30 abril, 2010

Un año más tarde...

Hoy hace justo un año que inicié la aventura de mi blog. Aún hoy desconozco que me movió a hacerlo, pero lo cierto es que la experiencia ha ido creciendo. Al principio decidí colgar los viejos poemas, los antiguos escritos olvidados. Luego comencé la investigación histórica para mi novela y todo lo relacionado con ella ha ido acaparando la mayoría de los contenidos. Un año más tarde son 66 los contenidos publicados. En septiembre decidí incluir un contador de visitas y me ha sorprendido que, desde entonces, se hayan superado las mil ochocientas, trescientas de las cuales en el último mes. Lo cierto es que el blog ha ido cobrando vida y cuando voy trabajando la historia, hay escenas que me apetecen contar en clave de novela, pero otras que las pienso para incluirlas en el blog. Todo eso no sería posible si no fuera por el ánimo que me produce ver que hay lectores para esas historias. Sin vosotros el blog no tendría sentido. Gracias por estar ahí.

29 abril, 2010

El final de la guerra carlista

Tras la derrota en Monte Muro las acciones bélicas quedaron congeladas, pero, apenas unas semanas más tarde, la incomunicación con Vitoria obligaba a los republicanos a tomar Oteiza, que había sido fuertemente fortificada por los carlistas. Mi tatarabuelo Antonio López marchaba en la retaguardia, pero al llegar a dos kilómetros del pueblo, su batallón pasó a la vanguardia del ataque, siendo los primeros en recibir, a las once de la mañana, el fuego adversario. Una hora y media más tarde, el Regimiento de Zamora, que ocupaba el ala derecha, estaba a sólo cincuenta metros del enemigo. Las fuerzas republicanas arrollaron a cuatro compañías rivales, lo cual decidió el éxito de la jornada porque éstos ya no pudieron restablecer la línea de frente.

A principios de Septiembre los carlistas mantenían el bloqueo de Pamplona. La ciudad carecía de víveres, lo cual obligaba a los republicanos a romper el sitio con el objetivo de llevarles provisiones, pero si querían llegar a la ciudad tenían que atravesar antes El Carrascal, un desfiladero donde los enemigos habían colocado fuertes defensas. Morriones, que era el Jefe del Ejército Liberal, no quería desgastar a sus soldados en otro combate frontal e ideó una estrategia que levantara el asedio con las mínimas bajas posibles. Ordenó simular un ataque a Estella, la capital del carlismo, que hizo que éstos abandonaran el desfiladero y fueran en su socorro, momento que aprovecharon los republicanos para llegar hasta Pamplona con provisiones. El batallón del tatarabuelo no entró en la ciudad, sus órdenes eran proteger la retaguardia en Unzué, un pueblo cercano. Cuando los adversarios se dieron cuenta del engaño, volvieron a lanzar a sus tropas, que fueron retenidas por el regimiento donde se encontraba Antonio. Como ya había pasado en la batalla de Monte Muro, se mantuvieron conteniendo la embestida contraria hasta que los últimos soldados republicanos cruzaron el puente sobre el río Cidacos y todos pudieron regresar.


Languidecía el año 1874, los combates habían sido duros todo el año y ambos bandos necesitaban tiempo para reorganizarse y proseguir la lucha. La toma de Oteiza y el levantamiento del bloqueo la capital navarra, ofrecieron pequeñas victorias que apenas dieron un respiro porque, en los últimos días del año, derribaron la republica y volvió a instaurarse la monarquía. Con la llegada del nuevo rey, Alfonso XII, los carlistas se debilitaron, los monárquicos que habían abandonado la república, dejaron ahora el bando del carlismo, que poco a poco comenzaría a perder la guerra.

El 26 de enero el nuevo rey pasaba revista a sus tropas que desfilaron en una parada militar en las afueras de Peralta. El plan se centraba en el levantamiento definitivo del sitio de Pamplona, ciudad que, por su parte, pretendían conquistar los carlistas. El combate se libró duramente en los alrededores del Monte Esquinza. Antonio participó en el ataque a Puente la Reina, que fue conquistado en presencia del rey. Los liberales conseguían así levantar el asedio, pero, en un último esfuerzo desesperado del enemigo, en la batalla de Lácar, Alfonso XII estuvo a punto de ser hecho prisionero y los liberales sufrieron muchas bajas.


Los combates cesaron. Era invierno y el clima no permitía desarrollar ninguna maniobra coherente. Alfonso XII, escarmentado por sus experiencias en el frente, marchó a Madrid, desde donde ordenó una leva de soldados con el objetivo de reforzar el ejército y acabar de una vez con la guerra. En Navarra mientras tanto, tras la liberación de su capital, las tropas se dedicaron al servicio de trincheras y fortificaciones, labor a la que, según su expediente militar, también se dedicó el tatarabuelo. Un temporal de nieve, hielo y un fuerte viento glacial dificultó estas tareas. El 24 de Junio le fue concedida a Antonio, la Cruz sencilla del Mérito Militar con distintivo rojo por sus acciones en trincheras.

