30 octubre, 2009

El regreso de Cuba.

Ahi va el segundo ejercicio que he realizado para el curso de narrativa.

La luz tenue de noviembre se colaba por los visillos, Antonia aprovechaba la última claridad del atardecer, junto a la ventana, para seguir bordando sus pájaros. Hacía dos semanas que había empezado la tarea y quería tenerla lista para cuando llegara su padre. Unos gorriones de colores azules y anaranjados parecen piar sobre unas ramas, rodeados por un marco verde de hojas. Ya sólo le faltaba lo más sencillo, tenía que acabar de darle las últimas puntadas a sus iniciales. En la casa y especialmente en su corazón, reinaba una alegría y una excitación desbordante, que contrastaba con el desánimo que se veía en las caras de todos desde hacía meses.


Estaban a la espera de la llegada de su padre, que regresaba de Cuba después de haber luchado en una guerra muy lejana. Aunque su madre había tratado de ocultarle su preocupación, Antonia, a sus diez años, ya tenía edad para entender que se había pasado demasiado tiempo sin tener noticias de su marido y que, ante el silencio de las autoridades militares, trataba en vano de encontrar su nombre en los periódicos, que llevaban tres meses publicando la lista diaria de los repatriados que llegaban a la provincia. Había oído sus conversaciones con su familia y con las vecinas y había podido entender su preocupación y compartirla. Desde el verano todo el mundo hablaba del desastre, de una derrota inesperada que después todos creían que había sido inevitable, pero acabada la guerra, llevaban varios meses en París negociando una paz que no llegaba y su padre no había regresado todavía.


En septiembre empezaron a llegar los primeros barcos repletos de heridos y fue entonces cuando el país se enteró del estado lamentable en el que volvían sus soldados, del sufrimiento que contaban sus historias de hambre, fiebres y fatigas. Poco a poco el goteo de nombres fue aumentando, los nombres sueltos del principio fueron convirtiéndose en largas listas agrupadas por unidades: el regimiento de San Fernando, el de la Reina, el batallón de La Habana, el de Simancas, la infantería de marina, que siempre llegaban en un tren mixto o a veces en un tren correo y siempre eran recibidos por la comisión de la Cruz Roja, pero nunca en aquellas listas aparecía el teniente de 1ª de Administración Militar que su madre estaba buscando.


Cuando por fin se confirmó el regreso, todo fue felicidad en la casa. Faltaba poco para Navidad y toda la familia estaría junta después de mucho tiempo. Su padre se marchó a la guerra hacía ya más de tres años, aún recordaba el beso que le dio antes de irse y la sonrisa que le ofrendó al salir por la puerta. Ese día la vega estaba radiante, la luz era preciosa y el país entero celebraba con algarabía la marcha de sus soldados hacia la victoria. Ahora que estaba acabando el otoño y se acercaban los días fríos y cortos del invierno, los soldados regresaban de la derrota entre el desaliento y la tristeza.


Pese a la festividad con que otros rodearon su despedida, descubrió a su madre llorando. Feliciana era una mujer de carácter, religiosa y conservadora que siempre había tratado de ocultar sus preocupaciones, el problema es que así también fue paulatinamente ocultado sus sentimientos y Antonia recordaba cada vez con más ternura las caricias de su padre. Cansada de la severidad, de las misas, los rosarios y los bordados, ella también quería estudiar para ser maestra, como su hermana, le gustaba vivir en ese pequeño pueblo de la vega granadina y jugar con sus vecinos, la mayoría hijos de campesinos con pocos recursos, aunque con ello no hacía otra cosa que enfadar a su madre, que siempre le insistía que una señorita, hija de militar, no debía perder tanto tiempo mezclándose con gentes sin más recurso que el trabajo de sus manos.
Estaba dando las últimas puntadas a la tela cuando los gritos anunciaron la llegada y los pájaros se quedaron sobre una silla cantando en sus ramas. Rápidamente acudió a besarlo, pero entre abrazos descubrió que su padre había cambiado, volvía mucho más delgado y parecía más viejo, llevaba en sus ojos la inevitable desdicha del fracaso.

