La abuela civil española: el
título de la novela me llamó la atención al instante. Tuve que leerlo tres
veces. Hay palabras que, cuando se juntan, forman una sola idea y no dejan espacio para otras. Hasta que llega
una nueva y cambia todo el significado, juega con él y lo transforma sin dejar
de arrastrar el otro que late por debajo. Esas cuatro palabras, descubiertas en
una red social, concentraron en un instante toda la atención que andaba
dispersa, despertaron mi curiosidad como una fiera hambrienta por conocer más.
Es lo que tiene internet. Te permite volar a grandes velocidades más allá de la
lentitud de tu línea, descubrir cosas que no sabías que existieran sólo un
segundo antes.
A miles de kilómetros de
España, una novelista argentina contaba una historia de nuestra guerra, una
historia especial, la de su abuela. Y yo, que llevo años tratando de contar la dramática
historia de mi abuela María, tan marcada por la guerra civil y la postguerra, sentí
un impulso irresistible. Pero la novela aún no había llegado a la librería y tampoco
conocían a esa escritora. La pantalla del ordenador les decía que la edición
española se publicaría en breve.
Con la acumulación de
lecturas a veces uno se cansa de las voces que se acaban repitiendo más de la
cuenta, de algunos escritores que se instalan en la fama para volverse
demasiado previsibles, acartonados. No siempre se encuentran voces nuevas que
te hablen como si te conocieran, con esa frescura de los recién llegados por
los que sientes una rápida simpatía. La abuela civil española tiene la magia
poderosa de las historias que han sido escuchadas antes de trasladarse al
papel, las que trascienden generaciones, las que se escriben desde el interior
del alma porque ya forman parte de ella, las que, tomando prestada la última
frase de la novela, “pueden con todos los
ruidos”. Historias que hablan de unos hermosos ojos verdes que destacan
entre el negro de una cara tiznada de carbón; de niños que pelean con los
lobos; de un derrotado que fue fusilado siete veces para encontrar la muerte
cuando ya se había acostumbrado a esperarla; de una odiosa madrastra que no debía llamarse
Esperanza; de traidores incapaces de perdonar otras traiciones, que alimentan
su odio durante años; de una libertad ganada falsamente en una partida de
ajedrez; del sabor de un guiso que calma
el hambre de años; de huidas que buscan una felicidad que parecía imposible,
porque siempre van acompañadas del miedo;
de una isla que se llama del tigre aunque no tuviera felinos de ese
tamaño; de un paisaje fluvial y selvático que confiere a los niños una
personalidad única; de deudas desinteresadas que tardan años en cobrarse porque
están hechas desde la solidaridad más precaria…
Me encantan las historias
contadas desde los sentimientos porque alcanzan un vuelo muy poderoso que el lector puede vivir como propio, pero en
esas circunstancias es muy fácil deslizarse por el precipicio del
sentimentalismo. Andrea Stafanoni tiene un estilo sobrio, medido, en el que
sobresalen las frases cortas, los capítulos muy breves, un estilo que invita al
lector a avanzar sin pausa, sin recrearse en detalles que podrían llegar a ser
innecesarios. Y de esa forma, como explica la propia autora: “Dejamos correr
las historias. Que se unan. Como se unen, en ese nudo en mi garganta, las
historias de mi abuela en una sola”.
Después de meses de lecturas
fallidas, algunas inacabadas, necesitaba disfrutar de verdad con una novela. Andrea
Stefanoni ha sido un descubrimiento maravilloso. Espero que haya llegado para
quedarse y contarnos más historias. La abuela civil española habla de tesón, de
lucha frente a las adversidades, de personas sencillas que se negaron a
rendirse, de esperanza, de familia… de cosas que he oído contar muchas
veces en los labios de mis tías, de mi madre, de mis primos, historias o sobre
las que no me canso de leer, sobre las que nunca podré dejar de escribir.
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