14 abril, 2011

14 de abril de 1.931. El estallido de la alegría

El 14 de abril de 1.931 un estallido de alegría desbordó las calles y plazas de nuestro país. Acababa de proclamarse la República. Ochenta años después, la mejor manera de sumergirse en aquel momento es a través de las crónicas que publicaron los periódicos. En ocasiones, el paso de los años acartona los acontecimientos que estudiamos en los manuales de historia. Releer aquellas noticias nos da la perspectiva inmediata de lo que estaba pasando en aquel preciso instante, la inquietud de un futuro que aún desconocían y, que desde hace décadas, forma parte de nuestro pasado. Esas páginas se convirtieron en testigos mudos de la historia, pero cobran vida cuando volvemos a ella y nos cuentan una explosión de felicidad contagiosa, un entusiasmo compartido, como muy pocas veces ha ocurrido en la historia cainita de nuestro país.

La mejor manera de entender, con todos sus detalles, lo que ocurrió aquella tarde de abril es oírlo a través de unos testigos privilegiados, los periodistas de El Defensor de Granada, que, en la edición de la mañana del día siguiente, contaron lo que habían vivido. Esa voz narradora tiene una capacidad descriptiva que carecen los libros de historia e incluso las mejores novelas que han tratado de describir el momento. Os dejo aquí con esa voz…


A las tres de la tarde recibimos, por teléfono, en nuestra redacción la noticia de que el rey abdicaba sus poderes de soberanía nacional. Poco después la noticia circulaba rápidamente por Granada, causando la natural emoción. Cuando fue de dominio público el acontecimiento, la multitud invadió las calles, comentando, pidiendo informes y mostrando su júbilo. A poco, el chispazo de cohetes en distintos puntos de la ciudad anunciaba con alborozo el triunfo de la República. Una gran ansiedad se reflejaba en todos los semblantes. Algunas gentes ponían en dudad la veracidad de los informes que por ahí se propalaban y acudían a nuestra redacción en demandas de noticias. Inmediatamente, se organizaron las primeas manifestaciones, compuestas en su mayoría por estudiantes.

Alrededor de las cuatro de la tarde comenzaron a llegar a la Plaza del Carmen numerosos grupos, congregándose frente al Ayuntamiento en actitud expectante, pero tranquila. La muchedumbre fue engrosando por momentos hasta llenar la plaza. Un grupo muy numeroso de jóvenes entró en el Ayuntamiento sin dificultad, subió al primer piso y se asomó al balcón al balcón central, izando la bandera roja. El entusiasmo de la muchedumbre fue indescriptible. Se dieron delirantes vivas a la República. El momento fue verdaderamente emocionante. Instantes después aparecían en dirección al Ayuntamiento la mayoría de los concejales republicanos elegidos.

Apareció en la Plaza del Carmen una sección de la Guardia Civil a caballo, que se mantuvo en todo momento en una actitud mesurada y de respeto al público. Por el contrario, una sección del Regimiento de Caballería Lusitania, al mando del capitán Rubio, entró de forma violenta en la plaza, hiriendo a tres jóvenes republicanos, hecho que causó suma indignación. Se dieron vivas al Ejército Republicano.

Mientras tanto, en la plaza la fuerzas de Seguridad y Guardia Civil y Caballería quedaron formadas frente al Ayuntamiento y la muchedumbre seguía ocupando la plaza. El señor Palanco, desde el balcón central, dirigió la palabra a la multitud, recomendando orden y disciplina, para que la naciente República no se viera manchada de sangre. La tranquilidad renació con las palabras de los oradores. El teniente coronel de Infantería, don Santiago Taboada Goyos, que llegó a la plaza en los momentos de máxima agitación, fue subido en hombres de varios ciudadanos, siendo ovacionado y viéndose precisado a dirigir unas palabras al público y a las fuerzas. Dijo que él estaba al servicio del poder legal constituido y del orden, que tantos unos como otros debían mantener, observando todos la máxima corrección para evitar incidentes y actos de violencia. Asimismo ordenó a las tropas de caballería que envainaran los sables, puesto que el pueblo procedía con cordura y había que evitar a toda costa el derramamiento de sangre.

A las cinco, las escuadrillas de Aviación del aeródromo de Armilla sobrevolaron sobre Granada, causando gran expectación entre la gente, que a los pocos momentos la miró con simpatía, pues los aviadores saludaban a las masas. Las palabras del teniente coronel Taboada fueron recogidas con una grandiosa y entusiasta ovación, aumentando la tranquilidad al ver que los de Caballería obedecían a dicho jefe.

A las cinco de la tarde, parte del numerosísimo público que estaba en la Plaza del Carmen se dirigió enarbolando la bandera tricolor y dando calurosos vivas a la República, a la Plaza de Mariana Pineda. Un grupo se destacó, introduciéndose en el jardín de la plaza y escalando la estatua de Mariana Pineda, rodearon el monumento con la bandera republicana. Pocos momentos después la plaza quedó invadida completamente de público. El entusiasmo era delirante en general. Se enarbolaron banderas rojas al mismo tiempo que se entonaba La Marsellesa. A poco, del pie del monumento de la heroína de la libertad surgió espontáneamente un joven afiliado a la Casa del Pueblo, pronunció un largo discurso, vehemente y fogoso, que fue contestado con numerosos vivas y aplausos.

Cinco minutos más tarde la Guardia Civil de Caballería hizo su aparición en la plaza en actitud hostil, provocando el pánico en las masas. Algunos grupos se dispersaron, pero los tricornios no lograron que el entusiasmo se sucediera y engrandeciera, rehaciéndose otra vez la manifestación y pronunciándose otros discursos.

A las ocho de la noche se formó en la Plaza del Carmen una imponente manifestación, en la que figuraban todas las banderas de los gremios de Granada y de la Banda Municipal. La manifestación con la música recorrió los distintos barrios de la ciudad, siendo en todas partes recibida con cariño y alegría enormes.

Las crónicas no aparecen firmadas. No sabemos si fue una sola persona o varias las que escribieron esos acontecimientos. Muy probablemente una de ellos sería Constantino Ruiz, el último director de El Defensor de Granada, que murió en los días posteriores al golpe de estado, desangrado en una celda, con los cristales de sus gafas incrustados en sus ojos, después de que un guardia le diera un culetazo de fusil en su cara.

Fue el final de un sueño que se inició una tarde de abril. El de un país democrático, moderno, culto que rompiera con el retraso atávico de siglos. No lo permitieron. Aquel país dejó de existir el día en el que la iglesia, el ejército, los terratenientes, los partidos conservadores culminaron una conspiración que habían iniciado desde el mismo momento en que la República fue proclamada.

Ochenta años más tarde trato de imaginar la ilusión en el corazón de mis abuelos y d toda una generación. Creo que es una magnifico momento para volver a recordarles y para gritar con ellos ¡Viva la República!


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