Ayer, mientras conducía
hacia una reunión de trabajo, la radio anunciaba que se volvía a reponer Cinema
Paradiso en cien salas de nuestro país para celebrar los 25 años de su estreno.
El equipo de Gemma Nierga volvió a estar atento a ese tipo de noticias que
suelen pasar desapercibidas para los demás, pero que interesan una minoría no
tan pequeña. Fue una pena que el tratamiento de la misma quedara en los labios
de esos tertulianos que se extienden por las emisoras como un virus, humoristas
de chiste fácil que presumen sin rubor de su ignorancia y lo único que ponen de
manifiesto es su estupidez.
¡Cómo pasa el tiempo! fue lo
primero que me vino a la mente. En estos 25 años desde que la vi de estreno en
un cine de Barcelona, he vuelto a ver la película muchas veces hasta convertirse
en una de mis favoritas. No sé si ha envejecido bien y probablemente los
críticos busquen razones para discutirlo, pero a mí me sigue pareciendo una
historia maravillosa.
“La literatura es un lujo;
la ficción, una realidad” A menudo he citado en este blog esa frase de
Chesterton, que también sería válida para el cine. Cuando el Cinema Paradiso
arde, el cura se pregunta qué van a hacer ahora en el pueblo, cómo se van a distraer
en mitad de tanta pobreza y es que yo no entiendo la vida sin las historias que
nos cuenta el cine y la literatura.
Hay varias escenas que quedaron
para siempre en mi memoria. En una de ellas Alfredo, el proyeccionista que a mí
me recuerda un poco a mi abuelo Rafael, le enseña a Totó la magia del cine y la
proyecta a través de la ventana en la plaza para que todos puedan verla. En
otra, vemos cómo la madre del protagonista deja de hacer punto y un hilo se
alarga hasta la puerta donde lo recibe muchos años después de su marcha. En la
larga escena del entierro comencé a entender entonces lo que con los años se
haría una evidencia: por mucho que huyas de una infancia humilde y busques en
el próspero norte un futuro mejor, nunca puedes huir del sur ni de la
melancolía. Pero de entre todas las escenas, la más recordada sin duda es la
última: el mejor homenaje al cine que conozco. Aunque la haya visto decenas de
veces, me sigue estremeciendo de emoción ver los besos cortados que la censura
no se pudo llevar.
Anoche nos juntamos en el
sofá para volver a disfrutarla. Por primera vez la veía con mi hija Paula, de
nueve años, y con mi padre. A mí, Cinema Paradiso me recuerda a las historias
del Cine Duque con las que mi padre tanto me ha fascinado (ver http://bit.ly/1pYrTI3). En un momento en el
que aparece el cartel de Lo que el viento se llevó, me contó que nunca tuvieron
que reponer tanta agua en los botijos que tenían en la puerta del cine como en
el estreno de esa película. Y más adelante, cuando un ciclista lleva a toda
prisa la cinta de un cine a otro, nos contó que también a él le había tocado
correr desde el Duque al Capitol porque utilizaban la misma copia para ambas salas.
Cinema Paradiso es una
película maravillosa, te atrapa con su música y con unos actores en estado de
gracia y cuando acaba te hace sentir más feliz que al principio. Anoche mis
ojos volvieron a humedecerse con esa escena final que forma parte de la
historia del cine.
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