01 septiembre, 2014

El nadador aturdido.

La tarde tranquila del domingo que marca el final de las vacaciones me pareció un momento fantástico para volver a leer uno de los cuentos que más me gusta: El nadador, de Cheever. Esa luz ambarina del agosto que agoniza en un verano turbio y extraño, poblado de nubes, ofrecía el entorno ideal para nadar en la maravillosa historia de hombres presuntamente prósperos, que viven en casas con setos, piscinas y pistas de tenis.

Los cuentos son fugaces y se resisten -más que las novelas- a pervivir en la memoria del lector, o al menos ése es mi caso, entre otras cosas porque se leen y se publican más novelas que cuentos. Pero hay tres textos breves que siempre recuerdo. Los otros son dos maravillas de Cortázar: Casa tomada y No se culpe a nadie –habría que añadir también alguno de Hemingway-.

La cadencia lenta de El nadador hace que parezca un texto mucho más largo de sus apenas quince páginas. Según he podido leer, Cheever las pulió a partir de un borrador inicial de 150 hojas manuscritas durante dos meses de trabajo, un periodo mucho más largo de lo que acostumbraba a dedicar a sus textos. Tras la última línea el lector acaba tan cansado y sorprendido como el propio protagonista, un hombre que “si bien no era joven” nos lo presenta “con la especial esbeltez de la juventud”, sentado al borde de una piscina y con un vaso de ginebra en la mano.

“Anoche bebí demasiado” es lo primero que le oímos, en un tono que propicia el comienzo de la confusión. El hermoso domingo de verano transcurre en una de esas zonas residenciales, situadas en las afueras de las ciudades, donde los miembros de la clase media americana disfrutan de sus fiestas y sus campos de golf. Neddy Merril, el exultante padre de cuatro hijas maravillosas, decide regresar a su casa nadando de piscina en piscina a través de las diferentes propiedades de sus vecinos, un colectivo de hombres y mujeres a los que iremos conociendo por sus apellidos y que representan ese esplendor social estadounidense de los años cincuenta. Pero rápidamente aparecen los primeros desajustes que van difuminando esa realidad tan maravillosa -las nubes que se van haciendo más grandes, un suéter extraño en agosto- y, conforme avanza la narración, se van haciendo mas presentes: aparecen el primer trueno, las hojas secas y amarillas de los arces, las constelaciones del otoño…



¿Está el protagonista borracho? ¿Por qué transcurren las cosas en un tiempo condicional? Lo anormal se nos va presentando de forma paulatina y el escritor consigue llevarnos a una confusión deliberada y tan extraña como la que siente el señor Merrill. Todo en este cuento está pensado y construido con un fin –y con mucho oficio por parte del autor-.

Uno de las lecciones que más recuerdo de mis cursos de narrativa es la importancia de hacer que el lector se sienta inteligente. Los lectores se sienten atrapados por un texto cuando les hace pensar y son ellos mismos los que son capaces de ir juntando pistas para entender lo que el autor propone. El texto de El nadador está lleno de ellas y en todo momento están a la disposición del que lo lee. Muchos malos escritores de cuentos nos sorprende con una trampa final, una sorpresa que se inventan en el último momento, como esos tahúres tramposos que se sacan la carta escondida de la manga.

Cheever puebla en texto de indicios disonantes que alcanzan toda su intensidad cuando hacia la mitad, el antes exultante Neddy tiene que cruzar la autopista, casi desnudo y en mitad de la lluvia, y ese mundo ideal de clase media se desvanece en una ácida crítica hacia la sociedad americana.

No quiero desvelar más detalles porque no hay mejor manera de entrar en este septiembre desnortado que nos espera que zambullirse en la lectura de este cuento, donde los caminos de la ficción y las medias verdades nos llevan a una realidad desenfocada que descubrimos tarde, pero aún a tiempo para dedicarle una sonrisa a Cheever por advertimos que no siempre las promesas hermosas son verdaderas.




Nota.- En 1968, cuatro años después de que Cheever publicará El Nadador, fue llevado al cine con Burt Lancaster como protagonista. No se me ocurre mejor rostro para Neddy Merrill.

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