A los libros les ocurre como
a las ciudades. A menudo nos acercamos a ellos con la impaciencia de la primera
visita, esa que nos lleva a tratar de descubrir sus joyas de forma casi
precipitada, sin la pausa necesaria para apreciar todos los detalles. Guardo
mejor recuerdo de las ciudades a las que vuelvo porque las suelo mirar con ojos
más calmados. Hay novelas a las que volvemos muchos años más tarde para
descubrir nuevos tonos que pasaron desapercibidos en nuestro primer viaje por
sus páginas.
No recuerdo con precisión
cuando leí El viejo y el mar de Ernest Hemingway. Creo que han pasado más de
veinte años. En mi memoria quedó como una novela sencilla y muy amena. He regresado
a ella porque era la primera lectura recomendada del tercer año de mi curso de
novela. Me ha vuelto a deslumbrar esa aparente sencillez, pero esta vez he aprendido mucho del enorme oficio con el
que está escrita. Hemingway explicó muchas veces su teoría del iceberg para la
construcción de una novela. Lo que cuenta en ellas es sólo una parte visible de
la historia, debajo de la cual perviven muchos matices.
Ya en la primera frase va
directo al grano: “Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream
y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez.” A partir de ese
momento toda la estructura narrativa está al servicio de la historia que nos
quiere contar, la de Santiago, unos de los personajes más entrañables de la
literatura. “El viejo era flaco y
desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas
manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el
mar tropical estaban en sus mejillas. Esas pecas corrían por los lados de su
cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la
manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de
estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido
desierto. Todo en él era viejo, salvo
sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos.”
Hemingway nos
describe al viejo pescador con maestría, pero más allá de las descripciones
físicas, lo vemos a través de los diálogos. Pocos escritores escribieron
diálogos tan maravillosos como él. Recuerdo un cuento suyo, Los asesinos, en el
que conocemos toda la historia a través de la conversación que mantienen dos
gánsteres en la barra de un restaurante y también por sus silencios, por todo
aquello que no cuentan, pero que existe bajo el agua como la enorme masa de los
icebergs y que el lector intuye e imagina.
“Marcharon juntos camino arriba hasta la cabaña del viejo y
entraron, la puerta estaba abierta. El viejo inclinó el mástil con su vela
arrollada contra la pared y el muchacho puso la caja y el resto del aparejo
junto a él. El mástil era casi tan largo como el cuarto único de la choza. Esta
estaba hecha de las recias pencas de la palma real que llaman guano, y había
una cama, una mesa, una silla y un lugar en el piso de tierra para cocinar con
carbón. En las paredes, de pardas, aplastadas y superpuestas hojas de guano de
resistente fibra había una imagen en colores del Sagrado Corazón de Jesús y
otra de la Virgen del Cobre. Estas eran reliquias de su esposa. En otro tiempo
había habido una desvaída foto de su esposa en la pared, pero la había quitado
porque le hacía sentirse demasiado solo el verla, y ahora estaba en el estante
del rincón, bajo su camisa limpia.” Al describirnos
su choza, nos describe el alma del personaje y nos aporta un detalle sobre su
soledad: la ausencia de la esposa, pero aunque podría darnos muchas
explicaciones al respecto, el autor opta por un enorme silencio que hace que
comprendamos mejor esa pérdida.
Con pocos
personajes conseguirá el lector tanta empatía como con Santiago, todos tensamos
la cuerda que le separa del pez, le ayudamos a golpear a los tiburones que se
comen su presa tan preciada, todos le acompañamos en su lucha, que no es una
pelea en solitario sino acompañado de miles de lectores cómplices que le
acompañan en su última aventura.
Incluso a través
la voz narradora, el autor consigue que empaticemos con el personaje. A través
de esa tercera persona omnisciente consigue la distancia necesaria para que
podamos admirar su talante y apreciar su lucha, pero es a través de sus
monólogos, de sus deseos expresados en voz alta como llegamos al interior de
Santiago y acabamos de identificarnos en su combate contra la derrota.
Hemingway
consigue a través de esta obra reponerse de otra derrota. Su anterior novela “Al
otro lado del río y entre los árboles” fue vapuleada por los críticos que
empezaban a considerarlo un novelista acabado y viejo. Gracias a la historia de
un anciano que decide no rendirse ante las adversidades, demostró que seguía
siendo un gran escritor, como quedó demostrado con la concesión de los premios
Pulitzer y Nobel poco tiempo después.
A
Santiago siempre le queda el recuerdo de un pasado de juventud para acompañarle
en su lucha “Se quedó dormido enseguida y soñó con África, en la época en que era
muchacho y con las largas playas doradas y las playas blancas, tan blancas que
lastimaban los ojos, y los altos promontorios y las grandes montañas pardas.
Vivía entonces todas las noches a lo largo de aquella costa y en sus sueños
sentía el rugido de las olas contra la rompiente y veía venir a través de ellas
los botes de los nativos. Sentía el olor a brea y estopa de la cubierta
mientras dormía y sentía el olor de África que la brisa de tierra traía por la
mañana.”
Es
precisamente en el recuerdo donde encuentra refugio para su última derrota. “Allá arriba, junto al camino, en su cabaña,
el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho estaba
sentado a su lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos.”
En El
viejo y el mar todo está al servicio de la acción, desde la sencillez del
lenguaje, la alternancia de las dos voces narradoras y los diálogos que hacen
que la lectura discurra veloz. Grandes lecciones para cualquier aprendiz de
escritor como una de sus máximas, que debería estar pegada a la mesa de trabajo
de cualquier escritor “El trabajo de cada día solo debe interrumpirse cuando ya
se sabe cómo se va a empezar al día siguiente”.
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Pero el viejo no soñaba con leones marinos, sino con leones de verdad; es un error de traducción.
ResponderEliminarLo mismo pensé.
Eliminar... el viejo soñaba con los leones. Lea el libri.
ResponderEliminar... el viejo soñaba con los leones. Lea el libro.
ResponderEliminarNo es el primero que me hace el comentario. Como verá en un comentario anterior ya hubo alguien que hizo la corrección. Al parecer era una error de traducción de la edición que yo leí y como en mi edición equivocada hablaba de leones marinos (a mi ya me extrañó mucho que los hubiera en África) así se queda. Acepto todos los comentarios, incluso los cínicos pero... ¿de verdad se cree que no he leído el libro? Creo que usted es el que no ha leído mi texto, aunque por supuesto tiene todo el derecho a que no le guste, sobre todo si contiene errores
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