Hace varios años escribí en
este blog apenas un par de líneas sobre Soldados de Salamina de Javier Cercas.
En ellas comentaba que, en mi opinión, estaba sobrevalorada. A veces uno se
pone estupendo y dice enormes tonterías: diez años más tarde he vuelto a
releerla y he llegado a la conclusión de que, no sólo no estaba en lo cierto,
sino que es una gran novela. Algo en mi interior me insinuaba que estaba
equivocado: la crítica literaria había acogido muy bien los libros que Cercas
había ido escribiendo en este tiempo y siempre me han gustado los artículos que
escribía en El País -hace unos meses publicó uno en el que diseccionaba un
certero diagnóstico sobre la situación actual de Cataluña que le valió las
críticas furibundas de esos independentistas ultraortodoxos que cada vez están
más de moda-. Semanas atrás me descargué de internet una conferencia que
realizó en la Fundación March donde daba su visión sobre la narrativa. Sus
palabras, cargadas de una fina ironía, me fascinaron.
Una de las reglas claves de
las novelas es que sus personajes cambien a lo largo de sus páginas. Yo creo
que los lectores también cambiamos y, aunque mantenemos ciertos gustos
constantes y fidelidades imperturbables por ciertos autores que nos robaron el
alma, vamos madurando con el paso del tiempo. Mi proceso de aprendizaje como escritor
quizás no tenga resultados esperados –aún tengo esperanza y sigo firme ante el
desaliento-, pero, al menos, me ha dado una visión como lector mucho más rica. Desde
esa perspectiva, la relectura de Soldados de Salamina una década después me ha
resultado muy enriquecedora.
Portada de la novela con la magnífica fotografía de Robert Kapa sobre la ceremonia de despedida de las Brigadas Internacionales |
No he visto mejor mecanismo
a la hora de mezclar la realidad con la ficción. En las clases de escritura
explican que el narrador es la voz que elige el escritor para contar la historia
y que conviene tener clara esa diferencia si no se quiere caer en errores
gravísimos. Javier Cercas aparece aquí como un personaje que narra en primera
persona, una voz que desde el primer momento nos atrapa con su credibilidad,
que nos engaña, de manera fascinante, con una verosimilitud que es sólo un
espejismo de la realidad. Porque todo lo
que nos cuenta no es más que un ejercicio de ficción en el que aparecen
multitud de personajes reales, todos ellos movidos a su interés por unos hilos invisibles
Hace unos meses muchos
críticos literarios y lectores se rindieron a la novela HHhHH de Laurent Binet.
Celebraban el carácter novedoso y el talento de su autor a la hora de
inmiscuirse en la trama con el objetivo de contarnos no sólo un relato sino el
proceso de creación del mismo. Aunque debo reconocer que apenas hojeé algunas
de sus primeras cuarenta páginas y que la historia central que trataba de
narrar me parecía muy interesante, el exhibicionismo del novelista y su
presencia constante me hicieron abandonarla –como lector, me importaba un
comino que hubiera tenido una novia checa a través de la que había conocido la
ciudad de Praga, donde transcurre la acción, o sus opiniones sobre las
películas de Tarantino, que son algunos de los muchos detalles totalmente
superfluos que recuerdo de su lectura-.
El personaje de Javier Cercas
en Solados de Salamina comparte muchos detalles biográficos con el Cercas escritor,
pero no son lo mismo. “Escribir consiste, entre otras cosas, en fabricarse una
identidad, un rostro que al mismo tiempo es y no es el nuestro, igual que una
máscara”. El autor se inventa un periodista y le traspasa algunos de sus rasgos,
incluido su propio nombre, como una excusa para encontrar una voz narradora que
modula a la perfección con la intención de contarnos unos sucesos reales en los
que participan, entre otros, uno de los fundadores de la Falange, Sánchez
Mazas, o un novelista a la búsqueda del reconocimiento que se merece, el
chileno Roberto Bolaño, pero los verdaderos protagonistas son el escritor
fracasado Cercas y el soldado republicano que, después de pelear en muchas
guerras y vivir muchos exilios, se sorprende que a alguien se interese por su pasado
y quiera contarlo.
