Le debes carta al sur, como la historia. Luis García Montero. Diario Cómplice.
El 4 de Diciembre de 1.977 las calles de toda Andalucía se llenaron de banderas blancas y verdes para reclamar la autonomía. Cansados de la indolencia mostrada durante siglos por nuestros líderes, de ser el vagón de cola de España y de Europa, de que el peso de las armas o de los derechos históricos de otros pasaran por encima de la voluntad de nuestro pueblo, dos millones de andaluces tomamos las calles para decir bien alto que no éramos una región de segunda. Yo era entonces un niño de apenas nueve años, pero aún recuerdo aquel día. Mi padre no quiso que, por mi edad, participáramos directamente en la manifestación, pero acudimos a las aceras para ver como nuestros paisanos, por una vez, levantaban la voz, para solidarizarnos con ellos y formar parte de aquella sociedad democrática que empezaba a perder el miedo.
Lo que yo vi era una fiesta, decenas de miles de personas pidiendo libertad, reformas, infraestructuras… pero en otra parte de la ciudad se presagiaba el drama. En el edificio de la Diputación Provincial, fuertemente custodiado por los antidisturbios de la Policía Armada y por militantes de extrema derecha, sólo ondeaba la bandera nacional. El Presidente de la Diputación se negó izar en el mástil la bandera blanca y verde. Un manifestante escaló la fachada para subsanarlo. Empezaron los enfrentamientos, las cargas salvajes, los botes de humo, las balas de goma y aquella fiesta acabó teñida de luto. Aún hoy se desconoce quién apretó el gatillo, pero un joven de comisiones obreras, José Manuel García Caparrós, de sólo diecinueve años, nunca regresó a su casa. Fue abatido por aquellos que no querían que el país se abriera al futuro. Durante las horas posteriores, se sucedieron las carreras delante de los grises, que yo pude ver confortablemente desde las ventanas del balcón de mi casa en el centro de Málaga, mientras mi madre me pedía que me alejara de aquellos cristales. La cara de mi padre había cambiado por completo, la ilusión de sólo unas horas antes había mudado en una preocupación callada.
Tres años más tarde, el 28 de Febrero de 1.980, el pueblo andaluz acudió a las urnas para refrendar con un 87% el referéndum de autonomía, que todas las calles de Andalucía habían reclamado aquella mañana del 4 de diciembre. La Constitución Española establecía dos vías para la descentralización del Estado y el Gobierno de la UCD pretendía que la vía rápida, la que establecía el artículo 151, sólo fuera utilizada por el País Vasco y Catalunya, en base a sus llamados derechos históricos. El referéndum que forzamos los andaluces fue el primer y el único que se planteó. Luego la descentralización acabó aplicándose con igualdad al resto de regiones, en lo que algunos engreídos muy molestos calificaron como “café para todos”. Ese término sigue siendo utilizado por algunos que se autocalifican como conductores de locomotoras imaginarias, exhaustas, según ellos, por la pesada carga de los viejos vagones.
Pero la aprobación de aquel referéndum no fue tarea fácil. La presencia de publicidad fue muy limitada, porque, de manera inexplicable, se prohibió la propaganda a favor del voto afirmativo en todos los medios de comunicación del estado. La UCD, en el gobierno, y Alianza Popular, luego refundada en el PP, pidieron el voto negativo. Ese fue un error que aún hoy, más de treinta años después, siguen pagando, aunque algunos hayan olvidado como el actual alcalde de Málaga Francisco de la Torre, actualmente en el PP y entonces diputado de la UCD hiciera unas extensas declaraciones a la agencia EFE en contra de la autonomía andaluza. A pesar de todas las dificultades y del negro augurio de los sondeos, los partidos de izquierdas consiguieron movilizar a la sociedad andaluza, que veía en la votación una oportunidad histórica única para que la región alcanzara el desarrollo económico que eliminara la discriminación y el atraso histórico de siglos de abandono.
A partir de ese día, el 28 de febrero se convirtió en el Día de Andalucía. Recuerdo que, con ese motivo, cada año se celebraba un festival en mi instituto, en el que los alumnos preparábamos actuaciones musicales, teatrales y se recitaban poemas. La fiesta acababa con buena parte del auditorio en pie, cantando primero el Libertad sin Ira de Jarcha y luego el Himno de Andalucía, mientras unos pocos gritaban Vivas a España y a Franco.
Han pasado más de tres décadas de aquellos hechos. Somos muchos los que hemos perdido bastantes de aquellas ilusiones por el camino. Cada vez se oyen voces que quieren revisar la descentralización del viejo estado que se inició entonces. Algunas administraciones locales y regionales han dilapidado durante décadas el dinero de todos, algunas veces en proyectos faraónicos que ocasionaban comisiones que acababan en oscuros bolsillos. Los análisis fríos que algunos hacen de la situación actual de Andalucía encuentran más sombras que luces. Pero a mí me enorgullece que el gobierno de mi región siempre esté al frente de las políticas sociales más innovadoras de Europa y en estas tres décadas Andalucía ha cambiado mucho, también para mejor.
Por todo ello, hoy que muchos olvidaron el algún cajón los motivos de la celebración, yo quiero recordar aquellos festivales, donde la ilusión de la minoría de edad nos hacía cantar aquel himno de una tierra que, más allá de los nacionalismos exclusivos, quiere afirmar la libertad para todos porque, como bien dice la letra, “Sean por Andalucía libre, España y la Humanidad”
Acabo de vez por vez primera este video que me ha emocionado mucho porque explica muy bien el sentimiento de aquel día través de la mirada de un gran andaluz Javier Pérez Royo:
A aquellos que se empeñan a identificar los tópicos de españolismo con Andalucía les iría ver bien este video sobre la transición en Andalucía
Y sobre aquella manifestación del 4 de diciembre
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