El 18 de Julio de 1.936 el gobierno legítimo, elegido democráticamente por soberanía popular, fracasó porque no supo derrotar el golpe de estado perpetrado por una parte del ejército, con la colaboración de civiles fascistas. A su vez los golpistas fracasaron porque su intento triunfó en menos de la mitad del territorio que pretendían controlar. Este doble fracaso, este empate, llevó al país a una guerra civil que marcó para siempre su historia. Durante ese día y los posteriores, cada ciudad, cada pueblo vivió una situación completamente diferente, aunque, en todos ellos, fue constante la intensa incertidumbre por la evolución de los acontecimientos.
La primavera del 36 había sido muy agitada en Granada. Tras el fraude electoral cometido en febrero por los partidos de derechas y la repetición de las elecciones en la provincia, la tensión era evidente en el ambiente de las calles. A lo largo de los últimos meses se habían sucedido los enfrentamientos entre falangistas y miembros de izquierdas y se llegó al verano en mitad una espiral de violencia, que todos veían difícil de contener. Las máximas autoridades, el Gobernador Civil, Torres Martínez y el Militar, el General Campins, habían tomado posesión de sus cargos a principios de Julio y desconocían todos los detalles del clima de conspiración que asfixiaba la ciudad. El primer día del mes, Ideal, el periódico conservador, salía de nuevo a la calle después del incendio provocado tras la ola de huelgas, que había destrozado sus instalaciones semanas antes. En su primera página queda reflejada claramente la atmósfera de intriga: “No llegamos tarde para incorporarnos a las huestes de los que han emprendido la meritoria tarea de sacar al país de las actuales horas dramáticas”.
Las primeras noticias del golpe de estado que se estaba produciendo en las guarniciones del Ejército de África llegan a los gobernadores en la noche del día 17, a pesar de ello el día siguiente amanece tranquilo y despejado, como era de esperar de un sábado de verano. En los cines triunfaba la película Encadenada, el último éxito de la Metro, protagonizado por Clark Gable y Joan Crawford. La prensa hablaba del entierro del conde de Galatino, personaje célebre en la ciudad, y del júbilo del alcalde, Fernández Montesinos (primo de Federico García Lorca), por la subvención, superior al millón de pesetas, que le concedían a la universidad granadina para su traslado a los terrenos de la Cartuja. En el Ideal aún aparecían notas de duelo sobre la muerte de Calvo Sotelo, que se había producido unos días antes en Madrid. A lo largo del día 18 empezaron a llegar los primeros rumores del levantamiento. Ese día se podía ver una mayor presencia en la calle de la guardia de asalto y la portada de El Ideal “Causas ajenas a nuestra voluntad nos han impedido recibir la acostumbrada información general. Por esta circunstancia, el presente número consta sólo de ocho páginas” anuncia lo que está empezando a ocurrir. No obstante, las primeras noticias van acompañadas de la impresión de que se trataba de una intentona más de los militares destinada al fracaso. A la tarde, el general golpista Queipo de Llano, que se ha hecho con el control de Sevilla ordena la declaración del estado de guerra en la provincia de Granada, que se encuentra bajo su jurisdicción militar. Los rumores hacen que los miembros de los partidos de izquierda y los sindicatos soliciten la entrega de armas con el objetivo de evitar el éxito de la sublevación. La actitud de Campins va a ir variando a lo largo de las horas (y será objeto de un artículo posterior). En la noche del 18 se produce la primera emisión radiofónica de Queipo (que trataría de aterrorizar a sus enemigos a través de las ondas los meses posteriores). Su alocución, como toda propaganda bélica, reflejaba una situación más favorable para su causa de lo que en realidad estaba ocurriendo. A partir de ese momento la inquietud se desbordó. En la madrugada, el control de la radio quedó en manos del Frente Popular.