El silencio de los primeros días fue sustituido por los sonidos de las conversaciones y pudo entender la derrota de su padre. Aunque el retraso acumulado de las pagas enfadaba a Feliciana e incomodaba una economía familiar, que sin grandes lujos, no había conocido hasta ese momento la necesidad, él quiso llevar a su hija a Granada con la excusa de encargar en la confitería Los Alpes dulces para la navidad que se acercaba y concederle a Antonia el capricho que llevaba tanto tiempo deseando, contemplar los escaparates de La China, que se anunciaba como el establecimiento de tejidos y novedades más famoso de la ciudad, y dejar volar su imaginación con sus esclavinas de pañete bordadas, sus ricos cheviot de pura lana, sus astracanes, ratsimires, pelerinas y nubes de madroño y sayas. Pero luego entendió que el verdadero motivo del paseo era otro, su padre necesitaba contarle su furia a un amigo militar que pudiera entenderla.

Y mientras Antonia jugaba junto a la puerta con otros niños desconocidos, su padre en la habitación vecina fue contando que había ido a Cuba a colaborar con la organización del abastecimiento y sólo pudo administrar el hambre y la carencia de unos soldados, que no estaban preparados para la guerra, que tuvieron que enfrentarse a ella porque eran pobres y sus familias no tenían los trescientos duros que costaba la redención, ni los medios para arrojarse a las fauces de las empresas crediticias que aparecieron por todo el país para venderles cara su salvación. Había ido para luchar contra los mambises y no para agotar de hambre a sus mujeres y a sus hijos, con estrategias de un general insensible a la desgracia humana. Pensaba que se enfrentaría a los fusiles, pero el enemigo había sido la manigua con sus mosquitos y su fiebre. Los periódicos y los políticos engañaron al pueblo y éste alborozado los despidió hacia una victoria imposible. Luego los yankees acabaron lo que los cubanos habían comenzado y sus barcos fueron demasiado poderosos para los nuestros. Fueron obligados a salir del puerto, con el valor como única arma, por un gobierno que estaba muy lejos para conocer lo que de verdad estaba ocurriendo y solo pretendía anticipar el final menos deshonroso posible, aunque ya fuera tarde para salvar la honor. Los buques fueron embarrancando uno a uno, heridos por la flota enemiga que los esperaba al final de la estrecha dársena. Luego vendría la eterna espera del repatriado, las más dos semanas del largo viaje en un barco hacinado de hombres sin futuro.


Tras despedirse de su amigo, de regreso a casa, la cara de su padre cambió cuando vio a un soldado con harapos mendigando limosna en mitad de la calle. En otro tiempo él se habría indignado, le habría acusado de no ser digno de su uniforme, pero ahora ya no era el militar entusiasta que se había marchado a Cuba y sólo pudo mirar a otro lado, aunque eso le dolió aún más porque era lo que todo el país estaba haciendo, tratando de esconder su dolor entre el olvido. Y es que después de la guerra algo había cambiado en las vidas de los habitantes de la vega.
Seis años más tarde Antonia dejaría las comodidades de su casa para casarse con un gañán, veinte años mayor que ella, pero de una bondad infinita que siempre le acompañaría. José sólo había heredado de su padre el apodo que en el futuro también llevarían sus hijos: mitaílla, esa curiosa unidad de medida con la que aquel viejo campesino pedía en el bar el anís que le calentaba del frío de la vega. Y en su nueva pobreza Antonia recordaría aquellos días duros del regreso de su padre y siempre tendría la misma respuesta cada vez que oía alguna queja de boca de sus ocho hijos. La frase ha sobrevivido al tiempo y pervive en la memoria de la familia: más se perdió en Cuba. Lo que ella no sabía entonces es que aún es posible llegar a perder más.

