Hace unos días recibí un email
desde Holanda. El remitente se interesaba por una entrada que publiqué en el
blog hace más de dos años:
Me preguntaba sobre Jan Frederikus Stolk, un piloto que
murió el 11 de febrero de 1937 en la última acción de la Escuadrilla Malraux.
Su nombre aparecía fugazmente en mi texto y quería averiguar más sobre él. Más
adelante explicaba que era hijo de un brigadista internacional y que en su país
estaban llevando a cabo una investigación sobre los brigadistas holandeses, la
nacionalidad de Stolk. Yo había acompañado mi artículo con una fotografía en la
que varios de los miembros de la escuadrilla sonreían a la cámara y quería
saber si Stolk era uno de ellos.
La verdad es que apenas sabía
nada de él, más allá de la breve referencia en un texto escrito más de dos años
atrás, pero sus preguntas despertaron mi interés y prometí ayudarle. Había
encontrado esa fotografía en internet y de nuevo con la ayuda de Google y
buscando entre las fuentes que manejé en su momento supe que aparecía publicada
en un libro: “Malraux en España”, escrito por Paul Nothomb.
Nothomb era el protagonista de
aquella entrada y su novela, “El silencio del aviador”, una de sus fuentes
principales. Volví a leerla y esta vez encontré en una biblioteca de Barcelona
su “Malraux en España”. Pero antes
recibí un segundo mail desde Holanda con una fotografía donde aparecía Stolk
junto a una docena de compañeros posando delante de uno de los bombarderos de
la escuadrilla, un Potez 540. Su
silueta destaca a la izquierda del grupo: es el más alto y el único que viste
la chaqueta de cuero, el casco y las gafas de aviador. Luego la vi en la página
145 de “Malraux en España”, donde se explica que fue tomada apenas unas horas
antes de su muerte.
El libro está ilustrado con un
centenar de fotografías que describen la vida de los miembros de la Escuadrilla
durante la Guerra Civil. La mayoría fueron tomadas por Raymond Maréchal, uno de sus integrantes. En buena parte de ellas,
mecánicos y pilotos posan delante de sus aviones, pero también hay imágenes
tomadas desde el aire en pleno vuelo, aparatos siniestrados o fotografías de la
vida cotidiana, como la que yo había incluido en el blog dos años atrás, donde
Malraux, el organizador de la escuadrilla, aparece sonriente, rodeado de
camaradas en el pueblo valenciano de Torrent,
donde disfrutaron de unos días de tranquilidad, alejados por un momento del
horror de la guerra.
Entre las muchas fotografías del libro, Stolk solo aparece en una segunda: con el torso desnudo, empuña en el mango de lo que parece ser un pico que clava en la tierra. Por mucho que traté de encontrar su rostro entre el resto de las imágenes, no lo encontré. Luego supe el motivo: el propio Nothomb explica que apenas lo conocía porque se había incorporado al grupo unos días antes de su muerte y, de hecho, ésa fue su primera y única acción de combate.
Aunque tenía la nacionalidad
holandesa de su padre, Jan Frederikus Sotlk era en realidad indonesio, de donde
era su madre, de la que había heredado los pómulos salientes y la piel oscura.
Anticolonialista convencido, había cruzado más de veinte mil kilómetros para
luchar por la República Española. “¿Qué
había venido a hacer entre nosotros este mestizo nacido en la otra punta del mundo?” se pregunta
sorprendido Nothomb en su libro, que poco más nos cuenta de él: “todavía me maravilloso del historial de
este magnífico chico, que parece salido de una novela de Malraux: magnífica
antítesis del modelo colonial bátavo, era comunista y piloto con las misma
convicción."
Pero mientras su vida continúa
siendo un misterio, su muerte aparece descrita con todo detalle en otro libro
de Nothomb: “El silencio del aviador” o en la novela de André Malraux: “L’Espoir”.
El 8 de febrero de 1937, Málaga
cayó en manos de las tropas franquistas, pero desde varios días antes, decenas
de miles de malagueños y de refugiados de otras provincias andaluzas, habían
abandonado la ciudad por el temor a la represión. Lo hicieron por la única vía
que quedaba: la carretera que serpenteaba junto a la costa hacia Almería.
Durante varios días la marabunta, formada en su mayoría por mujeres, ancianos y
niños, fue ametrallada desde el aire por los aviones alemanes y bombardeada
desde el mar por los barcos nacionales.
El frente se desmoronó en mitad del caos y el gobierno republicano, con sede en Valencia, tardó demasiado en reaccionar. Sin reservas militares en tierra, el Ministro del Aire, Hidalgo de Cisneros -un aristócrata que había abrazado la causa del comunismo-, solo encontró a la Escuadrilla Malraux para que acudiera en auxilio de las personas que huían. Tras varios meses de guerra, a la escuadrilla apenas le quedaban operativos dos bombarderos Potez 540. Los aparatos se dirigieron hacia Motril con la misión de frenar el avance de los fascistas italianos, que formaban la vanguardia de las tropas de Franco, en su primera acción en la guerra.
