“No sé quien dijo que los novelistas
leemos las novelas de los otros sólo para averiguar cómo están escritas. Creo
que es cierto. No nos conformamos con los secretos expuestos en el frente de la
página, sino que la volteamos al revés para descifrar las costuras. De algún
modo imposible de explicar desarmamos el libro en sus piezas esenciales y lo
volvemos a armar cuando ya conocemos los misterios de su relojería”. Gabriel García Márquez.
De
entre los cientos de lecturas que me han apasionado a lo largo de los años,
nunca había encontrado una maquinaria de relojería más afinada como en la
última: A sangre fría de Truman Capote. Según los teóricos de la literatura con
ella se abrió un nuevo género: la novela testimonio, también llamada de no
ficción. Otros le atribuyen ese mérito al argentino Rodolfo Walsh con su libro
Operación Masacre, publicada seis años antes, en 1.957. Lo cierto es que
Stendhal ya bebió en 1.830 de la realidad para construir la ficción de Rojo y
negro, algo que también hizo Lorca en su Bodas de sangre, pero nadie lo llevó
al extremo de Capote.
A
sangre fría no sólo está basada en hechos reales, sino que los novela con una
minuciosidad que está presente en todas sus costuras. En 1.959 un matrimonio y
dos de sus hijos fueron brutalmente asesinados en un tranquilo pueblo de
Kansas. Capote, periodista en el New Yorker, se desplazó hasta allí con el
objetivo de cubrir el reportaje. Su personalidad excéntrica, cosmopolita y
homosexual no podía ser más diferente del carácter conservador y rural de sus
habitantes. A pesar de eso y tras meses investigando sobre el terreno, consiguió
establecer una relación de confianza con ellos, lo cual permitió que le
facilitaran hasta los detalles más mínimos. Truman construyó la obra a partir
de aquel material valiosísimo, pero en el que ningún otro había reparado.
Su
primera intención era escribir un relato breve. El crimen fue brutal, no había
móvil aparente y la policía no tenía pistas. Capote quería describir la
atmósfera de desconfianza que se había instalado en aquel lugar próspero,
perdido en el medio oeste. Pero el caso dio un giro cuando ya llevaba escrita
la mitad del texto y, después de varios meses, los asesinos fueron detenidos.
Entonces Capote, buceó en la personalidad de los criminales y de su entorno
como antes lo había hecho con las víctimas. Los visitó en la cárcel y llegó a
establecer amistad con los detenidos. Consiguió dibujar a la perfección a todos
los personajes, de forma que el lector acaba identificándose tanto con los
miembros de la familia Clutter, como con sus crueles asesinos. Capote llegó a hacerlo
especialmente con uno de ellos, Perry Smith, con quien compartía algunos
detalles de su biografía. Ambos tuvieron una madre alcohólica, sufrieron la
ausencia del padre y la inadaptación social.
Uno de los aspectos magistrales de
esta novela es el trabajo de los personajes. Nos los va presentando uno a uno,
simultaneando a los asesinados con sus verdugos, mientras nos describe el
entorno en el que se desarrollaron sus vidas. El primer párrafo es magnífico en
ese sentido: “El pueblo de Holcomb está
en las elevadas llanuras trigueras del Oeste de Kansas, una zona solitaria que
otros habitantes de Kansas llaman “allá”. A más de cien kilómetros al este de
la frontera de Colorado, el campo, con sus nítidos cielos azules y su aire puro
como el del desierto, tiene una atmósfera que se parece más al Lejano Oeste que
al Medio Oeste. El acento local tiene un aroma de praderas, un dejo nasal de
peón, y los hombres, muchos de ellos, llevan pantalones ajustados, sombreros de
ala ancha y botas de tacones altos y punta afilada. La tierra es llana y las
vistas enormemente grandes; caballos, rebaños de ganado, racimos de blancos
silos que se alzan con tanta gracia como templos griegos son visibles mucho
antes de que el viajero llegue hasta ellos.”