La luz de noviembre vuelve a entrar por la ventana, la habitación de mi hija está ahora en calma, las hojas descuidadas del jardín le susurran otro otoño a la mañana. En la pared unos gorriones anaranjados y azules siguen piando una larga historia: la del tatarabuelo que regresó de Cuba con una derrota, la de la bisabuela que bordaba pájaros y perdió un hijo en otra guerra, fusilado por unos canallas que sólo hablaban palabras de odio y de venganza, la de la abuela abandonada por todos que parió en la cárcel a su hija y a su amargura, la de madre que se crió en la noche azul de los hospicios y clausuró luego su pena en un convento, la historia que algún día, cuando encuentre las palabras, quiero contarle a mi hija para que no se duerma en el cajón del olvido.

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29 octubre, 2009

La pista falsa

Yo sigo insistiendo y presentandome al consurso de microrelatos de la Cadena Ser, pero el exito sigue tambien siendo esquivo. El de esta semana:
“El hombre lucía una inquietante sonrisa”. La frase apareció manuscrita en un papel dentro del bolsillo del cadáver. Entonces no sabíamos si lo había escrito el asesino o la víctima, pensamos que se trataba de una pista y analizamos con detalle lo que nos quería contar con esas palabras. Dejaba claro que no era una mujer, ni probablemente un viejo. Imaginamos un hombre de mediana edad. Completamos el retrato robot sabiendo que sonreía y nos quedaba por descifrar el motivo que generaba esa inquietud. Nos equivocamos. Ahora sabemos que el personaje nos engañó y él es el hombre que sonríe porque este cuento no tiene final.
Decía Ray Bradbury en su libro El arte zen de escribir que "al lector se le puede hacer creer el cuento más improbable si, a través de los sentidos, tiene la certeza de estar en medio de los hechos". Aqui el personaje se apropia de la libertad que aconsejan los manuales de escritura hasta el punto de tomarle el pelo al escritor y a los lectores. Parece que no he conseguido el objetivo, seguiré intentándolo.

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26 octubre, 2009

La tortura

He comenzado el curso de narrativa de la Escuela de esritura. El primer ejercicio trataba de plasmar un sentimiento concreto (que me habia tocado aleatoriamente) en un texto breve de menos de un folio. A ver si averiguais de cual se trata.

En la quietud de las paredes grises, desconchadas, la espera es breve. La puerta vuelve a abrirse y Roque entra con sus botas, sus correajes y su camisa azul arremangada, uniformado para continuar con la tortura. Aún lleva el olor del cigarro, que se mezcla ahora con el sudor de toda la noche, impregnando el aire del pequeño cuartucho con un hedor de amenaza. Coloca la pistola sobre la mesa como quien manda un último aviso y nuevamente comienza a golpearla con la rabia de quien lleva tres días sin conseguir su propósito.

Ni si quiera el amago de fusilamiento hizo que hablara. No se rindió ante el pelotón que la apuntaba amenazándola con hacerle perder lo poco que le quedaba. No entiende de dónde saca las fuerzas para resistir su silencio, con su marido huido y apartada de sus hijas, debería haberse desmoronado desde el primer momento y haberle contado algo hace ya tiempo. Necesita información que le lleve a alguna parte, que destruya, de una vez por todas, la resistencia de los que se esconden por los barrancos, de aquellos que no quieren enterarse que han perdido la guerra y alargan su lucha inútilmente. A Roque le desespera ese mutismo. Le cansa que, en el último momento, siempre se le escapen por los tejados y las alcantarillas, que el rumor de sus acciones vaya extendiéndose por toda Granada y su osadía esté convirtiéndose en una afrenta. El enemigo está vencido y no puede tener héroes. No soportó esa actitud durante el conflicto y menos ahora que la gloriosa victoria los ha puesto a todos en su sitio.

