Descubrí a Antonio Soler
hace más de dos décadas, cuando el inicio de su novela El nombre que
ahora digo me dejó fascinado: He perdido mi patria, dejó escrito
Gustavo Sintora en el inicio de uno de sus cuadernos. Pero cuando escribió esas
palabras, Sintora no hablaba de ningún país, de ningún ejército ni territorio,
de ninguna bandera. Su patria fue una mujer, una mujer que tenía nombre y ojo
de atardeceres. Me atrapó la historia de una banda de personajes camino de
la derrota que sobreviven en la tramoya de la guerra.
Años más tarde, reconocí en El
camino de los ingleses los paisajes de mi adolescencia malagueña, por donde
se movía otra banda de personajes memorables, como el Babirusa o la Señorita
del Casco Cartaginés, que a veces rayaban la parodia. En el centro de
nuestras vidas hubo un verano… comienza aquella historia que, a mí
sin ningún motivo ni conexión real, me recordaba al último verano que viví en
Málaga.
Hace unos tres años Apóstoles
y asesinos me transportó a la Barcelona de principios de siglo pasado y
a las luchas sociales.
Ahora, con El día del lobo
nos narra el cuento de su infancia, que también fue el de mi adolescencia. Y cuando describe a su abuela materna de esa
forma: La alumbraba el sol de la
tarde en aquel sofá de escay marrón, cerca de la terraza, en un piso del número
68 de la calle Martínez Maldonado, Málaga, casi cuarenta años después. Franco
todavía vivo, Una estufa de butano adornada por un tapete de croché y una
maceta de cintas... yo recuerdo, de forma ligeramente parecida y a poco más
de dos kilómetros de distancia, a mi abuela María en otro piso, del numero 49
de la Avenida del Doctor Marañón.
Ese fue el cuento de mi
infancia. El más impresionante. El cuento que siempre le pedía a mi abuela
materna que me contara. Su viaje al infierno. Allí siempre estaba el lobo
acechando. Mostrando los colmillos afilados, su sed de sangre. El lobo que vino
todos los días. No había encantamientos, brujas ni monstruos de tres cabezas
que pudieran compararse con aquella historia. Con esa esa frase comienza el
texto de la sábana final del libro. Y no puedo estar más de acuerdo: siempre me
han fascinado esos momentos mágicos, en los que diferentes miembros de mi
familia me contaban la historia de María. Mi desgracia es que mi abuela murió
cuando yo tenía 8 años y no pude tener las conversaciones que Antonio Soler
tuvo con la suya. Su historia me llegó de forma deslavazada y oral y no pudo
ordenarse hasta que, de forma casi milagrosa, descubrí que en un olvidado
archivo militar existía un Sumario de guerra por ayudar al maquis -entre ellos
mi abuelo- y en otro olvidado museo municipal su expediente penitenciario que
cuenta ocho años de su vida en una cárcel de la posguerra.
Llevo quince años intentando escribir una novela que cuente la historia más maravillosa que me han contado. Un proyecto varado demasiado tiempo a la espera del momento y la inspiración adecuados. Uno de los episodios más dramáticos –en el que más he trabajado- sucede en a lo largo de varias carreteras que llevaban hacia Almería. Por rutas y momentos diferentes escapaban mi abuela, acompañada de mi madre María de apenas dos años, que huyeron desde Jayena, su marido -mi abuelo José- desde Málaga y dos de sus hermanos: Pepe y Ángeles que habían elegido el peor momento para huir desde Granada.
Durante más de un año dejé el
trabajo que pagaba mi hipoteca para centrarme en la investigación histórica y
vagabundeé por todas las bibliotecas leyendo todos los libros que encontré
relacionados con el tema. Me atrevo a afirmar, por muy rimbombante y falto de modestia
que parezca, que me convertí en una inútil eminencia sobre el tema.
El día del lobo llegó a
las librerías el jueves pasado. En mi agenda mental tenía una cita ineludible.
He devorado en dos días las paginas de esta novela. Algo “normal” en alguien
obsesionado con “La Desbandá”. Eso quizás me convierta en un crítico
exigente y difícil, pero a la vez entregado, difícilmente objetivo.
Por las páginas de este libro de
Antonio Soler vuelven a aparecer, como en todos los anteriores, personajes
maravillosos. Los que hayan leído mi blog conocerán las apasionantes historias
de Arthur Koestler, sir Peter Chalmers-Mitchell, el coronel Villalba, Luis
Bolín, Norman Bethune, Gamel Woolsey… que allí agrupo con el epígrafe Los
personajes que no caben en mi novela
Antonio Soler les ha encontrado
cabida en El día de lobo y comparten sus páginas con los miembros de las
familias Soler y Marco. Quien quiera conocer detalles sobre La Desbandá los
encontrará aquí con rigor histórico y ecuanimidad. Este libro describe la
complejidad de lo sucedido huyendo de esas visiones parciales y maniqueas con
las que muchos quieren recordar la Guerra Civil. El horror fue provocado por
ambos bandos, aunque la contabilidad del mismo fuese muy dispar, como nos
resalta Soler.
Al repelente sabiondillo que
escribe este texto le interesan mucho más las historias de esa abuela que se
tuvo que hacer estraperlista para sacar adelante a su familia, o de ese abuelo
que era krausista sin saberlo, llevado por ideales igualitarios que encendieron
de esperanza tantos corazones luego derrotados; o de ese otro abuelo convertido
en un santo laico que vela por todos; del cabo Soler Vera -padre del escritor-
que vuelve a aparecer conduciendo un camión y acompañado de su amigo Doblas,
como ya hacía en aquella primera novela que leí hace tantos años; o del
impetuoso Manolito que se perdió en mitad de un bombardeo…
Todos ellos en mitad del horror donde
“el tiempo dejaba de existir” porque “cuando parecía que todo acababa, que
el estruendo menguaba, renacía y se redoblaba con más virulencia, con más
hambre, dejando en una insignificancia el espanto anterior, creciendo en una
espiral que llevaba camino de ser inacabable hasta acabar con el último atisbo
de vida en los alrededores de la carretera”
La novela rinde homenaje a las víctimas de esa infamia en la que, junto a centenares de miles de personas, estaba también mi familia. Lo hace en un momento en el que están desapareciendo los últimos supervivientes. No hay una sola “desbandá”. Hay miles de historias tan diferentes y a la vez tan parecidas. Fueron silenciadas durante demasiado tiempo. Por ello, me llena de emoción que un escritor alce sus palabras para mantenerlas con vida. Pocas historias me resultan tan cercanas como el cuento más impresionante de la infancia de Antonio Soler y creo que de la de otros muchos.
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