En el verano de 1875 languidecía la contienda en el norte porque el esfuerzo bélico se concentraba en el este. Allí, tras el sometimiento de los carlistas en Cataluña, éstos trataron de desplazar sus divisiones hacia el frente de Navarra. Los batallones liberales marcharon hacia el norte de esta región. El 3 de septiembre Antonio participó en la toma de Aoiz, que había sido fortificada por el enemigo. Esta vez su batallón permaneció en las alturas de Villabeta, en el flanco derecho de la batalla sin tomar parte en las acciones más duras de la misma. Posteriormente se acantonaría en Huarte y en el Monte Esquinza, donde permaneció prestando sus servicios hasta final de año.

Con el fin de la contienda en el este, estaba cantado que la resistencia del carlismo en el norte no podía durar mucho tiempo y, a principios de febrero de 1.876, el estado de su moral anticipaba la derrota. Nevó durante varios días y los caminos quedaron impracticables, parando cualquier actividad. El siguiente objetivo de los liberales era controlar el valle del río Deva y para ello debían atacar el puerto de Elgueta, defendido no sólo por la orografía, sino también por la artillería e infantería enemiga. Fue la última batalla del tatarabuelo en esa contienda. Los carlistas se retiraron, pero a diferencia de otras veces, varias unidades empezaron a desintegrarse por la deserción de sus soldados. Antonio participó entonces en las operaciones bajo la división del rey en Tolosa, permaneciendo en Guipúzcoa hasta el final de la campaña. Con la derrota, los carlistas marcharon a sus casas y su aspirante al trono, el príncipe Carlos, al exilio, después haber renunciado a la corona. Pero las ideas ultrconservadoras y tradicionalistas del carlismo siguieron existiendo y sesenta años después de haber luchado contra un régimen republicano, volverían a levantarse en armas contra la Segunda República.

Con el fin del conflicto, Antonio pasó a Vitoria y se acantonó en Haro, donde fue licenciado, abonándosele un año de servicio que extinguía su empeño. Ya no era necesario mantener una tropa tan numerosa, pero él, que había participado en duras batallas como soldado raso en tiempo de guerra, seguramente creyó conveniente, a sus veintidós años, amortizar ese esfuerzo continuando su carrera en el ejército, esta vez como oficial y en tiempo de paz. Ingresó en el cuerpo de Administración Militar e inició así una ardua promoción que le fue llevando, a lo largo de diferentes ciudades, de soldado a obrero y luego a cabo, a sargento y finalmente a teniente, en todos los grados posibles de segunda y de primera categoría, dentro de los escalones más humildes de la oficialidad. Veintiún años más tarde, Antonio López, tuvo que marchar a otra guerra, esta vez en la caribeña y lejana isla de Cuba, para ascender a teniente. Pero esa es otra historia.

28 abril, 2010

La batalla de Monte Muro

La toma de la capital carlista, Estella, debía precipitar el fin de la guerra, pero la derrota republicana, en junio de 1.874, en la batalla de Monte Muro alargó la contienda y puso fin a la primera república española. En ella, además se produce un hecho insólito, la muerte del jefe del ejército combatiendo en la primera línea de combate. Mi tatarabuelo participó en aquella batalla y vivió aquellos hechos muy de cerca.

Después de levantar el sitio de Bilbao, los republicanos tratan de dar el golpe definitivo que ponga fin a la guerra: la toma de Estella, la capital de los carlistas. La marcha hacia allí dura más de un mes y en ese tiempo llegan las proclamas del nuevo jefe del ejército carlista, Dorregaray, un hombre cruel que promete una lucha sin cuartel.


A las cuatro de la madrugada del 25 de Junio, mi bisabuelo Antonio López, que forma parte de la 2ª división del 1er Cuerpo de Ejército, marcha por la orilla izquierda del río Ega y toman, con el apoyo de la artillería, el pueblo de Villatuerta, sin que los carlistas apenas opongan resistencia. Al igual que en Abanto, también esta vez se consiguen los objetivos del primer día de la batalla. Pero todo se detiene en el segundo día. No ha llegado el convoy de carros con las provisiones y no se puede continuar el ataque con el estómago vacío. Además una tormenta hace intransitables los caminos y la lluvia, que no deja de caer, azota los débiles cuerpos de los soldados abrumados bajo el peso de sus empapados uniformes, fusiles y mochilas. Las trincheras carlistas también se anegan. Tras las derrotas en Abanto, un nuevo jefe dirige las tropas. Se trata del marqués del Duero, un general retirado al que la guerra ha hecho volver al ejército. Pese a las condiciones de hambre y lluvia, la impaciencia del viejo general no resiste más y ordena una carga de bayoneta para tomar el pueblo de Abárzuza. Antonio, desde su posición contempla el avance de las tropas.


En la madrugada del tercer día de la batalla, llega finalmente el convoy con los víveres, pero la mayoría de los carros han quedado atascados en el barro y sólo consigue llegar una sexta parte de los mismos. Muy poca comida para un ejército que lleva dos días sin comer. A primera hora de la mañana una negra columna de humo se levanta de Abárzuza. El pueblo arde. Los soldados encendieron hogueras para resguardarse de la humedad de la lluvia y el fuerte viento extiende el fuego por las casas. Mal presagio para comenzar el día decisivo en la batalla. Si para liberar Bilbao, había que conquistar la colina de Abanto próxima a la ciudad, ahora para tomar Estella hay que conquistar primero la cima de Monte Muro. Allí los carlistas han construidos una red de trincheras, con foso y estacadas, en torno a un caserón de piedra. Hasta las cuatro de la tarde no pudieron los liberales lanzar su ataque, antes la artillería había roto fuego contra las trincheras enemigas, con un estruendo de proyectiles como no se había oído hasta ese momento en la guerra.