Soldados de Salamina no
cuenta una historia sino muchas y, hasta la propia estructura de la obra, está
diseñada para alzar un andamiaje donde quepan todas sin que ninguna chirríe. En
la primera parte, Los amigos del bosque, se encuentran el germen de todo: un novelista
fracasado, también como persona, descubre unos hechos que le fascinan: al final
de la guerra y en pleno derrumbe republicano, el fundador de la Falange,
Sánchez Mazas, logra salvarse de un fusilamiento colectivo y, en el encuentro
con uno de los soldados que participa de su búsqueda por los alrededores, éste
decide mirar hacia otro lado.
El autor nos va
introduciendo en lo que quiere contar de forma paulatina y, convertido en el
propio narrador, encuentra una voz que nos atrapa desde el primer momento.
Traza los personajes con una fina ironía que le funciona a lo largo de todo el
texto y, a través de detalles minúsculos, le provoca al lector una enorme
empatía por la mayoría de ellos. Es imposible no engancharse al periodista
depresivo que sueña –y sufre- con esa historia que nos transmite y se convierte
en su redención o sentir antipatía por ese concejal –maravilloso secundario de
aparición fugaz- más interesado en engullir la comida y hablar de la vulgaridad
de la política que en facilitarle a nuestro héroe la información que solicita.
Una posición más ambivalente se produce con el falso protagonista: tras
intentar, sin mucho afán, que empaticemos con él, comienza a poner las cosas en
su sitio: “Las guerras se hacen por
dinero, que es poder, pero los jóvenes marchan al frente y matan y se hacen
matar por palabras, que son poesía, y por eso son los poetas los que siempre
ganan las guerras, y por eso Sánchez Mazas, que es tuvo siempre al lado de José
Antonio y desde ese lugar de privilegio supo urdir una violenta poesía patriótica de sacrificio y yugos y
flechas y gritos de rigor que inflamó la imaginación de cientos de miles de
jóvenes y acabó mandándolos al matadero, es más responsable de las armas
franquistas que todas las ineptas maniobras militares de auqle general
decimonónico que fue Francisco Franco.”
En la segunda parte,
titulada como el libro Soldados de Salamina, se centra en los hechos que rodean
a Sánchez Mazas, pero, aunque nuestro escritor consigue acabar su novela,
siente que está incompleta. Al principio de la tercera parte, Cita en Stockton,
nos confiesa que “los libros siempre
acaban cobrando vida propia” porque “uno
no escribe nunca acerca de lo que conoce, sino precisamente de lo que ignora”. Entonces
decide iniciar la búsqueda del verdadero protagonista: el soldado republicano
que le salvó la vida al dirigente de la Falange y lo hace desde el auténtico
germen: una entrevista con el novelista chileno Roberto Bolaño que años atrás,
mientras trabajaba en un camping en Castelldefels, conoció a un combatiente que
guardaba una biografía maravillosa. Todos esos hechos reales, aparecen
ficcionados y así conocemos a Miralles, un anciano que luchó por la libertad en
numerosos frentes no sólo en España, sino también en África y Europa.
Es esta tercera parte, sin
duda, la mejor. Las conversaciones con Bolaño están repletas de metaliteratura
y salpican el texto de frases memorables, puestas muchas de ellas en boca del
chileno: “Para escribir novelas no hace
falta imaginación. Sólo memoria. Las novelas se escriben combinando recuerdos”...
