De
nada sirve una historia poderosa si el novelista no sabe contarla, hacérsela
vivir al lector. De igual forma, hay escritores con talento que eligen
historias banales, personajes aburridos, sin la mínima sustancia para generar
la pasión necesaria. No es fácil encontrar una gran novela que narre una
historia a la vez magnifica y bien contada. El hombre que amaba a los perros,
del escritor cubano -y último premio Princesa de Asturias de Literatura-
Leonardo Padura tiene ambas cosas en dosis abundantes.
Nos
cuenta el asesinato de Trostki desde tres perspectivas diferentes: la de la
propia víctima, la de su ejecutor, el comunista catalán Ramón Mercader, y la
del presunto escritor al que el asesino, al borde de la muerte, le cuenta los
hechos. Conforme avanzan las páginas, las tres voces van encajando para contar
detalles complementarios que enriquecen la visión del lector.
Y
sin duda alguna, de las tres voces, es la de Mercader la que me parece más
interesante. En ciertos momentos, llega a abrumar el exceso de detalles
históricos que rodean la vida del dirigente soviético Lev Davídovich
“Trostki” o las
dudas y penurias del narrador que elige Padura para contarnos la historia. En
cambio, la vida del asesino, su transformación en diferentes personajes, la alienación
ideológica para conseguir un fin, me parecen apasionantes. A través de su
biografía, la de un hombre al servicio de la causa, podemos entender mejor la
deriva totalitaria del estalinismo, capaz de sacrificar a la República Española
y a diferentes países europeos como peones de una larga partida de ajedrez contra el nazismo primero y los aliados más
tarde.
Ramón Mercader |
Entre
el idealista combatiente republicano que conocemos en el frente del Guadarrama
y el espía asesino, entrenado en el odio, que purga su desilusión en las frías
avenidas de Moscú o en las cálidas playas de La Habana media un abismo. Una
transformación que sirve para explicar algunos de los momentos históricos más
importantes del siglo XX, la destrucción de un ideal igualitario para convertirlo
en una dictadura cruel que no tiene ni un gramo de piedad, ni siquiera por unos
de sus fundadores.
El
viaje del propio Troski desde el poder absoluto al más mísero abandono también
está lleno de matices, pues muestran a un político fanatizado que antepone los
fines políticos y la ideología por encima de todo, incluso sus seres más
queridos. De tal forma que, en algunos momentos de la novela, es
posible sentir más simpatía por el asesino que por la víctima.
Trostky |
Junto
a los tres protagonistas aparecen un ramillete de personajes secundarios
antológicos, todos ellos reales, que se mueven por la ficción que levanta
Padura con una veracidad que parece absoluta. De entre ellos, hay dos que
tuvieron una biografía apasionante: Caridad del Río, la madre del asesino, una
mujer fría, sin sentimientos que lleva a su hijo al mayor de los fanatismos o
Leonid Eitingon, el espía que va adquiriendo diferentes nombres a lo largo de
la novela y que dirige e instruye a Mercader. Los diálogos amargos que mantiene
con su pupilo al final de la novela, tras la larga estancia de éste en una
cárcel mejicana, reflejan la enorme desilusión y el sentimiento de culpa de dos
hombres que fueron capaces de sacrificar lo mejor de sus vidas por un ideal
que, muchos años después, se demuestra absurdo.
Caridad del Río |
Si
una de las condiciones imprescindibles de una novela es que sus personajes
evolucionen con los hechos que narra, de tal forma que al final de la misma
sean muy diferentes de cómo eran al principio, El Hombre que amaba a los perros
es uno de los mejores ejemplos que recuerdo en ese sentido.
Leonid Eitingon |
Más
allá de cómo trenza realidad y ficción, la novela es también un ejemplo del
dominio de la sintaxis. Siento admiración por los escritores que se atreven a
construir largas frases encadenadas sin que el lector se pierda entre ellas,
para conseguir un tono y una voz que lo atrapen a la historia.
Yo
he disfrutado la edición de bolsillo, recientemente publicada. Por lo que he
leído en un periódico, a pesar de ser una reedición, ha sido uno de los libros
más comprados este verano. Es una de las mejores novelas que he leído este año
en el que, por desgracia, también ha habido lecturas bastante insulsas, un
libro muy recomendable para conocer el camino al fanatismo, la pérdida de identidad
de las personas en beneficio del presunto interés colectivo de un pueblo, que,
en realidad, sólo responde a los intereses personales del gran líder. Y en esas
circunstancias, como vemos en la poderosa escena con la que arranca la historia
de Ramón Mercader, el individuo puede enfrentarse a las presiones y al menos
cuestionarse la verdad oficial para decir NO.
–Sí, dile que sí.
Por el resto de sus días
Ramón Mercader recordaría que, apenas unos segundos antes de pronunciar las
palabras destinadas a cambiarle la existencia, había descubierto la malsana
densidad que acompaña al silencio en medio de la guerra. El estrépito de las
bombas, los disparos y los motores, las órdenes gritadas y los alaridos de
dolor entre los que había vivido durante semanas, se habían acumulado en su
conciencia como los sonidos de la vida, y la súbita caída a plomo de aquel
mutismo espeso, capaz de provocarle un desamparo demasiado parecido al miedo,
se convirtió en una presencia inquietante, cuando comprendió que tras aquel
silencio precario podía agazaparse la explosión de la muerte.
En los años de encierro,
dudas y marginación a que lo conducirían aquellas cuatro palabras, muchas veces
Ramón se empeñaría en el desafío de imaginar qué habría ocurrido con su vida si
hubiera dicho que no.
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