Para llegar a la cima hay que atravesar el arroyo Iranzo y subir la escarpada colina bajo el constante fuego enemigo de frente y de costado. Aquel día también caía una copiosa lluvia, acompañada de un viento tempestuoso. Los batallones, que se iban disgregando en la ascensión, llegaron mermados y sin fuerzas a la cumbre, dejando las ásperas vertientes llenas de cadáveres. Allí les esperaban ocho batallones carlistas que estaban bien alimentados y que, hasta ese momento, se habían limitado a esperar parapetados detrás de sus trincheras. El contraataque carlista les obligó a retirarse. El general Concha observa los movimientos de sus hombres desde un cerro próximo. Tras ordenar el alto el fuego de la artillería, la niebla se disipa y es entonces cuando comprueba que el avance de sus tropas se está viniendo abajo. El momento era crítico por lo que el general en persona se pone al frente de una segunda embestida en el que participan las tropas de reserva. A mitad de la pendiente es imposible subir a caballo y el general echa pie a tierra. Son las siete de la tarde, el enemigo ha sembrado la colina de bajas y en esa situación Concha decide detener la ofensiva para continuarla al día siguiente. Cuando comienza a bajar, en el repliegue los carlistas hacen una descarga de fusilería, que alcanza a Concha, al que rápidamente se llevan moribundo hacia Abárzuza. Allí muere orgulloso de haber encontrado la muerte en primera línea de combate, algo que era totalmente infrecuente, ya que los jefes de los ejércitos se limitaban a dar órdenes desde posiciones retiradas desde donde podían ver el campo de batalla.


Es difícil precisar donde se encontraba Antonio López en ese momento. Una de las fuentes consultadas dice que un batallón del regimiento de Infantería de Zamora estaba en la reserva que acompañó a Concha en el último ataque y su posterior retirada, pero varias fuentes colocan al Regimiento en las posiciones de Villatuerta, en el extremo opuesto de la línea de batalla. Precisamente estas tropas fueron las últimas en retirarse de la misma, ya que tras la muerte del jefe del ejército, los liberales iniciaron la retirada de todas las tropas. Fue un movimiento complejo, realizado durante la oscuridad de la noche. El cadáver del general fue colocado con misterio sigiloso en un furgón, tratándose de ocultar su muerte, tanto al enemigo como a sus propias tropas, pero lo noticia acabó extendiéndose de forma rápida. Quedó prohibido a todos los miembros del ejército hacer ruidos, encender luces e incluso fumar. El silencio y la oscuridad eran necesarios para la huida. Con la luz de la mañana, los carlistas descubrieron la retirada del enemigo. El batallón de Zamora formaba parte del contingente que debía mantener sus posiciones y cubrir la retirada de las tropas. Resistieron los disparos carlistas hasta que los últimos compañeros quedaron a salvo, antes de unirse ellos mismos a la retaguardia de las tropas que realizaron una perfecta retirada.

Tras el levantamiento del sitio de Bilbao, una victoria liberal en Monte Muro hubiera precipitado probablemente el final de la guerra, pero fue una derrota dolorosa en la que además murió el jefe del ejército. Los soldados estaban desmoralizados no sólo por el resultado de la batalla, sino por el comportamiento cruel de los carlistas hacia los prisioneros. El país estaba preocupado por una guerra que se alargaba. Sólo unos meses más tarde, la Primera República española, herida de muerte da su paso nuevamente a la monarquía en la figura de Alfonso XII. En sus poco más de seis meses en el ejército, Antonio ya ha vivido dos cruentas batallas, dos triste derrotas.

21 abril, 2010

Los compañeros en el viaje de la memoria

Estoy tratando de despertar del cajón del olvido las historias de mi familia. Mi búsqueda me ha llevado a archivos donde dormían consejos de guerra, expedientes penitenciarios y hojas de servicios militares, a libros que me han aportado mucha información y a navegar por internet a la búsqueda de historias. He encontrado webs y blogs que trabajan por recuperar la memoria y que, por tanto, se han convertido en los compañeros de ruta. Quiero abrir una pequeña sección con enlaces a esas páginas que considero de obligada lectura. Los podéis encontrar en “Los compañeros en el viaje de la memoria”

19 abril, 2010

La primera cita

He vuelto a enviar un microrelato al concurso de la Cadena Ser. Lo demás no fueron finalistas. Éste ya es seguro que tampoco porque debía empezar con “la de los días de lluvia” y cien palabras más. Por un pequeño error cambié los días por las tardes, pero, aunque no cumpla con los requisitos, eso no es óbice para que crea que está bastante digno e incluirlo en mi blog.

La de las tardes de lluvia es una realidad diferente. Los sentimientos se reflejan mejor en la imagen fragmentada, que nos devuelven los charcos por donde los transeúntes pasan. La espera tiene sabor a café. La vida nos envejece a través de la mirada de Paula, que juega nerviosa con su princesa gastada. Te demoras y mis ojos se salpican de nostalgia. Ya sabes que las borrascas siempre fueron territorio propicio para el recuerdo, como el de aquella otra tarde, en la que florecieron los paraguas y, entre un mar oscuro, una mancha roja me anunciaba tu llegada.

