El 23 de agosto de 1938 la Guerra Civil española, después de algo más de un año de duración, estaba en pleno apogeo. Ese día Franco envió el telegrama 1.565 a la persona que había sido primer catedrático numerario de Psiquiatría en la Universidad española. Se trataba del comandante Antonio Vallejo Nájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares. Le autorizó a la constitución de una institución sin precedentes: el Gabinete de Investigaciones Psicológicas, con la finalidad de iniciar y desarrollar un programa de investigaciones psiquiátricas a los hombres y mujeres capturados. Vallejo, imbuido de las teorías raciales de Hitler, quería estudiar, con el beneplácito del caudillo, los fundamentos biológicos del marxismo.
Inició el estudio con un grupo de presos de las Brigadas Internacionales, pero su segundo grupo de experimentación estuvo formado por cincuenta presas, treinta de las cuales estaban condenadas a muerte. Eran milicianas republicanas de la cárcel de Málaga, ciudad a la que consideraba proclive a la “enfermedad marxista”. No se tiene constancia de la fecha en la que trabajó con ellas, probablemente sería en 1939, un año después de la caída de la ciudad en manos franquistas. A la situación ambiental de la ciudad ocupada y la atmósfera de revancha, Vallejo añadió sus prejuicios sexistas. La mujer no era nada. Eran pobres por culpa propia, inferiores y portadoras de la destrucción racial. El método que utilizó fue similar al empleado con los brigadistas, pero en su análisis añadió connotaciones negativas por el hecho de ser mujeres: «Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad ( ) Cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer ( ) entonces se despiertan en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas, característica de la crueldad femenina que no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión ( ) Además, en las revueltas políticas tienen la ocasión de satisfacer sus apetencias sexuales latentes»
Utilizó a estas presas malagueñas para sus experimentos. El peligro provenía de lo que retóricamente denominó «complejos psicoafectivos», aquellos que «descomponen la patria [ ... ], los de resentimiento, rencor, inferioridad, emulación envidiosa, arribismo ambicioso y venganza, que de sembrarse en las multitudes de la nueva España impurificarían la elevada idealidad del Movimiento Nacional, empequeñecerían el horizonte espiritual de la patria que soñamos, además de que, introducidos en el futuro orden político¬ social inspirarían medidas legislativas no muy diferentes de las marxistas». Precisamente, ése era el tipo de características negativas que Vallejo Nájera «descubrió» en las presas de Málaga sometidas a investigación psiquiátrica por él y su equipo, proporcionándole una supuesta base empírica en la que sostener su discurso.
Con esa base absolutamente banal, planteó que existe una raza española, la hispanidad, que a lo largo de los siglos se ha ido deteriorando a medida que el país se iba democratizando. Esa degeneración comenzó en el siglo XIV con la conversión de los judíos y prosiguió a lo largo de los siglos hasta llegar a la lucha de clases de la República. “Inductores y asesinos, sufrirán las penas merecidas, la de la muerte más llevadera. Unos padecerán emigración perpetua, lejos de la Madre Patria, a la que no supieron amar, otros perderán la libertad, gemirán durante años en prisiones hurgando sus delitos y legarán a sus hijos un hombre infame: los que traicionan a la patria no puede legar a su descendencia apellidos honrados”.
Así formuló la teoría de la eugenesia social, ya probada con éxito en la Alemania nazi. Este pensamiento abogaba por apartar a los tarados de la sociedad -republicanos y comunistas-. "En todo resentido existe un marxista auténtico", llegó a decir. A diferencia de los biologistas alemanes, franceses o británicos, el origen del mal no tenía un origen genético porque iría contra los postulados de la iglesia católica, sino un origen cultural en que el ambiente era determinante. La solu¬ción no estaba en buscar un gen malvado y liquidarlo. Jamás se mostró geneticista en los textos de esa época: «La dege¬neración de la raza reside a nuestro entender en factores externos que actúan de manera desfavorable sobre el plasma germinal.» El tema era el ambiente, el entorno. Se imponía la protección y mejora de la raza.
Sus ideas inspiraron las tres leyes básicas del franquismo en cuanto a la delimitación de penas: la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939, que permitía juzgar a los vencidos por sus actividades políticas desde el año 1934, la Ley de Represión del Comunismo y la masonería de 1 de marzo de 1940 y Ley de Seguridad del Estado de 29 de marzo de 1941. En su obra “La locura y la guerra. Características biopsíquicas de los marxistas internacionales”, Vallejo Nájera expuso con claridad el objeto de la investigación: “tenemos ahora una ocasión única de comprobar experimentalmente que el simplismo del ideario marxista y la igualdad social que propugna favorece su asimilación por los deficientes mentales”. El psiquiatra Carlos Castilla del Pino, que le tuvo de profesor, tuvo muy claro cuál era la finalidad de esos experimentos: “la única manera de poder justificar -sin sentimientos de culpa y en aras a un ideal superior- todas las tropelías que se cometieron es montar un edificio ideológico que lo explique. Para Vallejo Nájera, el ‘rojo’ es un degenerado y un hombre que, si se multiplica, está degenerando la raza hispánica. Por tanto, hay que exterminarle”.
Franco no se conformaba con su victoria, pretendía la eliminación total del enemigo y necesitaba de una base pseudocientífica en la que apoyarse. En este sentido las ideas, como las de Vallejo Nájera, en ocasiones son más peligrosas que las armas. En todo caso, la historia recuerda muchas veces a los bárbaros que cometen los genocidios, pero no a aquellos que los diseñan. España se llenó así de campos de concentración que sólo se cerraron después de transportar a los prisioneros en trenes de ganado hasta nuevos centros de detención. En las cárceles se fusiló a diario. La represión no sólo afectó a personas que cometieron el “error” de defender el Gobierno legítimo de la República, sino que metió en la cárcel a miles de mujeres, solas, embarazadas o con niños pequeños, muchos de los cuales murieron en las cárceles franquistas de hambre o de enfermedad. Víctimas inocentes cuyo único delito era ser hijos de rojos. Ellos fueron uno de los objetivos del régimen, material a moldear para la construcción de la “nueva España”.
En este contexto tan horrible, puede entenderse mejor la situación que mi abuela encontró en la prisión de Málaga a la que llegó el 21 de Abril de 1.944, después de haber pasado más de dos años en la prisión de Granada, donde había parido a mi tía. Según el documento de liquidación de condena que acompañaba su traslado, le quedaba por cumplir 7 años, 11 meses y 12 días (había sido condenada a una pena de diez años por “un delito contra la seguridad del Estado”). Un tiempo enorme que debería pasar lejos de sus tres hijas. Ayer recibí el expediente penitenciario de mi abuela María y, conforme lo iba leyendo, pude reconstruir su vida durante esos años. A la pérdida de la guerra y la falta de libertad, había que añadir una nueva derrota: la de soportar los mecanismos burocráticos de la maquinaria de represión franquista. Mi abuela luchó por reducir su condena y, para ello, tuvo que entrar en el juego de los que la habían detenido. El régimen le obligo a la “redención” por el trabajo, a la “educación” diseñada para lavar los cerebros. Un estado que finalmente se vio obligado a conceder indultos porque no podía soportar tanta población reclusa, sobre todo después de que la 2ª Guerra Mundial acabase con la derrota de los suyos y necesitase publicitar su propaganda de apertura. Su expediente me llegó como una carta franqueada con décadas de retraso y cuenta una biografía, la de mi abuela, de la que después de conocer estos hechos me siento aún más orgulloso.
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