La calma tensa sólo ha sido un preludio para descargar nuevamente su furor brutal sobre su cara. Vuelve su sofoco, su cara enrojecida por la impotencia, la sangre que se sube por el cuello mientras no deja de golpearla con desprecio. Su víctima no entiende el odio que ve en sus ojos, el motivo de esa sed de venganza, el dolor que siente en su cuerpo por culpa de su cólera enfebrecida. No quiere que otros compartan su suerte, bastante tienen con tratar de sacar adelante a sus familias después de la derrota, con enmudecer su humillación y su tristeza. Los que le han obligado a callar durante los tres últimos años, ahora quieren que hable, que confiese los nombres de otros para que también sufran su venganza.

Roque se impacienta. Pregunta, golpea, grita, pero el interrogatorio está yendo hacia un callejón sin salida y, después de tantas horas, se le están acabando las opciones, siente como si su debilidad la hiciera más fuerte y eso le indigna por encima de todas las cosas. No comprende cómo esa mujer, embarazada de tres meses, le está ganando la partida.

Mi abuela María fue detenida en Noviembre de 1.941 estando embarazada de tres meses. En la ficha aparece como profesión “su sexo”, como si una mujer no pudiera hacer otra cosa que las labores domésticas de su casa. La causa contra ella la inició el teniente José Matamoros Mora el 24 de Febrero de 1.942. Su número es la 525 del legajo 820. Fue torturada. El 14 de abril de ese año nacía mi tía en la prisión de Granada. Su hija estuvo con ella hasta Octubre de 1.943 que fue cuando cumplió los 18 meses de vida. Poco antes de esa fecha, mi abuela preguntó por su sentencia, la respuesta que recibió fue condena de muerte. Fue una mentira y un signo más de tortura. En realidad fue sentenciada, con otras diez personas, el 27 de Enero de 1.944 a 10 años de prisión por ser cómplice de huidos a la sierra. Su marido había colaborado en alguna medida con los hermanos Quero, ejemplo de maquis, antes de que los maquis existieran en España (pero esa es otra larga historia). Fue indultada el 29 de Noviembre de 1.947. Ella es la verdadera protagonista y la mayor heroina de la novela que estoy preparando. Quiero agradecer a Juan Hidalgo Cámara, que sin conocerme de nada, me ha facilitado su ayuda para obtener esta información.

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18 octubre, 2009

El Valle de Lecrín

Como la esperanza es lo último que se pierde, me he vuelto a presentar esta semana al concurso de microrelatos de la Cadena Ser. Ya sabeis: a partir de una frase incial ya determinada (esta vez: Cielos, como brilla hoy el valle) y, en un máximo de cien palabras más, hay que construir una historia.

Cielos, como brilla hoy el valle. El torrente murmura las frías aguas de febrero. Liberados de los fusiles, las patatas calman el hambre de nuestra huida. Tuvimos suerte de alejarnos de aquella carretera maldita. Aún recuerdo las caras despavoridas de las mujeres y los niños en desbandada, el batallón motorizado de los italianos en el resuello, portando ese entusiasmo de los que acaban de entrar en guerra. La felicidad del miliciano siempre es breve. Imagino lo que están pensando esos falangistas, pero no lo que sentirá quien encuentre en una fosa mi cadáver y el de diecisiete compañeros. Esa otra espera durará más de setenta años.
Quiero agradecer a mi primo, Ernesto Rosales, que me explicara esta historia sobre como la Asociación Granadina para la Recuperación de Memoria Histórica recuperó el pasado verano los cuerpos de 18 milicianos fusilados sin juicio y enterrados en una fosa común. Tambien a mi mujer Laura, por su crítica siempre constructiva. Si quieres saber más sobre esta historia puedes leer:

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15 octubre, 2009

La represion en Granada en los meses posteriores al golpe de estado de 1936

Ahi va la segunda entrega sobre otros de los hechos históricos que pretendo narar en mi novela.

Mi tío-abuelo Francisco Álvarez López fue detenido a los pocos días del golpe de estado. Como todas las mañanas, fue caminado con unos amigos desde su casa en el pueblo de Churriana de la Vega hasta Granada, donde trabajaba como tornero en un taller mecánico. Era un hombre apuesto, al que le gustaba vestir bien, por lo que acostumbraba a ir elegantemente vestido hasta Granada y en unos lavabos del centro de la ciudad, cambiaba sus ropas por el modesto mono de trabajo. Esa mañana sin embargo no lo hizo y cuando lo detuvieron, encontraron entre su documentación su carnet de las juventudes socialistas.