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16 abril, 2010

La desmemoria histórica

Desde pequeño supe que mi familia había sufrido mucho por luchar en el bando republicano y perder una guerra. Eran años en los que las historias aún se contaban en susurros, con sentimiento de extraña vergüenza. El dolor había sido tan grande que los corazones seguían sufriendo al contarlo. En estos últimos meses la investigación histórica que comencé para escribir una novela, que dignifique la memoria de mi familia, me ha llevado más cerca de ese dolor. En los consejos de guerra, en las sentencias judiciales, en los expedientes penitenciarios ese sufrimiento se podía ver, estaba vivo y no es sólo pasado, marcó profundamente la vida de mis abuelos y mis padres e indirectamente la mía propia. Es por eso que estoy harto de tantas mentiras y descalificaciones por parte de un sector (desgraciadamente amplio) de este país, que sigue promoviendo la desmemoria histórica. Mi indignación alcanza ya la alucinación cuando veo que, casi setenta y cinco años después, los hijos de los que provocaron el dolor aún tienen el poder de silenciarlo.

Me asquea que una parte de este país, que hace unos meses utilizaba sin ninguna impudicia el recuerdo de unas victimas para torpedear un proceso de paz frente al terrorismo, siempre olvide a aquellas otras víctimas que quedaron apiladas en el anonimato de cunetas y fosas. Me indigna que un partido político que se ha pasado los últimos meses descalificando a los jueces que levantaban sus casos de corrupción, pidan ahora respeto para otros jueces que, por envidia y viejos ajustes de cuentas, dejan en la indefensión a un compañero. Me hace sospechar además que este linchamiento se dirija, precisamente ahora, contra el juez que puso sobre la mesa esos amigos corruptos a los que ahora no quieren mirar. Me indigna que mientras el partido nazi está ilegalizado en Alemania por sus crímenes o en nuestro país ilegalizamos, justamente, a partidos que dan cobertura al terrorismo, los falangistas con sus “manos limpias”, llenas con la sangre de sus más de cien mil víctimas, no sólo no están excluidos de una democracia y una constitución que no votaron, sino que además les dotamos de herramientas para luchar contra los derechos que no quisieron. Después de eso, pese a haber estudiado leyes y licenciarme en derecho, sólo me cabe pensar que la justicia está ciega y podrida sin remedio.


Me sobresalta que traten de igualar el mal entre ambos bandos para pasar página a la historia como peaje de una falsa reconciliación. Si bien es cierto que en todas las guerras hay muertos que no se pueden evitar, no es menos cierto que los de un bando de deben al descontrol de un gobierno legítimo sobre unas hordas asesinas durante los momentos más terribles de la contienda (lo cual, dicho sea de paso, no debe servir de excusa y debe ser igualmente criticado), mientras el terror de la represión franquista estaba totalmente planificado desde el mismo momento en que se definió el golpe de estado y se mantuvo después, durante muchos años de una negra dictadura. Eso es algo meridianamente demostrable y ahí están los libros de historia para el que quiera leerlo. Pese a ello, muchos sólo se aferran a su verdad mentirosa, la que ahora la caverna mediática trata de inventar negando la realidad, apoyándose en historiadores revisionistas tan desprestigiados como sus peregrinas invenciones. No podrán negar una verdad: que en un lado estaban los demócratas y en otros los cómplices de la dictadura, que el número de ajusticiados tiene cifras desiguales: hace unas semanas se presentó el informe sobre las 4.374 víctimas del franquismo enterradas en el cementerio de Málaga, en lo que es la mayor fosa común de toda Europa, y aún había comentarios, de lectores en los periódicos malagueños de ese día, que las justificaba por las muertes producidas durante los primeros meses de dominación republicana de la ciudad, cuando se ajusticiaron a centenares de personas, como si de un ejercicio contable de medición del terror se tratara. Otros lectores disfrazaban su miedo a que se sepa la verdad, bajo la imagen de serios contribuyentes preocupados porque, en tiempos de crisis, el destino de sus impuestos fuera para algo tan “inútil”, según ellos, como recuperar la memoria. A esos desmemoriados nos les preocupa lo que sus políticos hacen con el dinero de los impuestos pagados por todos, cuando se trata de comprar corruptelas, de pagar a sastres o de regalar bolsos caros a alcadesas enlacadas.
No soporto a los falsos que piden que la memoria histórica se aplique para los muertos del bando nacional. Durante más de cuatro décadas se les honró como caídos por Dios y por la Patria, mientras a las madres, las mujeres, las hijas de los fusilados del ”bando rojo” se les prohibía llevar luto y llorar a sus muertos, muchos de los cuales siguen hoy enterrados en cualquier parte. Tampoco merecen tolerancia aquellos mentirosos que acusan de revanchistas a las personas que sólo quieren dignificar la memoria de sus seres queridos y, en algunos casos darles un enterramiento digno donde poder por fin llorarles. Mi investigación histórica me ha llevado a documentos donde aparecen las firmas y los nombres de los que detuvieron, torturaron, encarcelaron y juzgaron a mi abuela. Pero hoy sus descendientes no tienen la obligación de pagar por sus pecados, ni siquiera, si fuera el caso de algún corazón cruel, de enorgullecerse de ellos. Yo quiero dignificar la memoria de mi abuela, para mi esos nombres si merecen dormir en el olvido. No quiero revancha, solo justicia: que los nietos de los republicanos puedan sacar los restos de sus familiares de ese horror que es el Valle de los Caídos, que se puedan abrir las fosas olvidadas por los campos y enterrarlos de forma digna, donde se pueda llorar su recuerdo, que se declare oficialmente que Franco fue un asesino y su régimen una dictadura, que se revoquen todas las sentencias franquistas ilegales. Sólo después de eso, los muertos de uno y otro bando podrán descansar en paz. De mientras viviremos un Alzheimer inoculado por los intereses de aquellos que se esconden bajo la apariencia de falsos demócratas.

