El sábado pasado mi prima Nuría se marchó sin avisar. He dudado mucho si debía publicar aquí este texto. Describe un dolor muy íntimo, muy privado. Al final he decidido hacerlo. A lo largo de este blog he ido escribiendo historias de mi familia y siempre he intentado hacerlo desde el orgullo y la admiración. Algunas de las personas que me quieren me han dicho que, al leerlas, ellas también han compartido esas emociones. Por eso y porque no debemos sentir rubor por algo hecho desde el amor más profundo, dejo aqui esta carta de despedida.
Hay
ocasiones en las que el dolor se hace tan grande que necesitamos compartirlo
para poderlo soportar. Hoy estamos juntos para llenar el enorme vacío de tu
ausencia. Una vez te dije que, encajando las palabras adecuadas, se podían reflejar
todos los sentimientos en el blanco de una página, pero ahora sé que estaba
equivocado porque no encuentro las que necesito para decirte lo que quiero.
Ante
todo, debería justificar el motivo de las mismas: no podía soportar que te
despidiéramos con las frases hechas, gastadas por la liturgia mil veces
repetida. Hay momentos en los que las palabras apenas sirven. No sabemos qué
decir ante la condolencia y el dolor extremo, pero sé que a ti no te hubiera
gustado marcharte de esa forma y, por eso, me tienes aquí emborronando una
carta de despedida. Pero, como casi todo en la vida, también en esto hay un
motivo egoísta. Al escribirlas, repaso tus recuerdos y así puedo desahogar un
llanto terapéutico. Tú, que siempre estabas dispuesta a ejercer de psicóloga de
guardia para resolver los problemas de los demás, me entenderás mejor que
nadie.
Eras
lo más parecido a la hermana que no tendré nunca. Cuando me fui a vivir con
vosotros, tú tenías cinco años. Siempre recordaré el enfado con el que salías
del Colegio de las Teresianas cuando, día tras día, era yo y no tu mamá, quien
te esperaba en la puerta. Luego siempre te quedabas atrás y con cara de pocos
amigos en el camino de vuelta a casa. Uno de aquellos mediodías nos sorprendió
un coro de cláxones en el cruce de Mitre con Muntaner mientras un señor muy
serio leía un sobre en la pantalla de una tienda de electrodomésticos. No
entendías el motivo de tanta alegría y tanto jaleo y yo te expliqué que
acababan de darle a Barcelona los Juegos Olímpicos. Ya ves, ¡cuántas cosas nos
han pasado a todos desde entonces! De niña, siempre te las apañabas para
sentarte a mi lado en las mesas de todas las comidas, porque te encantaba
chincharme y llevarme la contraria, pero yo sabía que no era sino otra forma de
demostrar cuánto me querías. Mantuviste la costumbre de buscar la cercanía y
ayer, cuando por primera vez tuve que sentarme sin ti en la misma mesa tantas
veces compartida, me fui a otro lado, perdido sin tu presencia.
Fueron
pasando los años y, juntos y por separado, hemos vivido infinidad de sensaciones.
Te vimos crecer y sentimos la dulce rebeldía de tu adolescencia, conocimos tus
sueños de mujer que fue madurando tanto como para dar consejos maravillosos en
lugar de recibirlos.
La
última vez que estuviste en mi casa te despediste con un enorme abrazo, cargado
de cariño. Ese día, sentados en el mismo jardín desde el que ahora te escribo,
me contaste sentimientos muy hermosos. Lo estabas pasando mal, la vida te había
puesto a prueba, pero en ese esfuerzo de superación me contaste cómo
descubriste un lado positivo: había mucha gente que te quería y estaba
dispuesta a ayudarte. Me explicabas las conversaciones que habías tenido con
tus padres y tus hermanos y cómo te habían acercado tanto a ellos y, cuando me
lo contabas, yo también te sentía más próxima que nunca.
Ya
sabes que nunca fui un buen padrino, por mucho que combatiera el desastre de mi
memoria para no olvidar el día de la Mona y que no te faltaran los bombones
Ferrero que tanto te gustaban. Me encantaba que, cada cuatro de marzo,
sopláramos juntos las velas del pastel de nuestro aniversario. Haber nacido el
mismo día nos hacía especiales. Porque, creo que siempre lo supiste, tú fuiste
muy especial para mí. Lo único que no te perdono es que te hayas marchado tan
pronto porque, a partir de ahora, sin tí ya no podré celebrar nuestro
cumpleaños.
Cuando
me dieron la mala noticia no puede llorar durante horas. No encontré las
lágrimas. Me negaba a creer que te habías marchado para siempre. Ya sabes que
nos parecemos mucho. Tú siempre tratabas de demostrar que eras más fuerte de lo
que me decían tus ojos. Cuando empezamos a compartir el vacío de tu ausencia
todos sentíamos lo mismo: “esto es una pesadilla que no existirá mañana al
despertar”. Pero ya han amanecido dos días y es una verdad que tenemos que
aceptar.
NURIA PRAT ROCA
4 Marzo 1981 /14 Junio 2014