El 10 de Julio de 1.936 el general Miguel Campins llega a Granada con el objetivo de tomar posesión de su nuevo cargo como Gobernador Militar de la ciudad. Pese a ser amigo personal de Franco, no está al tanto de los detalles de la sublevación, que algunos de sus compañeros están organizando y cuya intención es acabar con la República. Sus subordinados, que llevan semanas conspirando para derribar el régimen democrático, le reciben con indisimulada hostilidad, ya que piensan que le envía el gobierno tratando de cortocircuitar sus planes. Él era un militar profesional, íntegro, independiente de militancia política y con una cultura muy superior a la media de sus compañeros de armas. En la tarde del 17 de Julio un capitán médico, que era radioaficionado, capta por la radio las noticias sobre el golpe de estado que acaba de perpetrar el ejército de África y se lo comunica a Campins. Éste recibe la llamada del gobernador civil, que, al igual que él, ha accedido a su cargo sólo unas semanas antes, y le pide que vaya a verlo de forma inmediata. Ambos saben lo sucedido, pero ninguno de los dos lo dice claramente. Se trata de una reunión de tanteo, en la que pretenden conocer cuáles son las intenciones del otro. Horas después el ministro Casares Quiroga llama al general y le comunica que las tropas se han alzado en Melilla, no obstante, le miente al decirle que el gobierno controla la situación. El objetivo de la llamada es conocer qué está ocurriendo en Granada y la posición del general con respecto a la sublevación. Éste le responde lo mismo que acaba de decirle al Gobernador Civil: él respeta la legalidad republicana.
A lo largo del día 18 los rumores sobre el golpe llegan a los partidos políticos, que solicitan la creación de milicias para garantizar la República. Las autoridades les responden que no será necesario, ya que el alzamiento no se ha producido en Granada. Esa misma tarde Queipo de Llano ya ha controlado Sevilla y da la orden a Campins de que declare el bando de guerra y posteriormente ofrece la primera de sus charlas radiofónicas, dando una versión sesgada de la realidad. Éste decide no actuar y a la mañana siguiente visita los cuarteles. El ambiente es extraño. A pesar de ello, la sublevación no se ha producido. En realidad, los conspiradores le están preparando a la espera de la reacción que pueda tener su jefe, del que desconfían. Éste ha podido comprobar lo que se está preparando. Al frente de la conspiración de encuentra el comandante falangista Valdés Guzmán. En esa mañana, Campins recibe órdenes del gobierno de Madrid de armar una milicia que salga en rescate de Córdoba, que ha caído en manos rebeldes, pero también las desobedece.
Los partidos políticos ya saben que la rebelión no ha triunfado en varias ciudades como Madrid, Barcelona o Málaga porque las milicias armadas lo han impedido y solicitan la entrega inmediata de armas con la intención de defender la legalidad. Una vez más le son denegadas. En la tarde del 19 de Julio se incrementa la inquietud de los obreros y las actividades preparatorias de los golpistas. A primeras horas de esa noche, Campins recibe la orden de repartir armas entre los comités. Una vez más desobedece. A lo largo de dos días no ha actuado en defensa de la República, pero tampoco ha tratado de derribarla. A finales de ese día, los militares con ayuda de falangistas toman el control del aeródromo de Armilla y ultiman los detalles para el control de toda la ciudad durante el día siguiente. En ese momento él, que ha perdido ya el contacto con Madrid, ordena que no detengan la huida terrestre de las tropas fieles a la republica que abandonan la base aérea. Los aviones ya habían despegado con destino a zona controlada por el gobierno.
En la mañana del día 20 tres aviones republicanos aterrizan en la base de Armilla, desconocen que está bajo control del enemigo. Campins tiene una conversación telefónica muy tensa con Queipo, ya que le niega a éste el envío de los aviones capturados, como le había solicitado. Después reprende a Valdés por hablar directamente con Sevilla. Éste acaba enviando los aviones a Queipo, con la solicitud de destitución de Campins. En la tarde del día 20, los golpistas de hacen rápidamente con el control de Granada y detienen a su gobernador, que antes ha firmado el bando de guerra. Esa noche Queipo le acusa de traidor durante su charla radiofónica y ordena su traslado unos días después a Sevilla, donde lo procesan y lo condenan a muerte. El 17 de Agosto es fusilado. Mientras tanto en Granada, Valdés Guzmán se ha puesto al frente del nuevo régimen, iniciando una represión brutal que conllevará miles de asesinatos.
Durante muchos años la posición de Campins mantuvo una ambigüedad extraña, pero la mayoría consideraron que había permanecido fiel a la República. Sólo un año después de los hechos, en 1.937, el periodista Ángel Gollonet publica un libro “Rojo a Azul”, un panfleto propagandista a favor del franquismo, donde le que califica de traidor por no secundar el glorioso alzamiento. Muchos años más tarde Ian Gibson, en varios de sus libros y desde una posición totalmente contraria a Gollonet, simpatiza con el gobernador por haberse resistido inicialmente a los golpistas. Estudios y libros que han aparecido muy recientemente y que han podido acceder a la agenda personal de Campins, han demostrado que éste, aunque no simpatizaba con las ideas del golpe, había decidido sumarse al mismo en el último instante, porque no quería ir contra sus soldados, ni facilitarles armas a los obreros. Lo cierto es que su indefinición a lo largo de las 48 horas más importantes de su vida le costó la vida.
Queipo se negó a aceptar la solicitud de indulto que había pedido Franco y ratificó la condena a muerte de Campins, que fue fusilado frente a la sede del actual Parlamento Andaluz. Su muerte sirvió de escarnio público para los trabajadores sevillanos, que en ese momento se dirigían a sus trabajos en los tranvías y fueron obligados a contemplar la ejecución. Aún hoy, su figura tiene un halo de ambigüedad que le hace parecer héroe y villano al mismo tiempo. En su defensa habría que decir que intentó en todo instante minimizar las pérdidas humanas y compatibilizar su respeto por la legalidad con la negativa a enfrentarse a sus compañeros sublevados. Su indefinición es la misma que la de miles de personas, que durante aquellos tres días dudaron qué partido tomar. La diferencia es que otros cuando tomaron la decisión (fuera la que fuera) hicieron creer que su fe había sido inquebrantable desde el primer minuto. Uno de los que no tuvo ninguna duda, Valdéz Guzman, fue el nuevo gobernador de Granada. Desde su cargo fue el responsable de miles de asesinatos. Su familia se vio obligada a cambiar sus restos a un nicho anónimo del cementerio de la ciudad. Al parecer, los descendientes de los muertos no le dejaban descansar en paz. Probablemente, el recuerdo de los asesinados debió perseguirle también en vida, en los pocos años que sobrevivió al golpe. Murió enfermo en marzo del 39.
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