Desde pequeño supe que mi familia había sufrido mucho por luchar en el bando republicano y perder una guerra. Eran años en los que las historias aún se contaban en susurros, con sentimiento de extraña vergüenza. El dolor había sido tan grande que los corazones seguían sufriendo al contarlo. En estos últimos meses la investigación histórica que comencé para escribir una novela, que dignifique la memoria de mi familia, me ha llevado más cerca de ese dolor. En los consejos de guerra, en las sentencias judiciales, en los expedientes penitenciarios ese sufrimiento se podía ver, estaba vivo y no es sólo pasado, marcó profundamente la vida de mis abuelos y mis padres e indirectamente la mía propia. Es por eso que estoy harto de tantas mentiras y descalificaciones por parte de un sector (desgraciadamente amplio) de este país, que sigue promoviendo la desmemoria histórica. Mi indignación alcanza ya la alucinación cuando veo que, casi setenta y cinco años después, los hijos de los que provocaron el dolor aún tienen el poder de silenciarlo.
Me asquea que una parte de este país, que hace unos meses utilizaba sin ninguna impudicia el recuerdo de unas victimas para torpedear un proceso de paz frente al terrorismo, siempre olvide a aquellas otras víctimas que quedaron apiladas en el anonimato de cunetas y fosas. Me indigna que un partido político que se ha pasado los últimos meses descalificando a los jueces que levantaban sus casos de corrupción, pidan ahora respeto para otros jueces que, por envidia y viejos ajustes de cuentas, dejan en la indefensión a un compañero. Me hace sospechar además que este linchamiento se dirija, precisamente ahora, contra el juez que puso sobre la mesa esos amigos corruptos a los que ahora no quieren mirar. Me indigna que mientras el partido nazi está ilegalizado en Alemania por sus crímenes o en nuestro país ilegalizamos, justamente, a partidos que dan cobertura al terrorismo, los falangistas con sus “manos limpias”, llenas con la sangre de sus más de cien mil víctimas, no sólo no están excluidos de una democracia y una constitución que no votaron, sino que además les dotamos de herramientas para luchar contra los derechos que no quisieron. Después de eso, pese a haber estudiado leyes y licenciarme en derecho, sólo me cabe pensar que la justicia está ciega y podrida sin remedio.
Me sobresalta que traten de igualar el mal entre ambos bandos para pasar página a la historia como peaje de una falsa reconciliación. Si bien es cierto que en todas las guerras hay muertos que no se pueden evitar, no es menos cierto que los de un bando de deben al descontrol de un gobierno legítimo sobre unas hordas asesinas durante los momentos más terribles de la contienda (lo cual, dicho sea de paso, no debe servir de excusa y debe ser igualmente criticado), mientras el terror de la represión franquista estaba totalmente planificado desde el mismo momento en que se definió el golpe de estado y se mantuvo después, durante muchos años de una negra dictadura. Eso es algo meridianamente demostrable y ahí están los libros de historia para el que quiera leerlo. Pese a ello, muchos sólo se aferran a su verdad mentirosa, la que ahora la caverna mediática trata de inventar negando la realidad, apoyándose en historiadores revisionistas tan desprestigiados como sus peregrinas invenciones. No podrán negar una verdad: que en un lado estaban los demócratas y en otros los cómplices de la dictadura, que el número de ajusticiados tiene cifras desiguales: hace unas semanas se presentó el informe sobre las 4.374 víctimas del franquismo enterradas en el cementerio de Málaga, en lo que es la mayor fosa común de toda Europa, y aún había comentarios, de lectores en los periódicos malagueños de ese día, que las justificaba por las muertes producidas durante los primeros meses de dominación republicana de la ciudad, cuando se ajusticiaron a centenares de personas, como si de un ejercicio contable de medición del terror se tratara. Otros lectores disfrazaban su miedo a que se sepa la verdad, bajo la imagen de serios contribuyentes preocupados porque, en tiempos de crisis, el destino de sus impuestos fuera para algo tan “inútil”, según ellos, como recuperar la memoria. A esos desmemoriados nos les preocupa lo que sus políticos hacen con el dinero de los impuestos pagados por todos, cuando se trata de comprar corruptelas, de pagar a sastres o de regalar bolsos caros a alcadesas enlacadas.
No soporto a los falsos que piden que la memoria histórica se aplique para los muertos del bando nacional. Durante más de cuatro décadas se les honró como caídos por Dios y por la Patria, mientras a las madres, las mujeres, las hijas de los fusilados del ”bando rojo” se les prohibía llevar luto y llorar a sus muertos, muchos de los cuales siguen hoy enterrados en cualquier parte. Tampoco merecen tolerancia aquellos mentirosos que acusan de revanchistas a las personas que sólo quieren dignificar la memoria de sus seres queridos y, en algunos casos darles un enterramiento digno donde poder por fin llorarles. Mi investigación histórica me ha llevado a documentos donde aparecen las firmas y los nombres de los que detuvieron, torturaron, encarcelaron y juzgaron a mi abuela. Pero hoy sus descendientes no tienen la obligación de pagar por sus pecados, ni siquiera, si fuera el caso de algún corazón cruel, de enorgullecerse de ellos. Yo quiero dignificar la memoria de mi abuela, para mi esos nombres si merecen dormir en el olvido. No quiero revancha, solo justicia: que los nietos de los republicanos puedan sacar los restos de sus familiares de ese horror que es el Valle de los Caídos, que se puedan abrir las fosas olvidadas por los campos y enterrarlos de forma digna, donde se pueda llorar su recuerdo, que se declare oficialmente que Franco fue un asesino y su régimen una dictadura, que se revoquen todas las sentencias franquistas ilegales. Sólo después de eso, los muertos de uno y otro bando podrán descansar en paz. De mientras viviremos un Alzheimer inoculado por los intereses de aquellos que se esconden bajo la apariencia de falsos demócratas.
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