peor, el comandante republicano, Manuel Galdós, herido y con la cara completamente ensangrentada, gobernó el timón de popa y condujo el barco hasta la altura de las baterías costeras de Punta Galea y Punta Lucero, que comenzaron a disparar contra el Canarias, incluso antes de tenerlo a tiro. Goliat no había podido derrotar a David y se vio obligado a retirarse. El Gipuzkoa, incendiado y con serias averías, pudo alcanzar el puerto de Portugalete una hora más tarde.
El Gipuzkoa incendiado entra en Portugalete. David Cobb |
Mientras se producía este enfrentamiento, el Bizkaia había aprovechado la situación para liberar al mercante estonio Yorkbrook y entrar con él en el puerto de Bermeo. El destructor José Luis Díez -el famoso Pepe el del puerto- recibió por radio la orden de auxiliar a sus compañeros, pero con el pretexto del mal tiempo y de una falsa avería, tomó rumbo norte y sus mandos acabaron aprovechando la situación para desertar.
El Bizkaia custodiando al Yorkbrook. David Coob |
Sobre las dos de la tarde el Canarias se alejó de la costa navegando hacia el norte y veinte minutos más tarde avistó al resto del convoy, a los que se le habían añadido dos pesqueros de arrastre. El crucero se acercó a 25 nudos al Galdames y le ordenó parar. Éste no obedeció y recibió varios disparos a estribor que causaron la muerte de una mujer, tres niños y varios heridos, logrando así inmovilizar al mercante; momento que aprovecharon los pesqueros para escapar, incluido el Guipuzkoa, el más pequeño de los bous y el que estaba peor armado.
El Nabara estaba al mando de Enrique Moreno Plaza, un murciano de La Unión de 30 años, que decidió enfrentarse en una lucha desigual -no olvidemos que se trataba de un pesquero contra el barco más potente de la flota nacional, que multiplicaba por diez su peso- y comenzó a disparar alcanzando la amura de babor y algunas antenas del Canarias. El comandante de éste, Salvador Moreno, dejó reflejado en el parte de campaña que pasados diez minutos de las dos de la tarde dió orden de batirlo con toda su artillería cuando se encontraba a 7000 metros de distancia.
El Nabara |
La metralla produjo en el Nabara la primera baja y, poco después, el puente fue alcanzado por un impacto que mató al timonel y dejó malherido al segundo oficial. Durante más de una hora el bacaladero mantuvo el combate zigzagueando, escondiéndose del fuego enemigo entre las altas olas que provocaba la fuerte marejada del oeste. Su capitán y parte de la tripulación, conscientes de su desesperada situación, habían jurado luchar hasta la muerte y estaban dispuestos a hundirse con su barco antes de entregarse a un enemigo dispuesto a fusilarlos.
El Nabara alcanzado. David Cobb |
Su valentía queda reflejada incluso en el parte de campaña que escribió el comandante del Canarias:“el bacaladero, cubierto por la mar a ratos, se defendía alternando constantemente su rumbo sin temor a que se estrechase con exceso la distancia para obtener mejor partido posible de sus dos cañones bastante bien dirigidos y manejados”.
La sala de máquinas del Nabara fue alcanzada por un disparo, matando a todos los maquinistas que subieron al puente con sus cuerpos ardiendo entre las llamas. El barco estaba sin gobierno a merced del enemigo. El cocinero desesperado por los efectos del alcohol retaba a los marinos del Canarias con un puñal entre los labios. Pasaban de las seis y la oscuridad de la noche avanzaba rápido. Con todo ya perdido, más de una veintena de hombres, cinco de ellos heridos, cortaron las amarras de los dos botes salvavidas y se lanzaron a un mar embravecido.
El Donostia intenta ayudar a sus compañeros de Nabara. David Cobb |
El Donostia, ignorando el peligro que suponía la cercana presencia del Canarias, se acercó a recoger a sus compañeros, pero éstos les dijeron que se pusieran a salvo. Mientras el crucero fascista recogía a los primeros náufragos se produjo una enorme explosión en el Nabara que se hundió con rapidez. Su comandante, Enrique Moreno Plaza, el primer oficial, Ambrosio Sarasola y los 31 compañeros que habían muerto en combate se hundieron con su barco. Lo hicieron con la bandera tricolor republicana alzada en el pico de popa y la ikurriña vasca en el bauprés de proa. Moreno llevaba solo tres meses casado y murió sin saber que su viuda estaba embarazada.
Enrique Moreno Plaza |
Los supervivientes fueron llevados al Canarias. Estaban empapados. El capitán del crucero les dijo que no temieran, a lo que el tercer oficial del Navara, le respondió que temblaban de frío, pero no de miedo. Luego fueron encarcelados y juzgados en San Sebastián. A los guipuzcoanos los condenaron a muerte, por estar su provincia bajo dominio nacional, y a los vizcaínos a 30 años de prisión. Tras la caída de Bilbao, fueron juzgados de nuevo y condenados también a la pena capital.
No obstante la historia les tenía reservado un inesperado giro: el capitán de corbeta Manuel de Calderón, director de tiro del crucero Canarias, fue nombrado asesor naval de Franco. Impresionado por la valentía de los hombres contra los que había luchado, intercedió en varias ocasiones ante el dictador. No paró hasta que éste, harto de las peticiones, les concediera el indulto. Calderón fue personalmente a la cárcel a liberarles el 30 de noviembre de 1938 y, según se cuenta, invitarles a chipirones.
La relación de esos hombres con su salvador se alargó durante décadas. Manuel Calderón les protegió durante los años más duros y peligrosos de la posguerra, les ayudó a conseguir trabajo a pesar de sus antecedentes políticos, facilitó que el segundo oficial, que había perdido toda su documentación en el hundimiento del Nabara, obtuviera el título de piloto primero y de capitán más tarde. Llegó incluso a avalar a uno de los marineros para que le concedieran un préstamo bancario. Cuando murió en 1979 no tenía hijos, pero era padrino de 39 descendientes de los hombres que habían sobrevivido a la batalla del Cabo Machichaco.
Manuel Calderón, segundo oficial del Canarias y Pedro de la Hoz superviviente del Nabara |
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