12 mayo, 2010

El desastre del 98

Durante la guerra, la vida había seguido su curso cotidiano en España, sobre todo entre las clases ricas que no tenían familiares en el frente. Los periódicos siguieron alimentando las falsas esperanzas hasta que empezó el momento de la guerra de verdad. Tras la derrota de la flota, los periódicos trataron de mantener durante las semanas posteriores el espíritu patriótico y aún publicaban noticias sobre pequeñas acciones militares, transmitiendo falsas esperanzas sobres las posibilidades reales de las tropas. Pero en Agosto la realidad saltó: la guerra se estaba perdiendo, de hecho estaba perdida antes de empezarla. Se comenzó a hablar de la paz, pese a que el General Blanco, que estaba al frente del ejército en Cuba, seguía propugnado la guerra con el único argumento de la defensa del honor y la gallardía del soldado español. La burbuja en la que había vivido el país explotó y comenzó el drama, especialmente para aquellos que tenían a sus seres queridos defendiendo al país al otro lado de un océano.

Comenzó también el desastre en la administración, si las noticias sobre el curso de la guerra no habían sido claras, a partir de la derrota, las novedades sobre el estado de los familiares eran escasas. Los periódicos locales publicaban cada cierto tiempo el listado de bajas de la provincia, pero esta información siempre llegaba con meses de retraso y no podía considerarse cierta, ya que nuca estaba actualizada. Lo único claro es que los muertos ya no iban a volver, pero eso no significaba que el ser querido estuviera aún vivo. Los diarios publicaban en su primera página los precios de los artículos de primera necesidad, se había convertido en la noticia cotidiana más importante, debido al incremento continuo de la inflación, junto a los horarios de las misas y la previsión del tiempo.

La tristeza y el desánimo se extendieron rápidamente, como si en mitad del baile se hubieran quedado sin música. Los que meses atrás cantaban soflamas patrióticas sobre la invencibilidad de España y caricaturaban al enemigo, ahora trataban de buscar culpables o simplemente miraban al suelo. En Cuba quedaba un ejército que había pasado meses, años en algunos casos, de hambre y enfermedades, lo cual añadía dolor a la derrota. Aunque la contienda bélica había finalizado, las negociaciones de paz se alargaron varios meses, lo que les retuvo en la isla más tiempo del que deseaban. A finales de año llegaron la mayoría de los repatriados, pero al igual que el país que les había despedido había empeorado en pocos meses, su salud también había cambiado mucho en ese tiempo. Los barcos llegan cargados de heridos y enfermos, algunos de ellos en fase terminal consumidos por el vómito de la fiebre amarilla. Los hombres jóvenes que se marcharon, ahora son espectros de lo que fueron, que, descalzos en muchos casos, tiritan bajo mantas.

Hacinados en los buques también desembarcan muertos, que no han podido resistir las pésimas condiciones del viaje que ha durado más de dos semanas. Los barcos de la Compañía Transatlántica desembarcan en los puertos de Cádiz, Málaga, La Coruña y Cartagena a miles de hombres que han perdido más que una guerra. La compañía del Marqués de Comillas ha conseguido la exclusiva para su transporte. Una vez más, los ricos que trataron de sacar partido de la guerra, lo hacen ahora de la derrota. La Trasatlántica cobra cada pasaje de soldado más caro de lo que costaba a cualquier otro pasajero.



Hasta ese momento la guerra era algo que ocurría en una isla lejana, pero con la llegada de los soldados a partir de agosto, el país pudo ver con sus propios ojos la dimensión del desastre. Aquellos soldados infelices, esqueléticos, famélicos eran la señal más clara del mismo. Su desgracia no acaba con su llegada al país. Los enfermos pasan cuarentena en los hospitales y luego son enviados a sus casas. Les esperan familias que durante meses no han tenido noticias sobre su estado, que han tratado de encontrar sus nombres en los periódicos, que ahora cuentan de madres a las que les cuesta reconocer a sus hijos, debido al estado en el que regresan. Se organizan las primeras actividades de caridad y las campañas periodísticas para recaudar fondos, que mitiga la sensación de desánimo que duraba meses. Pero esta efervescencia apenas dura y rápidamente llega el olvido. A los soldados les cuesta tiempo cobrar sus pagas atrasadas, a los huérfanos y viudas que les concedan las suyas. Los heridos y los enfermos sufren su situación, pero también a los sanos les cuesta reinsertarse en el mercado laboral debido a la crisis. A muchos de aquellos soldados no les queda otra salida que convertirse en mendigos. La hipocresía y la indiferencia se extienden por una sociedad que los había despedido con alegría por la victoria y que ahora critican que pidan limosna con sus uniformes raidos.

La crisis del 98 produjo un fuerte sentimiento antimilitarista en una buena parte de la población, que había visto como muchos de sus hijos habían ido a luchar y a morir en una guerra que sólo le interesaba a unos pocos. Este sentimiento se alargaría después con las guerras coloniales en el norte de África. También produjo gran desconfianza de los militares hacia los políticos, que los mandaron a un conflicto sin los medios necesarios y luego se desentendieron de la suerte de su ejército. España iniciaba el siglo XX sumida en una de sus mayores crisis que fue reflejada por una generación de escritores y de pensadores. Es imposible entender la historia del siglo pasado de nuestro país sin tener en cuenta ese punto de partida.

Después de su regreso de Cuba, mi tatarabuelo Antonio permaneció dos años más en el ejército, en situación de excedencia, hasta el 27 de mayo de 1.902, fecha en la que se retira después de más de veintiocho años de carrera militar. Aquel joven soldado que había marchado con apenas veinte años a luchar contra los carlistas, podía por fin retornar a su pueblo con una posición social y económica muy diferente, para él y para su familia, de cuando lo había abandonado. Moriría diez años más tarde.

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