La ultima imagen tomada del bombardero Potez 540 de Stolk y Nothomb |
En la mañana del 11 de febrero, después de frenar el avance enemigo, un enjambre de cazas italianos Fiat C32 se abalanzó sobre los dos aviones republicanos. Nothomb lo explica en su libro “Malraux en España”: “Hacía buen tiempo. Un poco más lejos, sobre la carretera costera, una pequeña tropa de hormigas se agitaba alrededor de enormes escarabajos súbitamente inmovilizados. Fue entonces cuando vimos aparecer en el horizonte otro tipo muy diferente de insectos, mucho más temibles. Esperamos los moscas rusos, cuyo apoyo habían prometido; los busqué en vano. Pero tuve tiempo de sobras para contar más de veinte cazas Fiat: brillaban al sol durante la interminable caída del Potez”.
El bombardero donde luchaban
Stolk y Nothomb fue alcanzado, mientras el otro huía en dirección a Almería
rodeado de aparatos enemigos. Nothomb nos describe el suceso con maestría en su
novela ”El silencio del aviador”: “Varios
haces de balas trazadoras dejaban estrías de fuego una y otra vez en el
interior de la carlinga”.
Tras recibir el impacto los
tripulantes trataron de sobreponerse a su situación desesperada: “Como si se destripase, el avión remontó
hacia el cielo. Dejaron de oírse las balas. Pero si se olía un olor acre… La
costa reapareció en el horizonte: un muro rocoso, a la vez tranquilizador y
terrible”.
Stolk fue herido de gravedad en la primera pasada de los cazas enemigos. “El segundo piloto se apretaba el vientre con ambas manos. Su respiración era dificultosa, su mirada despavorida, sus rasgos descompuestos por el dolor.”
A pesar de ello, realizó un último esfuerzo antes de desmayarse: “El herido dejó de sujetarse la barriga, se aferró a un travesaño y bajó la palanca. El avión dio un brinco espectacular. El ala izquierda se hundió y el motor derecho se hizo visible en toda su evidencia: ardía como una tea”.
El bombardero acabó estrellándose en la orilla: “El avión chocó con la superficie del mar con un ángulo muy escaso, milagrosamente rebotó y fue a asentarse a un banco de guijarros a escasos metros de la costa. El morro acristalado, que había soportado todo el peso de la frenada, quedó seccionado como un huevo abierto en un extremo superior, mientras el motor, anegado, se apagaba”.
El estado en el que quedó el avión después de estrellarse |
Los dos tripulantes que no
estaban heridos ayudaron a sus compañeros a salir del avión. Stolk se había
llevado la peor parte: “Descansaba sus dos manos sobre la herida y cabeceando
rechazaba cualquier contacto, pidiendo sin cesar que le dieran de beber”.
La herida en el vientre
desaconsejaba que le dieran agua, a pesar de ello Nothomb trató de aliviar su
dolor y le habló en holandés. Uno de sus compañeros se hizo con un caballo y al
rato volvió con una ambulancia, la del médico canadiense Norman Bethune –de quien se ha hablado en este blog-.
El trayecto hasta Almería fue muy
duro según las palabras de Nothomb: "Hipersensible
a pesar de estar inconsciente, no paró
de delirar hasta llegar a Almería, pegando alaridos a cada bache de la
carretera".
Murió en un hospital de Almería,
que nos describe así: "era un lugar
lúgubre. Vacío de sus enfermos transportables y de tres cuartos de su personal
(desplazados hacia otra retaguardia), se preparaba, resignado, a acoger la
oleada de desahuciados”. Pese a que le hicieron una transfusión, ya nada
pudieron hacer por salvarlo.
Jan Frederikus Stolk vino desde
la otra punta del mundo para dar su vida a cambio de salvar la de otros.
Gracias a la última acción de la Escuadrilla de Malraux, decenas de miles de
refugiados consiguieron escapar de sus perseguidores que vieron frenado su
avance en Motril. Stolk era solo un apellido de rastro difuso, uno de esos
héroes anónimos cuya historia duerme en el cajón del olvido, una historia que
deseo que logren recuperar los investigadores que tratan de conocer los
detalles de su biografía, la que el propio Nothomb calificaba como maravillosa
y salida de una novela de la que quizás algún día conozcamos más detalles.
Nota.-Todas las fotografías que
acompañan este texto aparecen en el libro: “alraux en España”, escrito por Paul
Nothomb y publicado en el año 2001 por la Editorial Edhasa, ISBN: 84-350-6506-5.
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