¿Una novela sobre maquis donde la protagonista es una mujer anónima y humilde? No, esta vez no se trata de la mía, sino de Inés y la alegría, el último libro de Almudena Grandes. Cuando, a principios de agosto, me enteré, a través de un artículo de un periódico, que estaba a punto de publicarse, sentí un enorme deseo de leerla en cuanto estuviese en las librerías. Creo que ha sido la primera vez que he comprado un libro justo el mismo día que salía a la venta.
Me acerqué a su lectura con ansia de conocer cómo Almudena había abordado esta historia maravillosa y casi desconocida, como otras muchas silenciadas no sólo por el franquismo, sino también por sus enemigos, que tampoco tuvieron en más mínimo pudor en ocultarla. Cuatro mil hombres, republicanos españoles, que después de participar en la expulsión de los nazis del territorio francés, deciden aprovechar que Hitler está acorralado en Berlín, con sus ejércitos en retirada y a punto de perder una guerra, que un par de años antes parecía iban a ganar, para cruzar los Pirineos con el objetivo de extender la confrontación, que se libraba en todo el mundo, a esa España fascista, alineada desde la distancia con Alemania.
He leído en varias entrevistas realizadas a la escritora, que han publicado en los últimos días, la sorpresa de los periodistas que desconocían por completo estos acontecimientos, son tantas las crónicas anónimas dormidas en el cajón del olvido. Curiosamente Jorge Marco en su libro Hijos de una guerra, nos explica que Franco guardaban en su archivo personal seis informes sobre las actividades de la guerrilla de resistencia al régimen, cuatro de ellos están relacionadas con los hechos que cuenta esta novela, los otros dos son informes sobre la partida de los hermanos Quero, que tanto incide en el relato que yo estoy escribiendo. Por ello, mi deseo por leer Inés y la alegría también encerraba un miedo, contaminarme en exceso de la forma en la que otro autor construía una historia tan próxima. Pero creo que no hay que temer eso, a fin de cuentas, el estilo de un escritor viene contaminado por las infinitas lecturas que le han precedido. Leer a los maestros es la mejor manera de aprender. Y desconozco si el último libro de Almudena Grandes será considerada una obra maestra, las críticas están siendo muy positivas, pero, al menos a mi me lo parece. Porque creo que una obra maestra es aquella que te hace llorar y sufrir con sus personajes, que te engancha desde la primera página en un deseo ininterrumpido de continuar leyendo, que te cuenta historias que te emocionan profundamente. Reconozco que mi mente, tan interesada en este tema, ya estaba predispuesta a disfrutar con esta novela, pero ¿cuántas veces nos hemos acercado con mucho interés a algo que luego no ha cubierto nuestras expectativas? A mí, Inés y la alegría me ha fascinado por diversos motivos.
Es muy difícil no volar por sus diálogos, tan sencillos, tan coloquiales, tan creíbles que hacen que las paginas corran sin cesar, porque esta narración, de algo más de setecientas páginas, se lee de un tirón. Luego están los personajes, tan bien construidos, que puedes verlos actuando, relacionándose entre ellos. La evolución que sufre la protagonista, desde el seno de una familia conservadora, que le ofrece un entorno de puntillas blancas y saltos ecuestres, con un hermano que bebe del delirio falangista y deriva luego hacia la luz de libertad que para las mujeres representa la republica, me parece de lo mejor del texto, La escena en la que, tras meses de muchas derrotas, es vejada por el militar, ebrio de victoria, me conmueve hasta las entrañas. No he podido evitar enamorarme de esa mujer vencida, que siente su mayor exilio ante la ausencia en sus platos del añorado aceite de los olivos españoles. La cocina tiene una importancia vital en esta obra, tanto que viene acompañada de un pequeño libro que contiene las recetas que Inés va cocinando a lo largo de las páginas, volcando en sus platos todo su amor para olvidar el miedo y la angustia que siente en los momentos más dramáticos.
La historia se cuenta, en primera persona, a través de las voces de tres narradores. Las dos primeras son las de la pareja protagonista: Inés y el hombre de su vida, Galán, un excombatiente republicano que se niega a rendirse y al que ella, en sus momentos más íntimos, continua llamándole por su nombre de guerra, con el que le había conocido. Ambos van enlazando la trama a través de escenas que se complementan, cosiendo los diferentes puntos de vista, que ayudan a tener una visión más global, más rica de lo que ocurre. La tercera voz es la de la propia escritora que cuenta directamente los hechos políticos que acontecen alrededor de la ficción. Este intervencionismo omnisciente de la autora puede sorprender, máxime porque son incisos muy claros que van separando, o quizás me atrevería a pensar que uniendo, la realidad histórica y la inventada. Pero la propia Almudena lo aclara en las últimas páginas, aunque los personajes históricos se mezclan con los que proceden de su invención y logran interactuar para explicar la trama, ella no puede resistirse a contar a través de su propia voz unos hechos reales que, por desconocidos y novelescos, casi parecen inventados.
Conozco en mi propia piel, el riesgo que corre un escritor cuando trata de hacer convivir los dos planos: el real y el inventado. Mis borradores están repletos de lo que, en las escuelas de escritura, tanto insisten en corregir, la información para el lector. Ese error en el que demasiado a menudo incurrimos los aprendices de escritor, que consiste en contar los detalles no a través de la boca de los personajes, sino a través del bolígrafo del propio autor que se siente incapaz de introducir el contexto histórico de una forma más natural.
En este libro, Almudena nos explica en primera persona los hechos que no podían ser explicados a través de Inés y de Galán. Y ahí está para mí la grandeza de esta obra. Nos novela los acontecimientos reales. Cuando describe los amores furtivos de la Pasionaria, el personaje en el que la convierte, está dotado de una proximidad tan humana, que acaba siendo más real, más auténtico, que la persona que nos describen los manuales. Porque la historia inmortal cambia cuando se entremezcla con la historia de los cuerpos mortales. Y esta frase, que repite continuamente a lo largo de toda la obra, es el leitmotiv de la misma. Más allá de la política, la invasión del Arán no se hubiera llevado a cabo si dos historias de desamor reales y verdaderas no hubiesen existido. Al final realidad y ficción parecen igualmente novelescas, igualmente verdaderas y consigue emocionarnos. Porque si algo caracteriza a este libro es que está escrito desde el corazón para llegar a los corazones. Algunos criticarán el maniqueísmo de los personajes, la visión sesgada y partidista de la escritora. Son los mismos que siempre olvidan, cuando les interesa, que se trata de una novela y no de un manual de historia. Es evidente que la escritora toma partido, pero lo hace por sus personajes, que sufren la dureza de la represión de la dictadura, pero también la disciplina de un partido comunista que deriva hacia prácticas estalinistas. Y es ahí donde se produce el mayor de sus desengaños. Ellos, doblemente derrotados, doblemente olvidados, no dejan nunca de luchar por unas ideas que se derrumban, pero que conservan en su interior.
El franquismo ganó la guerra, pero perdió la historia. Y por mucho que a algunos de sus nostálgicos les moleste, novelas como Inés y la alegría nos despierta los hechos de personas humildes que supieron, en los momentos más duros, encontrar un trozo de dignidad al que agarrarse, sobrevivir y ahora renacer del olvido. ¡A la salud de todos ellos!
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