15 abril, 2010

Aquellas viejas novelas del oeste

Acabo de llegar de una clase magistral del escritor Francisco González Ledesma, en la que ha contado cosas tan hermosas, que no he podido resistirme a compartirla con todos vosotros en mi blog. Para aquellos que no lo conozcáis, baste deciros que su biografía me parece la de un personaje de novela. Este escritor, de una capacidad narrativa arrolladora, que fue censurado por la dictadura durante mucho años, sobrevivió al hambre escribiendo aquellas novelas del oeste baratas que se intercambiaban, ya muy gastadas, como los cómics  en las traperías, puestos de chucherías o librerías de viejo de los años setenta, novelas que escribía a un ritmo endiablado ya que debía entregar una cada semana a la editorial Bruguera.


Pero antes de llegar ahí Paco, como le conocen, había ganado un prestigioso premio literario con apenas veintiún años, lo cual no fue suficiente para que le publicaran su obra, ya que la censura la prohibió por roja y por pornográfica. Su descripción de la discusión con el censor ha sido una auténtica delicia, ya que según ha explicado le contestó que lo de rojo no era ninguna sorpresa para el hijo de un obrero acostumbrado a pasar hambre, pero que lo de pornográfico, porque un personaje pusiera la mano en la rodilla de una mujer, le parecía excesivo sólo por el hecho de que el censor quisiera imaginar que esa mano tenía la intención, en la mente del personaje, de subir más arriba.

Paco se acababa de enterar esta misma mañana que la Generalitat le habían había concedido la “Creu de Sant Jordi” y ha contado una anécdota impagable para describir sus sentimientos. El 26 de Enero de 1.939, cuando él era apenas un niño y las tropas franquistas estaban entrando en Barcelona, su madre le recomendó que escondiera una chapa, con la bandera catalana, a la que él le tenía mucho cariño. Muchos años después podrá lucir con orgullo otra chapa similar porque según nos confesaba, amar a Cataluña es amar a España porque un pueblo que ha sufrido tanto unido a lo largo de su historia no se merece otra cosa.

También hoy, en el aniversario de la república, ha tenido un emocionado recuerdo, que le ha hecho incluso llorar, de la enseñanza recibida en la escuela republicana y ha manifestado que el juicio a Garzón, a pesar de la egolatría del personaje, es una indignidad para la democracia. Finalmente ha contado su anécdota como el único ganador del premio Planeta que no ha sido invitado a la cena en el que lo otorgan. A a él no se le ocurrió asistir porque no pensaba que lo pudiera ganar (desmintiendo la teoría de que están otorgados de antemano). En el turno de preguntas, le pedí la receta para escribir tanto, en tan poco tiempo y con esa capacidad narrativa que le caracteriza. Su respuesta ha sido brutal: pasar hambre, pero como no me lo aconsejaba como técnica creativa, me ha recomendado otras armas: la constancia y la pasión por escribir.

Las primeras lecturas que recuerda mi mujer son las de aquellas gastadas novelas del oeste que intercambiaba su padre y que tanto le gustaban de niña. Por eso le he regalado La dama y el recuerdo, la última novela que González  Ledesma ha presentado recientemente y que él le ha delicado con cariño. Hoy que ya no se publican novelas del oeste, lo ha hecho tomándolo como un reto: escribir con el ardor con el que escribía de joven. Estoy deseando de que mi mujer acabe el libro para poder comprobar si lo ha conseguido, pero estoy seguro de que me gustará, como me gustaron “La ciudad sin tiempo”, una novela anterior a la moda de los vampiros que ahora contagia la literatura (como la moda de los suecos), y que narra, de una forma muy amena y con gran rigor histórico, la evolución de la ciudad de Barcelona a través de los siglos, vista por un personaje que no puede morir. Entre sus líneas se destila el amor del autor por su ciudad. También me pareció muy entretenida “No hay que morir dos veces”, la última novela negra de la serie del inspector Méndez, el personaje, maravillosamente trabajado, que nunca llegará a comisario y que nos ha comentado, a la veintena de personas que estábamos en la sala, que está inspirado en caracteres de cuatro policías que el escritor conoció a lo largo de sus años como abogado y periodista.

Para aquellos que no hayais leído nada suyo os lo aconsejo porque además de un gran escritor esta tarde he visto a una excelente persona

14 abril, 2010

El advenimiento de la República.

En el día del aniversario de la proclamación de la república quiero publicar este artículo en mi blog. Es mi pequeño homenaje al sueño breve que comenzó aquella tarde y que tanta ilusión trajo a mucha gente.

