Correteando, por
culpa de la novela, a través del entorno
social de la Granada gris y cruel de posguerra me he encontrado con otro
personaje curioso: Antonio Gallego Burín. El que fuera dos veces alcalde de la ciudad
y gobernador civil de la provincia durante los primeros y más opresivos años de
la dictadura es un claro ejemplo de la evolución hacia el fascismo de buena
parte de la derecha española.
Había nacido en el
seno de una familia burguesa granadina. En 1914 se licenció en Letras y meses más
tarde, con tan sólo veinte años de edad, se afilió a las juventudes mauristas. El
estallido de la Primera Guerra Mundial aceleró en la sociedad europea algunos
cambios que venían larvándose desde hacía tiempo, entre ellos la fiebre nacionalista
que se propagó no sólo por los países contendientes. En 1917 Antonio Gallego abandonó el partido de
Maura por el regionalismo de Cambó, figura emergente en la política, aupada por
la burguesía industrial catalana que se había enriquecido con la contienda en
Europa. Abrazó con fervor la idea del “imperio de las naciones” que tanto
deseaba Cambó y criticó a los que les tildaban de separatistas.
No obstante sus ideas
estaban llenas de contradicciones. No dudó en criticar el pujante andalucismo
de Blas Infante porque consideraba que Andalucía lo que necesitaba era “un
periodo de educación política” y era contrario a su autonomía porque le
“acarrearía males infinitos”
1920 decidió
presentarse a las elecciones municipales, pero la enorme derrota electoral le
hizo retirarse a su labor universitaria y abandonar la política “embrutadora e
idiotizante”. La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera, con sus ideales de
regeneración nacional y fuerte sentimiento católico, le hizo concebir
esperanzas que se frustraron para él de forma rápida. En 1929, cuando la
dictadura comenzaba a agonizar se aproximó aún más la Lliga Catalana de Cambó y,
según una carta que le escribió ese año a un amigo, consideraba que “Cataluña
es el único pulmón español que respira el aire de Europa”.
Las elecciones
municipales de 1931 se convirtieron en un pleibiscito a la Monarquía y los
Regionalistas catalanes de Cambó se acercaron al viejo maurismo con el objetivo
de evitar la victoria republicana. Otra derrota le obligó a Gallego a regresar
de nuevo a su actividad académica, en la que permaneció durante toda la Segunda
República hasta que, tras el golpe de estado de los militares y el estallido de
la guerra, vistió las “mangas verdes” de Defensa Armada, las milicias civiles
que ayudaron a implantar el nuevo orden. Un año más tarde, en 1937, de la mano
de sus amigos y confundadores de la Falange, Julio Ruiz de Alda y Alfonso
García Valdecasas ingresó en ese partido y estuvo al frente de la propaganda en
Granada.
El 3 de junio de 1938
fue nombrado alcalde la ciudad y su primera medida fue la construcción de una
Cruz a los Caídos. Entonces ya era un firme defensor de imperialismo nacional y
los principios de la Nueva Cruzada “La paz de España para ser sólida y duradera
ha de asentarse en los filos acerados de nuestras bayonetas”. Para él la
guerra, y con ella los asesinatos y fusilamientos que habían llenado Granada de
terror, tenían “carácter una auténtica
redención y de una resurrección”.
En Octubre de 1940 le
nombraron Gobernador de la provincia, pero a lo
largo de los meses siguientes, la Falange local lo consideró tibio
frente a las acciones que estaba desarrollando la guerrilla de los Queros,
muchas de las cuales golpeaban y ridiculizaban al partido. La muerte del
alcalde Rafael Acosta fue la excusa perfecta para devolverle a la alcaldía y
ofrecer la Gobernación a un hombre duro
e implacable: Manuel Pizarro.
Durante los años
siguientes Gallego viviría enfrentado a la Falange. En 1943, cuando destinaron
a Pizarro a Teruel con la misión de que también allí impusiera su política de
terror contra el maquis, el nuevo Gobernador Civil, el “camisa vieja“ Fontana
Terrats se quejaba de la escasez de alimentos, el hambre espantosa, las
condiciones laborales infrahumanas o la mendicidad que se encontró a su llegada.
La relación entre ambos siempre fue
tensa hasta que Fontana cesó en el cargo en 1947 por culpa de la fama que adquirieron
en la ciudad las acciones cada vez más audaces de los Quero, a los que no había
podido quebrar.
En ese momento, con
la Falange domesticada por Franco a sus intereses, Antonio Gallego mostró una
fe inquebrantable en el Caudillo. Lo hizo en un momento en el que el dictador,
que había sentido la presión internacional tras la derrota del nazismo en
Europa con el que tanto conqueteo, sólo le interesaba hombres de lealtad sin
fisuras.
La desmedida desmemoria
de una parte de la sociedad granadina, “la peor burguesía de España” como la
calificó García Lorca, no quiere
recordar que Gallego Burín consiguió gracias a la fuerza de las armas lo que
nunca había logrado conseguir en unas elecciones libres. El diario Ideal,
cuando eligió a las 100 personas más ilustres de Granada en el siglo XX,
incluyó en la lista a un hombre que ejerció el cargo de alcalde poco tiempo
después de que el que había sido elegido con los votos del pueblo: Manuel Fernández
Montesinos fuera fusilado frente a la tapia del cementerio.
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