Capote no sólo nos describe a los
personajes, sino que consigue que veamos a través de sus ojos y entendamos como
piensan. Con ese objetivo utiliza muchos documentos reales que obtuvo en su
investigación y en su relación con ellos. Así, a lo largo de la obra aparecen
fragmentos del diario personal de uno de los asesinos, las cartas que les
dirigen sus familiares, los interrogatorios de los investigadores, las pruebas
periciales o incluso los detalles de una póliza de seguro. “El amo de la granja de River Valley, Herbert William Clutter, tenía
cuarenta y ocho años y, como resultado de un reciente examen médico para su
póliza de seguros, sabia que estaba en excelentes condiciones físicas.”
Otro
de los engranados mecanismos de relojería de la A sangre fría lo encontramos en
su trama y en la evolución de las escenas, en las que usa técnicas no sólo de
la novela, sino también del cine o del periodismo. Sólo después de presentarnos
con minuciosidad a los personajes, nos lleva a la fatídica noche en la que
sucedieron los hechos con la intención de contarnos apenas los primeros
momentos, porque el detalle de lo que ocurrió en la granja no lo sabremos hasta
más adelante. La trama se desarrolla a través de escenas breves y dinámicas que
ofrecen múltiples puntos de vista. Las ordena en una doble dirección: una sigue
a los asesinos en su itinerario hasta la granja y su posterior huida a lo largo
de todo el país, la otra sigue a la familia Clutter primero y luego a los
investigadores que tratan de esclarecer el crimen. Y ambas se entrelazan,
alterando el orden temporal con una naturalidad que hace que el lector no se
pierda en ningún momento.
Pero
uno de los aspectos que me tiene más turbado es la voz narradora a través de la
cual Capote nos cuenta la historia. Esa voz omnisciente que maneja todos los
detalles con precisión, que gira el tiempo a voluntad, que salta de un
personaje a otro y nos describe con la mayor minuciosidad posible loas paisajes
que ha visto con sus propios ojos. Esa voz que está siempre presente, pero que
nunca vemos, que pertenece a alguien que nos dirige en todo momento a donde
quiere, pero que nunca se rebela. Esa voz es la que consigue que, aunque haya
otras novelas que me han gustado más, en ninguna de ellas haya aprendido tanto
como en A sangre fría.
Finalmente,
también me gustaría incidir en algo que, como aprendiz de escritor, me interesa
mucho, El proceso creativo de la obra fue singular. Tras pasar meses
investigando y relacionándose con los personajes del libro, su autor marchó a
Europa con el deseo de alejarse de todo y poder escribirlo. Pero su sufrimiento
no había hecho nada más que empezar. Capote tuvo que esperar durante seis años
a los diferentes recursos y apelaciones que retrasaron la ejecución de la
sentencia. Por un lado, no quería que se produjera el ahorcamiento de dos
personas a las que conocía, pero por otro, era imprescindible para poder acabar
el libro. Ese proceso le traumatizó tanto que nunca volvió a escribir una novela.
Cuando
finalmente apareció publicada en 1.966, los teóricos de la literatura le
criticaron por construirla a partir de hechos reales más propios de la crónica
periodística. Consideraban que debía ser exclusivamente la ficción la materia
sobre la que podía alzarse una novela. Lo cierto es que Truman Capote diseñó uno
de los mejores mecanismos de relojería de la narrativa de todos los tiempos.
Tras el éxito arrollador de crítica y
público, algunos trataron de desarmar el libro con el objetivo de encontrar los
fallos que demostraran cómo en aquella ficción maravillosa, construida a partir
de la realidad de la realidad más absoluta, había mentido a la verdad.
Comprobaron que hasta el más mínimo detalle era fiel a la historia. Sólo había
una excepción, el encuentro que se produce en la última escena del libro, la
que acaba, no podía ser de otra manera, de forma espléndida: “Se fue hacia los árboles, de vuelta a casa,
dejando tras de si el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado.”
dormidasenelcajondelolvido by José María Velasco is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Compartir bajo la misma licencia 3.0 España License.
No hay comentarios:
Publicar un comentario