El 12 de Abril de 1.931 fue domingo de Resurrección y se celebraron elecciones municipales en España, pero lo que estaba en juego no era sólo los gobiernos de los municipios, era sobre todo un plebiscito sobre la figura del rey Alfonso XIII. Una gran parte del país cuestionaba la monarquía y el periodo histórico conocido como la restauración, especialmente después de la dictadura de Primo de Rivera, que llegó al poder tras un golpe de estado, perpetuándose durante siete años y fortaleciendo el sentimiento antimonárquico. A esas elecciones acudieron unidos los socialistas y los republicanos, mientras los monárquicos subestimaron a sus rivales políticos, ya que confiaban que el control que los caciques realizaban sobre el entorno rural, a través de las amenazas y la compra de votos, les aseguraría la victoria. Así ocurrió efectivamente en el campo granadino, pero en la ciudad, como en el resto de las capitales de provincia del país, la victoria republicano-socialista fue aplastante.

La edición del periódico El Defensor de Granada de la tarde del día 13 expresa muy bien el sentimiento de aquellas horas: “La nota primera que hemos de destacar es el orden absoluto con que se efectuaron las elecciones. Las fuerzas republicanas y socialistas, la gran masa de opinión simpatizante, han dado una espléndida lección de fe de ciudadanía. Durante ocho años se ha venido afirmando que el pueblo español no existía, que la masa era incapaz de interesarse por ningún problema, que todo en la vida pública española era compadrazgo e interés personal. Esta ha sido la campaña de los derrotistas, de los usufructuadores del poder, que no querían perder las ventajas que su labor de tantos años les proporciona. Eran almas frías e incapaces de la fe, que no podían concebir un movimiento de renovación; envueltos en la capa de su escepticismo, sonreían ante todo los que un día y otro iban, más o menos modestamente, sembrando en las conciencias. “Pobres idealistas - decían con ironía - la masa los aplastará” Este ha sido su gran pecado. No han visto, no han querido ver, que precisamente el ideal, el santo ideal, es lo único que puede remozar y cambiar a los hombres de los pueblos y el pueblo español, por lo creador y civilizado, se despierta tras un trágico letargo para continuar su labor de dirigente de la Historia de la Humanidad. Granada ha respondido como todas las ciudades españolas a la voz de los sembradores de Ideal. Las elecciones del domingo demostraron perfectamente como cuando un pueblo se hace dueño de sus destinos, no hay fuerza que lo desvirtúe.”


El 14 de abril el rey, inicialmente reacio a abandonar el trono, es aconsejado para que abdicara, ya que sólo podía perpetuarse en el poder a través del apoyo de los militares y del inicio de una guerra civil. Durante la mañana los rumores, la confusión, la expectación se disparan. Cuando a primera hora de la tarde, llega la noticia de la abdicación y de la marcha del rey, la alegría se desborda en todas las ciudades del país. Granada era una fiesta. Esa noche el gobierno proclama el advenimiento de la Republica y el ejército permanece en sus cuarteles respetando al nuevo régimen.

Yo quiero recoger ese momento en mi novela. Ahí va el primer boceto sobre esa escena: “Aquel martes María había ido a Granada. Su madre, preocupada por la tensión que se respiraba en el ambiente desde las elecciones del domingo, le había pedido que fuera con cuidado. En Uriana, como en más de cuarenta pueblos de la provincia, no habían salido aún los resultados electorales, pero todos sabían que en el campo siempre ganaban los monárquicos y para ella, a sus veintiún años, el trabajo era un deber cotidiano al que se había acostumbrado desde que abandonó la escuela siendo casi una niña. En la ciudad, como en la mayoría del país, los republicanos y los socialistas celebraban una victoria que iba a traer un tiempo nuevo de modernidad, donde decían que todos los hombres serían iguales. Por la mañana, todos los comentarios de las calles susurraban que el rey pensaba abdicar y una extraña expectación corría de boca en boca. Pero al atardecer, cuando acabó sus tareas y estaba a punto de iniciar el camino de regreso a Uriana, el griterío de la multitud le sorprendió nada más pisar la calle. Un gentío la envolvió de forma inevitable. Muchachas con lazos rojos y hombres que portaban banderas republicanas confraternizaban entre saltos de alegría. Era imposible no contagiarse de aquella felicidad extraña, del júbilo de las campanas que se sumaban a la fiesta. Todos marchaban hacia la vecina plaza de Mariana Pineda y, embriagados de ilusión, vitoreaban a la república. Vio una bandera roja ondeando en la puerta del Salón Olimpia y los brazaletes tricolores, que se habían colocado sobre sus mangas los guardias urbanos, ovacionados también por una muchedumbre que no cesaba en sus proclamas entusiastas y en sus canciones antimonárquicas.”

Aquel sueño apenas duró unos años, en los que trataron de cambiarse y de modernizarse muchas cosas y un país entero. Aquel sueño fue asesinado por un golpe de estado militar que trataría de vilipendiar los éxitos conseguidos, pero esas ya son otras historias. La investigación histórica de mi novela me ha llevado a conocer con más detalle aquella república abandonada por muchos, de la que he terminado por enamorarme. Por eso hoy, setenta y nueve años después, aunque pienso que la monarquía democrática actual no es comparable a las anteriores, grito como aquellos viejos que guardaban y aún guardan el rescoldo de un sueño ¡Viva la república española!


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08 abril, 2010

Las crónicas de guerra del siglo XIX

En los tiempos actuales en los que estamos acostumbrados a las guerras contadas en rabioso directo, bajo la imagen del satélite de las cadenas americanas, siempre dentro de lo políticamente correcto y con los eufemísticos “daños colaterales” quedando fuera de foco, resulta sorprendente las crónicas que se hacía la prensa de hace casi un siglo y medio sobre la guerra carlista.


