13 enero, 2015

Espuelas de papel

La lectura es un estado de ánimo, depende del contexto del lector en un momento concreto. Hace diez años compré Espuelas de papel, la novela de Olga Merino, comencé a leerla y, ahora desconozco el motivo –fue un tiempo de mudanzas, de cambios, de llegadas…-, acabé abandonándola. Durante todo ese tiempo, ha permanecido en los estantes donde se mezclan los libros disfrutados con los que no fraguaron, hasta que lo re descubrí hace unos días para rescatarlo del purgatorio.



A menudo los críticos sesudos ensalzan a un tipo de novelista presuntamente intelectual, que aborda los grandes temas de la humanidad con historias aburridas, grises, tan elevadas como faltas de humanidad. Esos mismos críticos y lectores sibaritas endosan a veces calificativos demoledores. Hay uno de ellos que me llama la atención: costumbrista, porque viene cargado de connotaciones negativas que huelen a kistch, a folclore.

Durante años el realismo no estuvo bien visto por los novelistas que se sentían modernos o por los críticos de vaticinan la muerte de la novela. Había que ser innovador, plantear estructuras complejas, nuevas formas de contar, encontrar puntos de vista diferentes, narradores audaces…Pamplinas. Yo siempre preferiré el realismo de Delibes o de Marsé, por citar a algunos de sus maestros.

Lo que funciona es una buena historia, unos personajes que nos hagan sentirla y un estilo que nos resulte envolvente para que nos acompañe durante el camino. Espuelas de papel me cuenta una historia doblemente cercana: la de los emigrantes andaluces en Cataluña, la de los derrotados por la guerra. Y lo hace a través de un puñado de personajes por los que me resulta inevitable sentir una enorme empatía: Juana, la joven protagonista que abandona el futuro miserable de su pueblo andaluz para buscar nuevas oportunidades en la Barcelona hostil de postguerra; o su padre que, a lo largo de la novela, nos repite que se hizo fascista por un plato de pijotas sin poder engañar al lector, ni pretenderlo, porque desde el principio es evidente que su historia, oscura y triste, encierra otras verdades, de represión y miedo. Y es que todos los personajes las esconden y nos las van desvelando con el paso de las páginas: la viuda Monterde, en cuya casa entra a servir la protagonista, malvive del tráfico de joyas con pasado turbio; Liberto el maestro relojero tullido, derrotado, cuyo nombre ya perfila su antiguo anarquismo, o esa maravillosa Chachachica, que, sin pertenecer a la familia, se convierte en su pilar, a pesar de tener “el alma y los huesos de viento solano y cristales”. Quizás el único que no la esconde es un personaje real, el capitán Díaz Criado, el carnicero que lideró y ejecutó la cruel represión franquista en Sevilla durante los primeros días de la guerra, un auténtico hijo de puta que no necesita máscara.
Uno de los aciertos de Espuelas de papel es la gestión del tiempo narrativo: pasado y presente se funden en un vaivén que dosifica la trama, develando las medias mentiras, los indicios, un pasado doloroso que todos tratan de esconder sin demasiado éxito en ese “limo del recuerdo”, porque como dice su autora “los años han pulido la piedra pómez de la memoria”.

Ahora que algunos novelistas buscan un estilo impersonal, aséptico y frío para contar los hechos, agradezco a los orfebres de las palabras su empeño en buscar la belleza del estilo, esas imágenes maravillosas que llenan esta novela de poesía, como “los cantos afilados de las pesadillas”.

De entre todas ellas me quedo con la descripción de la vida en una de aquellas corralas, que tan bien conozco a través de las propia narraciones de mi familia: “Toda la existencia de la casa de vecinos parecía impregnada de una pátina de alegría que no lograba asfixiar por completo la tristeza muda, la estrechez, la promiscuidad, el aliento fétido y pegajoso de la pobreza”

O con esta terrible descripción: “a finales de aquel julio tórrido de mil novecientos treinta y seis, Sevilla era la boca podrida del infierno”.


He tardado una década en admirar Espuelas de papel. Olga Merino es, además de escritora y periodista, profesora en la Escola d’Escriptors de Barcelona, donde aprendí durante tres años. Es una pena no haber coincidido con ella en un aula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario