Berdichev es una ciudad
ucraniana que, a lo largo de la historia, ha formado parte de diferentes países,
uno de esos territorios de frontera que cambian la grafía de sus pueblos, la
lengua que hablan sus habitantes y, a pesar de una historia babélica, alumbran
a escritores magníficos. Allí vino al mundo Vassili Grosman un judío que escribió en ruso una de las mejores novelas del
siglo pasado: Vida y destino, de la que he hablado varias veces en este blog.
También nació un polaco que
no aprendió inglés hasta los veinte años y hoy está considerado como uno de los
mejores novelistas en esa lengua: Josef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski, más
conocido como Joseph Conrad.
Su novela El corazón de las
tinieblas es un viaje al interior de la selva, al interior más oscuro de del
corazón humano. Relata una travesía por el río Congo en busca de un personaje
enigmático: Kurtz, una presencia rodeada de misterio, de angustia, que
representa lo peor del colonialismo. Conrad sabía de lo que hablaba. Había
trabajado en barcos mercantes de la marina británica durante muchos años, antes
de retirarse para escribir unos libros que dibujaban sus experiencias y
exorcizaban sus fantasmas.
Ya desde la escena inicial,
nos atrapa con el uso del lenguaje, limpio, cuidado, como el motor que nos va a
conducir por toda la novela:
"El
Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin
una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea
había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo
único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea. El
estuario del Támesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un
interminable camino de agua. A lo lejos el cielo y el mar se unían sin ninguna
interferencia, y en el espacio luminoso las velas curtidas de los navíos que
subían con la marea parecían racimos encendidos de lonas agudamente
triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas. La bruma que
se extendía por las orillas del río se deslizaba hacia el mar y allí se
desvanecía suavemente. La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aún,
parecía condensarse en una lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y
poderosa del universo."
Al comienzo del viaje, con
el tono de confidencia que otorga un paisaje en penumbras, aparece el personaje
que nos va a contar la historia: Marlow, del que primero nos cuenta que “era un hombre de mar, pero también un
vagabundo” y, con sólo girar una página, nos aclara que “no era el típico hombre de mar (si se
exceptúa su propensión a contar historias) y, para él, el significado de un
episodio no estaba dentro, en la médula, sino fuera, envolviendo la anécdota
que le daba la luz de la misma manera que el resplandor ilumina la bruma, a
semejanza de esos halos de niebla que algunas veces vuelve visibles la luz
espectral de la luna”. Yo no podría encontrar mejor definición para una voz
narradora que nos maravilla no sólo por lo que nos cuenta y por la forma en la
que lo hace, sino también por lo que calla, lo que insinúa como mecanismo continuo
para generar misterio. Va utilizando sucesivos resplandores para iluminarnos a
medias a Kurtz que, mientras el barco asciende por el río en su búsqueda,
permanece entre halos de niebla.
De hecho no hay un único
narrador, sino dos, que rápidamente se confunden en uno solo. La primera
persona del plural, ese “nosotros” que nos presenta a Marlow y le cede la voz
para que nos cuente la historia con el estilo fluido de una narración oral de marineros. A partir
de ahí, transcurre en una
primera persona del singular que se aproxima no sólo a los hechos que nos está
contando y que, según nos dice en el tono de la confesión, vivió como testigo en
el pasado, sino también al lector que ya forma parte de ese nosotros como si
fuera uno más de los que desciende por el estuario del Támesis en la cubierta
de la Nellie.
El corazón de las tinieblas
es ante todo una crítica al colonialismo, a la ambición desmedida de los
hombres como camino hacia el mal, a la alienación en mitad del caos. En la
primera entrevista que tiene Marlow con el director de una factoría donde se
almacena el marfil éste le confiesa: “Los
hombres que vienen aquí no deberían tener entrañas”. El trato del hombre
blanco, “los peregrinos” hacia los nativos se describe de forma dantesca.
Marlow descubre entre las sombras el lugar donde los nativos explotados hasta
el borde de la muerte decidían afrontarla
“Unas sombras negras estaban acurrucadas, tumbadas, sentadas en los árboles,
apoyadas contras los troncos, adheridas a la tierra, visibles a medias, a
medias borrosas bajo la pálida luz, en todas las actitudes posibles de dolor, abandono
y desesperación”
El poder de sugestión en las
descripciones que hace Conrad en la novela es tan abrumador como la propia
jungla. “La corriente era fluida y veloz,
pero una muda inmovilidad poblaba las riberas. Los árboles vivientes,
entrelazados por plantas trepadoras y todos aquellos arbustos de la maleza
parecían haberse petrificado hasta en la rama más delgada, hasta en la hoja más
liviana. No dormían; aquello parecía sobrenatural, como si estuviéramos en
estado de trance. No se oía ni el más leve sonido. Uno miraba asombrado y
parecía haberse vuelto sordo… Entonces, repentinamente, cayó la noche, y me
quedé también ciego.”
Toda la acción, las
descripciones de los paisajes y de los personajes conduce hacia el misterio “Observar una costa que se va deslizando junto al barco es como pensar en un enigma”,
hacia una realidad distorsionada que nos interna en las tinieblas de la locura donde
se perdió para siempre el enigmático Kurtz.
La novela continúa viva.
Francis Ford Coppola se basó en ella para construir una película magnífica:
Apocalipsis Now, que transcurre en otro tiempo y en otro lugar, la guerra del
Vietnam, pero donde se vive el mismo viaje hacia la locura, hacia el corazón de
las tinieblas. Es un espejo donde los aprendices de escritor pueden aprender
mucho sobre la importancia del uso del lenguaje y la voz narradora para atrapar
al lector.
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