06 mayo, 2010

La derrota heroica

La entrada de los Estados Unidos en la contienda, supuso el principio del fin de la Guerra de Cuba. Tras la explosión del Maine, el gobierno español trató de evitar el enfrentamiento abierto y peregrinó por todas la cancillerías europeas buscando una mediación, pero pagó caro su aislamiento diplomático, originado por su desidia durante los años anteriores. El país vivía en aquellos momentos en una burbuja. Hacía ya muchos años que sus glorias imperiales se habían desvanecido, pero la clase dirigente y los periódicos soflamaban a la población con proclamas patrióticas, menospreciando la capacidad bélica estadounidense con calificativos exaltados.

En esas semanas, por reorganización de su unidad, mi tatarabuelo Antonio López pasa a formar parte 7ª compañía de la 3ª Brigada de Tropas de Administración Militar, que operaba al mando del capitán Humberto Rodríguez Brochero en Sancti-Spiritus. Esta ciudad está situada junto al río Yayabo en el centro de la isla, al norte de Sierra de Escambray. En el momento en el que Antonio llega a Sancti-Spiritus, el ejército del rebelde Máximo Gómez habían sufrido numerosas bajas, aún así más de diez mil mambises estaban cerca de la ciudad faltos de víveres y municiones.


El Almirante Cervera

Los EE.UU declararon la guerra el 21 de abril e impusieron un bloqueo naval en toda la isla. Una semana más tarde la flota española zarpa hacia el Caribe comandada por el almirante Cervera, que se había opuesto desde el principio a la operación militar, sabiendo que iban hacia una derrota inevitable. Después de veinte días de navegación, Cervera consiguió despistar a la escuadra estadounidense y atracar en el puerto de Santiago de Cuba, que fue rápidamente bloqueado por los buques enemigos. La Corona había afrontado este conflicto con las arcas vacías y sus barcos se encontraban en clara inferioridad frente a la potente armada americana. Un enfrentamiento a mar abierto representaba un suicidio, pero en España, a miles de kilómetros de distancia, la prensa presionaba para que la marina se enfrentara con valentía al adversario. El almirante trató de evitarlo, pero también se negó a una salida durante la noche que hubiera dado alguna ventaja a sus navíos. Finalmente el gobierno, al que le importaba más un final rápido de la guerra que la vida de sus marinos, dio la orden y el 3 de Julio Cervera sale al frente de la flota al mando del buque insignia, el Infanta María Cristina, en el que navega también su propio hijo. Le espera un enemigo mayor, que controla la geografía donde se desarrollan las operaciones: los barcos salen uno a uno por la estrecha bocana del puerto enfrentándose así al conjunto de la flota enemiga. El resultado de la batalla no pudo ser más desigual, mientras los americanos apenas tuvieron una víctima, 470 de los nuestros murieron o fueron heridos y más de 1.700 cayeron prisioneros. El contralmirante estadounidense Dewey afirmó que “desde su jefe hasta el último oficial de la escuadra norteamericana han admirado la bravura y heroísmo desplegados por los españoles”.


Los estrategas sabían que la batalla se libraría en el mar y que nuestro ejército de tierra dependía de la escuadra, así que una vez ésta fue destruida no tenía sentido ninguna resistencia. Para los estadounidenses la victoria sólo era cuestión de tiempo. Las torpezas estratégicas de los generales españoles anticiparon además el desastre. El ataque norteamericano no se produjo en la bien guarnecida La Habana, sino en Santiago, donde la defensa era más débil. Allí nuestro ejército estaba rodeado, hambriento y enfermo. La única arma que les quedaba para compensar los fallos estratégicos era el heroísmo. En el fuerte de El Caney resistieron hasta la extenuación el asalto de unas fuerzas diez veces mayores. En la Loma de San Juan unos 250 soldados se batían contra más de 3000 soldados yanquis. Eran actos de valentía a la desesperada, que sólo podían ser jaleados por una nación con criterios trasnochados, que anteponía sentimientos de honor, valor y heroísmo a los más pragmáticos de simple eficacia militar. Finalmente los americanos dieron un plazo de una semana para la rendición de la ciudad, la respuesta española fue negativa, obligando a una evacuación interminable de la población civil. El día 10 comienza el bombardeo y sólo un día después se firma la rendición y, a través de la medicación de Francia, se aceptan las duras condiciones de paz impuestas por Estados Unidos. No obstante, el tratado tardará varios meses en firmarse, ya que las negociaciones duraron hasta diciembre.

La repatriación de las tropas españolas comienza en agosto. El 28 de noviembre las tropas del general Aguirre empiezan la evacuación de Sancti-Spiritus reconcentrándose en Cienfuegos. Antonio permanece allí hasta el 10 de enero de 1.899 que embarca de regreso a casa en uno de los últimos barcos. El viaje de repatriación dura 19 días. Desembarcó en el puerto de Málaga el 29 de Enero del último año del siglo XIX. Dos semanas antes había llegado a Cádiz el barco que transportaba los restos de Cristóbal Colón, que habían sido desenterrados de la catedral de La Habana. Esos huesos era todo lo que le quedaba a España de su imperio americano.

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