A menudo las ideas se
iluminan en los momentos más extraños, cuando nuestros pensamientos merodean
alrededor de una dispersión absurda de conceptos que se cruzan. Hace un par de
días, mientras conducía sin la prisa habitual que casi siempre nos envuelve, la
mañana soleada de invierno se pintó en el parabrisas como un regalo inesperado.
Llevaba días tratando de encontrar sin éxito un pequeño hilo de inspiración del
que poder tirar para escribir un texto con el que felicitar el nuevo año. La
radio vomitaba palabras absurdas: las mentiras de la última comparecencia del
Presidente del Gobierno, las promesas de una nueva patria llena de utopía, el
anuncio de una lotería que pintaba el nuevo año como un libro en blanco donde
podríamos por fin escribir la historia que siempre quisimos vivir…
Gracias a la tecnología
digital se agolpaban sin el carraspeo ronco que tenían los sintonizadores de
los aparatos de otra época. Por mucho que mi dedo pulsara el cómodo botón del
volante buscando otras emisoras, todas insistían en una palabrería que trataba
de ocultar la realidad y encontrar una ficción no demasiado dura para estos
años de plomo en los que la crisis ha destrozado tantas esperanzas.
A beneficio de inventario:
la expresión se iluminó de repente en una esquina de la memoria mientras conducía,
regresó del magma de conceptos que aprendí en la universidad, uno de tantos que
luego no me ha servido para nada útil en la vida. Siempre preferí el Derecho
Civil a otras asignaturas porque, ahora que está tan de moda utilizar el plural
colectivo para hablar de los derechos de los pueblos o el mayestático con el
que hablan sus mesías, yo sigo prefiriendo los derechos que les asisten a sus
ciudadanos, los datos minúsculos que forman parte de sus vidas y que no
aparecen en las estadísticas y las cifras macroeconómicas con las que intentan
aturdirnos la mayoría de los políticos.
La expresión
pertenecía a una de las materias del derecho civil: más concretamente el
derecho sucesorio. Cuando regresé a casa la busqué en internet porque no podía
precisar con exactitud su significado y entonces descubrí qué fantástico
hubiera sido estudiar con el apoyo de googles, wikipedias y herramientas
parecidas. Allí todo era mucho más claro: “El beneficio de inventario es una declaración de voluntad en la
que se trata de saber cómo está una herencia, a
través de un inventario de los bienes que la componen y de las cargas que hay
sobre ellos. La
diferencia entre una herencia aceptada a beneficio de inventario y
una herencia aceptada pura y simplemente es que,
aceptando la herencia sin beneficio de inventario, el heredero se convierte en
responsable de todas las deudas del fallecido, además de con los bienes de la herencia, con los
suyos propios. Con el beneficio de inventario el heredero está obligado a pagar
las deudas y las demás cargas de la herencia sólo hasta donde alcanzan los bienes
de la misma.”
Aquella idea perdida, la expresión olvidada sin aparente
nexo con la realidad se iluminó porque un deseo larvado se revolvía en mi interior
contra tanta palabrería: mi subconsciente me gritaba que, por una vez, estaría
bien recibir el 2014 a beneficio de inventario, sin la pesada carga que hereda
de los años anteriores. Era consciente de que en ese maravilloso libro en
blanco que prometía el anuncio de loterías se iban a escribir páginas de tristeza,
de rabia frente a las injusticias, de frustraciones ante los fracasos, de
desengaños por las propias incapacidades, de listas de propósitos incumplidos,
de sueños que volverán a quedarse a medias, de momentos perdidos en la prisa de
los días, de despedidas más o menos dolorosas.
Pero en ese libro en blanco que será el 2014 también
tendrán cabida un montón de sensaciones que nos harán felices, aunque sea de
forma breve: los besos y los abrazos, los reencuentros con los seres queridos,
un atardecer de inolvidable belleza, la tibieza agradable del sol de invierno,
la brisa refrescante de una noche de verano, el sabor de un plato delicioso, el
poso que deja la lectura de un libro maravilloso, esa sensación de felicidad
que nos dejan las buenas películas cuando salimos por la puerta del cine, una
caricia, la compañía de las personas que nos quieren y a las que queremos, el
futuro de nuestros hijos…
Mientras conducía de regreso a casa, el coche, cansado
por la cuesta, redujo la marcha y me dio la oportunidad de ver una pintada en
un muro en la que no había reparado hasta entonces: “Para tocar el cielo no hacen falta alas”.
Te deseo que el nuevo año llegue a beneficio de
inventario y que la lista de cosas que te hagan sufrir sea mucho, mucho menor
que todas aquellas que van a hacerte feliz. Te deseo que encuentres las alas
para poder volar muy lejos y hacer realidad tus esperanzas.