La mañana del 19 amaneció con uno de los últimos titulares del periódico progresista El Defensor antes de su cierre ““Ciudadanos: ¡Viva la República! El Gobierno cuenta con todos los recursos necesarios para dominar la rebelión”. Las primeras informaciones hablaban del fracaso del golpe, que sólo había triunfado en Marruecos y Sevilla. Tampoco reflejaban la realidad que se estaba produciendo. El alzamiento había fracasado en la mayoría de las ciudades importantes como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao o Málaga, pero los sublevados controlaban buena parte del territorio. Los obreros volvieron a solicitar armas con las que defender la legalidad, pero las autoridades les calmaron pensando que la guarnición granadina le sería fiel. La realidad era otra, ya que la mayoría de los mandos llevaban mucho tiempo conspirando a favor de la sublevación. La actitud dubitativa de Campins era lo único que había impedido hasta ese momento que salieran a la calle.
En la mañana del día 20, las tropas sublevadas controlan el aeródromo de Armilla, un factor clave en el levantamiento, pese a que las tropas y los aviones, que han permanecido fieles al gobierno, han abandonado las instalaciones, inutilizando lo poco que han dejado. No obstante, ese mismo día aterrizan allí tres aviones de caza republicanos que desconocían que la base estaba en manos enemigas. Los aviones capturados, con ayuda de falangistas del cercano pueblo de Churriana, jugarán un importante papel a favor de los golpistas en los próximos días. A primeras horas de la tarde, los militares comenzaron la sublevación vitoreando a la república y la gente inocente los aplaudía al pasar, pensando que estaban luchando por defender aquel sueño que se había iniciado una tarde de abril. Cuando al cabo de las horas la confusión cesó y fueron ocupando la radio, los periódicos, el ayuntamiento y los centros oficiales, propagando el estado de guerra y prohibiendo las libertades, el pueblo desarmado no podía resistir, pese a ello unos pocos, la mayoría anarquistas, deciden levantar barricadas en el Albayzín, el barrio más izquierdista. Los sublevados obligan a Campins a firmar el Bando de Guerra y a continuación lo destituyen. Curiosamente el texto del bando finaliza con un ¡Viva la República! que aumenta la confusión. Pero los golpistas tienen muy clara la estrategia e inician el terror de la represión.
El día 21 comienzan los bombardeos de artillería y aviación contra la población del Albayzín, que reciben un ultimátum de las nuevas autoridades a través de la radio a la mañana siguiente. La resistencia duró tres días. Los obreros, escasamente armados, se vieron obligados a entregarse, aunque algunos consiguieron huir hacia territorio bajo control republicano. A mediodía del 23, Radio Granada confirmaba el fin de la resistencia: “Todas las mujeres y los niños abandonarán su casas y se concentrarán en la Eras de Cristo y carreteras de Jaén y Pulianas”. A partir de entonces y durante varias semanas Granada y los pueblos de la vega son una mancha nacional rodeada en el mapa por territorios fieles a la República. Eso provocó aún más miedo entre los sublevados, que iniciaron una brutal represión. Las calles se llenaron de las camisas azules falangistas, de boinas rojas carlistas, de mangas verdes de los miembros de la CEDA, de grupos de hombres armados que, parapetados detrás de sus escapularios y sus detentes, vociferaban su brutalidad, su ritual de venganza. Las escuadras negras, formadas en algunos casos por delincuentes comunes, iniciaron las temidas sacas y los fusilamientos colectivos frente a las tapias del cementerio o en cualquier camino de la vega. La escritora estadounidense Helen Nicholson, que vivía en aquellos días cerca del cementerio, recogió estas impresiones en su diario pese a simpatizar con los franquistas: “Las ejecuciones habían ido aumentando a un ritmo que alarmaba a toda la gente seria. El guardián del cementerio rogó a mi yerno que le encontrara un sitio donde poder llevar a su mujer y a los doce hijos más pequeños, que vivían aún con ellos. La casa junto al camposanto donde vivían se había convertido en un infierno intolerable. No podían evitar el escuchar las detonaciones todas las mañanas y a veces otros lúgubres ruidos que las acompañaban - los gritos y lamentos de los agonizantes- que hacían de sus vidas una pesadilla. Temía además el efecto que tales impresiones pudieran producir en los niños más pequeños”. Más de 10.000 personas fueron asesinadas a lo largo de aquellos meses.
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