En la mayoría de las ocasiones, los libros de historia analizan los hechos con años, décadas o incluso siglos de distancia, con una posición ventajista que les permite relacionar muchos aspectos, pero no reflejan el día a día de los acontecimientos, ni los detalles del entorno social del momento. Al investigar sobre la tercera guerra carlista (1.873-1.876) me ha resultado más interesante analizar la evolución del conflicto a través de la prensa del momento, que vive la guerra semana a semana, sin saber lo que deparará el futuro y que contextualiza los combates con los sucesos cotidianos que estaban ocurriendo. Para ello es especialmente interesante lo que va relatando la revista “La Ilustración Española y Americana”, que fue una publicación periódica española de la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX. La revista seguía el modelo de prestigiosas publicaciones europeas como las francesas L’Ilustración o Le Monde Illustré. En su cabecera se presentaba como "Periódico de ciencias, artes, literatura, industria y conocimientos útiles". Fue fundada en 1869 en Madrid. Como indica su nombre, la revista se caracterizaba por la profusión de sus ilustraciones que representaban gran cantidad de aspectos de la vida cotidiana de España y de los países hispanoamericanos, donde también tenía difusión la publicación. La publicación aparecía semanalmente, los días 8, 15, 22 y 30 de cada mes.



Destacan los artículos y los grabados de José Luis Pellicer, que fue su cronista gráfico en la tercera guerra carlista. Este barcelonés era un artista alto, desgarbado, de enormes cejas, bigotes y barba abundantes, y rictus cansado, que enriqueció las páginas de la revista con sus dibujos y sketches, tomados directamente en el campo de batalla. Llegó al dibujo periodístico tras su fracaso en la pintura. Su origen humilde,hijo de albañil, le despertó siempre una preocupación por los temas sociales y por mostrarlos tal como eran y consiguió ser una notable y sensible "cámara fotográfica», el único español al que cabe llamar "Special Artist». Éste término fue usado por vez primera en The Ilustrated London News, pionero de la información gráfica, para designar a los seis dibujantes que envió a cubrir la guerra de Crimea. El final del siglo XIX fue la época dorada de los ilustradores de noticia bélica y los corresponsales de guerra, dibujantes y reporteros, llegaron a ser la élite de la profesión periodística.



La tecnología actual proporciona la posibilidad de consultar, desde casa y a través de internet, todos los números de la revista en:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/IndiceTomosNumeros?portal=0&Ref=23514



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07 abril, 2010

La primera batalla

Hace unos meses recibí, del Archivo Militar de Segovia, el expediente militar de mi tatarabuelo. El documento enumera, en una caligrafía decimonónica y no siempre fácil de entender, las batallas en las que participó. Sólo nombres y fechas que poco explicaban. Durante las últimas semanas he investigado en libros de historia actuales, pero también en otros escritos en aquella época, 1.876, y en las revistas que semanalmente se publicaban y que iba haciendo una crónica de cómo evolucionaba el conflicto. En ellas he obtenido no sólo información, sino también grabados que ayudan a entender mejor aquella guerra sangrienta de estallidos de artillería, ataques de bayoneta y lucha de trincheras, en las que se vio involucrado.

El 11 de febrero de 1.874, mi tatarabuelo Antonio López Martín, a sus veinte años, decide alistarse en el ejército como vía para escapar de la pobreza de su entorno rural y ascender socialmente. Justo ese día, la Primera República cumple un año de vida en medio de fuertes tensiones políticas, que han derribado a cinco gobiernos en menos de un año y una crisis económica mundial, que golpea especialmente a los más humildes. Las tensiones nacionalistas de algunos territorios están a flor de piel después de fracasar un intento de crear un estado federal y la Tercera Guerra Carlista se encamina hacia su segundo año. Los carlistas controlan buena parte de las provincias vascas y Navarra y acaban de sitiar Bilbao. El gobierno, pese a la crisis, está reclutando más tropas para tratar de reconducir el curso de la guerra.

Tras un largo viaje en tren de varios días, Antonio llega a Santander justo en el momento en el que lo hace el general Serrano, que ha dejado la presidencia del gobierno para ponerse personalmente al frente de la guerra. La llegada a Santander coincide con la de los heridos que vienen del frente de batalla, tras la primera derrota republicana en San Pedro de Abanto. La ciudad se ha convertido en un inmenso campamento donde se concentran las tropas que vienen de refuerzo. Ingresa como soldado de 2ª voluntario en el Regimiento de Infantería de Zamora nº 8, 2º Batallón.


Antonio se embarca hacia Santoña y desde allí se dirige con las tropas hacia Abanto, donde tiene su bautismo de fuego en una de las batallas más duras de la guerra: tres días en los que tratan de conquistar las colinas que son fundamentales para levantar el sitio de Bilbao, tres días de explosiones, de cargas de bayoneta, de trincheras, de muerte… para tratar de conquistar unas posiciones fuertemente defendidas. Los generales, acosados por el curso de la guerra y del pesimismo de la opinión pública, lanzaron continuamente hacia la muerte a sus tropas durante ese tiempo. Pese a la inutilidad del esfuerzo, la batalla acaba en un empate, en el que ambos bandos mantienen sus posiciones y abren una tregua tácita para enterrar a sus muertos.