“Un escritor de verdad no deja nunca de ser un escritor, aunque no escriba”…”Uno
nunca encuentra lo que busca sino lo que la realidad le entrega”… “Todos los
buenos relatos son reales, por lo menos para quien los lee, que es el único que
cuenta”
Nuestro escritor fracasado
se lanza entonces a la búsqueda de Miralles, pese a la advertencia de Bolaño: “la realidad siempre nos traiciona, lo mejor
es no darle tiempo y traicionarla a ella. El Miralles real te decepcionaría;
mejor invéntatelo: seguro que el inventado es más real”. Lo acaba
encontrando en un geriátrico de una ciudad provinciana en Francia. Hasta allí
viaja con el deseo de conocer si fue el miliciano que salvó la vida a Sánchez
Mazas. En el tren de vuelta la respuesta permanece abierta para el lector, pero
Cercas lo ve entonces todo claro: “Allí vi de golpe mi libro, el libro que desde
hacía años venía persiguiendo, lo vi entero, acabado desde el principio hasta
el final… allí supe que … mientras yo contase su historia Miralles seguiría de
algún modo viviendo… Vi mi libro entero y verdadero, mi relato real completo, y
supe que ya sólo tenía que escribirlo”
Los libros maravillosos
tienen recorrido más allá de su final y, a veces, lo tienen en el plano de la realidad:
los lectores que nos quedamos con la duda que deja en el aire sobre Miralles
sabemos hoy que, a raíz de la publicación del libro y muchos años más tarde, el
auténtico Javier Cercas pudo conocer al hijo del auténtico Miralles. Pese a lo
que afirmaba el autor en sus páginas, yo creo -por experiencia propia- que hay
veces que la realidad no nos traiciona, sólo hay que darle la oportunidad para
que nos sorprenda y nos lleve incluso mucho más lejos de lo que la ficción había
imaginado.
Fotografía del verdadero Miralles, que tuvo una biografía casi tan novelesca como el inventado por Cercas. |
Para muchos nuestra Guerra Civil
es algo olvidado que pertenece a un pasado casi tan remoto como las batallas
entre los griegos y los persas: la Segunda República, el “glorioso” Alzamiento,
la caída de Málaga y su posterior masacre o la lucha de los que se echaron al
monte tras la derrota, les pilla tan lejos como la batalla de Salamina, pero en
la imaginación de algunos aquellos soldados continúan combatiendo como en las
últimas líneas de esta maravillosa novela:
“llevando la bandera de un país que no es su país, de un país que es todos los
países y que solo existe porque ese soldado levanta su bandera abolida… sin
saber muy bien hacia dónde va ni con quién va ni por qué va, sin importarle
mucho siempre que se hacia adelante”. Nada mejor como un final apoteósico para
el que lector mantenga la emoción mucho tiempo después de cerrar la última
página.
Democracia y derecho a decidir. Artículo de Javier Cercas publicado en El País el 13 de Septiembre de 2013
http://bit.ly/KzivHv
Conferencia "Novela y ficción" realizada por Javier Cercas en la Fundación March el 22 de Octubre de 2.013
http://bit.ly/1cNDb5w
Democracia y derecho a decidir. Artículo de Javier Cercas publicado en El País el 13 de Septiembre de 2013
http://bit.ly/KzivHv
Conferencia "Novela y ficción" realizada por Javier Cercas en la Fundación March el 22 de Octubre de 2.013
http://bit.ly/1cNDb5w
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Estoy completamente de acuerdo en tu afirmación de que los lectores con el tiempo vamos cambiando. Y yo añadiría, que suerte de ser así, nos sorprendemos a nosotros mismos de lo que en un principio despreciabas o no valorabas, pasado un tiempo puede que cambie la opinión, sobre un mismo hecho o tema.
ResponderEliminarEste libro en concreto me fascinó de un buen principio; tal vez me enganchó que muchos de los hechos que narra, transcurren, relativamente cerca de donde vivo y esto te hace ver la trama con más interés. A parte del contexto geográfico, toda la historia, contada en tres partes bien diferenciadas, me tuvo más horas de las precisas con la luz encendida a altas horas de la noche.
La mayoría, que conozca, coincidimos que la tercera parte es la mejor.
Agradezco tu comentario. Resulta curioso, pero las novelas que nos describen los paisajes que conocemos con nuestros propios ojos nos ofrecen una proximidad en la que nos sentimos más cómodos. Ahora estoy leyendo Nada de Carmen Laforet. La calle Aribau que aparece en ella es a la vez muy parecida y muy diferente a la actual, pero es un territorio próximo al que podemos darle forma más allá de las palabras.
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