03 diciembre, 2019

La isla del fin del mundo


En el siglo II el geógrafo y astrónomo griego Ptolomeo situó el meridiano 0 en el punto más occidental del mundo conocido, en la última de las Islas Canarias. Con el paso de los siglos diversos países se apropiaron del meridiano que define los husos horarios, ubicándolo en diferentes puntos, pero en 1634 los matemáticos y astrónomos por orden del Cardenal Richelieu volvieron a emplazarlo en El Hierro. Aunque años más tarde quedaría fijado definitivamente en la ciudad inglesa de Greenwich, El Hierro es conocida como la isla del meridiano.

Lo cierto es que es un lugar maravilloso donde perderse, lejos de las aglomeraciones de turistas que abarrotan destinos a los que no apetece volver.

La carretera que bordea el Mar de las Calmas muere en el Parador, un alojamiento situado en uno de los lugares de mayor tranquilidad que he conocido y todo un acierto para establecerlo como campamento base desde el que conocer toda la isla. Desde allí se divisa el Roque de la Bonanza, un islote de caprichosas formas esculpidas por la lava y se escucha el continuo embate de las olas de espumas blancas sobre las piedras negras.

Tabaibas en el Mar de las Calmas

Las montañas se precipitan sobre el océano creando muchos paisajes que admirar y miradores para hacerlo. Justo sobre el Parador nos encontramos dos: el de Isora y el de las Playas, magníficos balcones donde las laderas se deslizan de forma abrupta hacia el Atlántico. Pero la isla está repleta de lugares donde calmar la vista. En el Mirador de la Peña, César Manrique volvió a dejar señal de su genialidad diseñando un restaurante de panorámicas envidiables. Desde el de Jinama se admira todo el golfo de Frontera, donde se agrupan buena parte de los caseríos de la isla. Para acceder al Mirador de El Julán hay que conducir por una estrecha carretera que se adentra en un magnífico bosque de pinares canarios, rezando -aunque no seas creyente- en cada una del centenar de lentas curvas para no encontrarte con ningún circulando en sentido contrario. Desde allí se divisa el inhóspito sur de la isla, laderas de lava sin apenas casas ni habitantes a lo largo de varios kilómetros.

El Mar de las Calmas desde el Mirador de Isora
En El Hierro podemos encontrar paisajes volcánicos de extrema belleza. La palabra española malpaís existe también en otros idiomas para definir una zona volcánica de rocas poco erosionadas de difícil paso e inútil para la agricultura. En la isla hay tres malpaíses que son una gozada para los ojos. El camino de apenas un kilómetro que nos lleva desde el precioso pueblecito costero de Tamaduste hasta el Roque de las Gaviotas, atraviesa un paisaje de rocas que dibujan esculturas irreales y diminutas calas donde el baño es imposible pero los acantilados de basalto son maravillosos.
Malpaís junto al Roque de las Gaviotas
Para llegar a la preciosa Playa de El Verodal, una de las dos que hay en la isla- la otra con la que compite en belleza es la de Temirijaque-, hay que conducir por un camino de tierra entre paisajes marcianos. Y el tercer malpaís imprescindible se llama Los Lajiales y se encuentra camino de la Cala de Tacorón, donde el magma se solidificó dibujando formas anulares y encordadas de tonos diferentes y una belleza indescriptible.

El Lajial
El Hierro es una isla de miradores, malpaíses y también de charcos, como llaman aquí a esas piscinas, a veces completamente naturales y en otros casos diseñadas por el hombre, donde lugareños y turistas pueden disfrutar de baños marinos en una costa abrupta. De todos ellos, el más impresionante es el Charco Azul, uno de esos lugares de ensueño del que es imposible no enamorarte, una impresionante piscina totalmente natural construida por la erosión de las olas sobre un tubo volcánico, creando una poza de aguas turquesas bajo una gruta de rocas de basalto. A poca distancia nos encontramos con el Charco de los Sargos y La Maceta, donde relajarnos con la frescura del agua mientras contemplamos los Roques de Salmor, uno de esos imposibles paisajes de nombres extraños que podría parecer salido de El señor de los anillos. 

El charco azul
Al noreste de la isla, nos encontramos el Pozo de las Calcosas, que visto desde arriba es un piscina encerrada entre los caprichosos dibujos concéntricos de las coladas de lava. La panorámica es aún mejor desde el Restaurante las Calcosas. Comer en una de sus escasas tres mesas es lo más parecido a hacerlo en la casa de tu madre. La señora nos avisó de que solo podía ofrecernos lapas, queso, papas arrugadas con mojos y pescado, platos que pueden resumir lo básico de la gastronomía herreña. Apareció con un sargo y un peto, y hubo discusiones para decidir cuál de los dos pescados nos gustaba más…. o el alfonsito, un pez rosáceo de ojos saltones, que saboreamos en el puerto de La Restinga. Y es que los nombres y las especies de peces canarios son muy diferentes a los “peninsulares”.

Otra delicia gastronómica de la isla es la quesadilla, un pastel de bizcocho, queso y almendra. Dicen que las mejores las hacen Adrián Gutierrez e hijas en la villa de Valverde. Cuando fuimos a comprar fueron muy amables y nos enseñaron el horno donde las hacen.

El Faro de Orchilla
Y por supuesto… no puedes irte de El Hierro sin visitar el Faro de Orchilla, el fin del mundo conocido de la antigüedad. La estrecha carretera curvea a lo largo de un paisaje espectacular, inhóspito, donde solo se escucha el sonido del viento. El faro se alza junto al cono de un viejo volcán y el paisaje se pinta con las diversas tonalidades ocres de la arena y las coladas de lavas , moteado por los puntos verdes de las tabaibas, unos arbustos de belleza austera que crecen solitarios en el litoral de toda la isla.

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