Antonio estaba encuadrado en el ala derecha del ejército, que estaba al mando del mariscal de campo Fernando Primo de Rivera. En esa zona las trincheras estaban tan próximas, que se producen charlas entre los enemigos, los carlistas les gritan ¡guiris! a los liberales, que les responden ¡carcas! El primer día de la batalla realizaron una carga de bayoneta que les hizo conquistar las primeras posiciones, pero en el segundo día de la batalla todo se torció: el enemigo había reforzado las posiciones por donde tenían que atacar el batallón en el que estaba el tatarabuelo. Era necesario alcanzar la cumbre de san Pedro de Abanto. Tras cruzar el bosque de Pucheta, el enemigo abrió un vivísimo fuego que les obligó a retroceder. En el tercer día de la batalla el batallón de Antonio se quedó en la reserva y pudo contemplar el ataque: un sangriento avance a bayoneta que hizo que los carlistas se replegaran hacia la cumbre, pero para llegar hasta allí, las tropas republicanas tenían que adentrarse en un territorio en el que estaban expuestos a los disparos del enemigo. Pese a la temeridad de la acción, los oficiales ordenaron avanzar. La artillería enemiga vomitó metralla y granadas que hizo inútil todos los esfuerzos de valor. La brigada de reserva (donde iba el tatarabuelo) se lanzó al ataque para apoyar a las columnas, cuyas filas habían sido diezmadas. El cuadro que ofrecía el campo de batalla era terrible. El polvo que levantaban las granadas y el humo de la pólvora ocultaba las posiciones, que rápidamente se iluminaban nuevamente por el fuego de fusilería. Ambos bandos, enardecidos, lucharon a sangre y fuego despreciando sus vidas. Pese a que era inútil seguir adelante, el General en Jefe ordenó a Primo de Ribera que forzase el ataque por la derecha. En ese momento una bala le atravesó el pecho por lo que tuvo que dejar el combate, agravándose la situación. Los carlistas aprovecharon para iniciar un ataque a bayoneta que, a pesar de su ímpetu, no consiguió su propósito.

A las tres de la tarde el General en Jefe se enteró de las heridas de Primo de Rivera, pero reorganizó los batallones y volvió a intentar el ataque sobre San Pedro de Abanto. Fueron recibidos por un fuego intensísimo que sembró el campo de cadáveres e hizo vacilar a las tropas, que, obligadas por sus jefes, continuaron el ataque. Varios batallones, entre ellos uno de Zamora (en el que estaba el tatarabuelo) subieron la pendiente sur que asciende a la iglesia de Murrieta y allí fueron ametrallados por una trinchera oculta donde los carlistas habían colocado cuatro batallones, lo que les obligó a retroceder. Cuando se hizo de noche, los carlistas mantenían la iglesia, mientras el resto de San Pedro estaba en manos republicanas. En esa situación llegó la noche y cesó el fuego. Durante la madrugada se parapetaron las casas, se municionaron las tropas, se relevó a la primera línea y se recogió a los heridos, mientras los carlistas aprovechaban para reforzar sus defensas. Los gubernamentales cuentan sus bajas que son alrededor de 3.000. Ambos contendientes se encuentran al borde del agotamiento.

Los generales, que ven que es imposible conquistar la cumbre, deciden, después de tres días, parar la carnicería. Una tregua tácita, que nadie pacta, permite enterrar a los muertos y cuidar a los heridos. El hospital en Abanto se ha levantado de forma rápida en el interior y los alrededores de una iglesia, allí se mezclan utensilios religiosos y militares en una escena casi surrealista. Las semanas posteriores un temporal de viento y lluvia azota el campo de batalla y obliga a mantener suspendidas las acciones militares. La llegada de la semana santa hace que se mantenga la inactividad. Los enemigos incluso se reúnen y confraternizan en el frente. Los que se batían a muerte hace apenas unas semanas, comparten cigarros y conversaciones. Los republicanos ganan tiempo a la espera de los refuerzos que finalmente llegan para reemplazar a las agotadas tropas (entre ellos el tatarabuelo) y continuar la batalla. Las tropas entran finalmente en Bilbao el 2 de mayo. Allí Antonio pudo ver a una población alegre por el levantamiento del sitio de la ciudad, que salió a las calles a recibir el desfile. Para él su bautismo de fuego debió ser una experiencia difícil de olvidar.

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06 abril, 2010

La lista de las palabras

Lo que vale para un roto, vale para un descosido. Utilizando un fragmento de un relato que escribí hace más de un año, más un par de pespuntes, he enviado este microrelato al concurso de esta semana de la Cadena Ser. Después de una docena de fracasos, se me está acabando mi lista de palabras...

Seguimos sin hablarnos. No dialogo con ellos porque administro mi tiempo. Cada persona nace con un número predeterminado de palabras que le conducen hacia la muerte. Ésta no se origina en la enfermedad, ni en la vejez, tampoco en el destino. La vida se marcha cuando la lista acaba. Unos la tienen llena de palabras, otros sólo tienen una cantidad reducida. Algunos preferimos callar y administramos sus recursos con paciencia. Ellos las usan en discursos sin sentido, precipitando su fin de antemano, sin ser conscientes del tesoro que están derrochando. Ahora lo empiezan a descubrir. Hasta en el manicomio piden silencio.





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