Parece que ese fue el motivo por el que ingresó en prisión. Lo cierto es que antes de la guerra se había distinguido por su apoyo a los más débiles. Así, durante una huelga de los jornaleros que reclamaban mejores condiciones de trabajo y, ante la presión de los caciques del pueblo, que utilizaban el hambre de sus familias para acabar con la misma, mi tío Paco hizo repartir pan a los jornaleros que había en la plaza. Eso lo destacó como enemigo en un pueblo tan reaccionario como el que vivía. Francisco Álvarez también compartía nombre y apellido con el alcalde republicano de su pueblo. Más tarde también compartió su destino.


Mientras estuvo detenido, salió varias veces de la cárcel con un pelotón de trabajadores forzosos. En una de las salidas, mi tío-abuelo Salvador Enguix (que más tarde sería teniente del ejército republicano y caería herido en la batalla de Teruel, siendo apresado y recluido en un campo de concentración mientras la república lo daba por muerto), le propuso escaparse con él a Valencia. Ese día guardaba el pelotón un militar que era familia lejana y que durante todo el rato miraba hacia otro lado, invitando a la huida. Paco se negó a escapar porque no había cometido ningún delito y no creía temer por su vida.

Para entender mejor su historia es bueno conocer el entorno político y jurídico del momento. Tras el triunfo del golpe de estado el 20 de Julio de 1.936, la ciudad de Granada quedó aislada del resto del territorio nacional. Inmediatamente se puso en marcha de forma sistemática el uso del terror como arma de guerra y se detuvieron a miles de personas. El clima de violencia social que se venía desarrollando en los años previos a la guerra y el miedo a que las milicias obreras y campesinas retomasen la ciudad, originaron el inicio de los asesinatos masivos entre la población detenida en la cárcel. En la mente de las autoridades que formaban el aparato represor existió un elemento común: la aniquilación física de todas las personas con ideologías y principios diferentes a los sublevados.

El procedimiento más generalizado fueron las “sacas” de presos y su ajusticiamiento en los paredones del cementerio. Existieron para tal fin listas confeccionadas en el gobierno civil, pero también actuaron con total impunidad grupos de incontrolados o “escuadras de la muerte”. El saldo aproximado de esta barbarie fue de 10.000 asesinatos. Muchos de ellos fueron obreros y campesinos, militantes de base de sindicatos y partidos que se habían significado en la lucha por las conquistas sociales durante los años anteriores.

Pese a que el nuevo régimen convirtió desde el primer momento el catolicismo como el estandarte de la cruzada, comparando su victoria con la Toma de Granada por los Reyes católicos en 1.942 y organizando procesiones y misas multitudinarias sin descanso, la brutal represión motivó incluso las protestas del Arzobispo de Granada, Agustín Parrado, hacia el gobernador militar de Granada, el falangista Valdés Guzmán.

Los sublevados cambiaron el orden jurídico a su antojo hasta llegar al surrealismo. De entrada en sus bandos militares establecían una inversión perversa juzgando como rebeles a los que defendían el orden constitucional establecido. Hasta ese momento ningún civil podía ser juzgado por un tribunal militar, a partir de entonces cualquier persona podía ser sometida a un procedimiento militar. Así el 27 de Agosto de 1936 se publicó el Decreto nº 64 donde se ratificaba la preeminencia de la justicia militar sobre la ordinaria y se determinaba en la práctica se abrieran expedientes con largas listas de sospechosos y denuncias.

Llegaron incluso a realizar la mayor aberración jurídica posible: la retroactividad de las leyes. Es decir, podían juzgar con las nuevas leyes, los hechos ocurridos antes de la publicación de las mismas. El decreto 108 de 13 de Septiembre de 1.936 declaraba “fuera de la Ley todos los partidos y agrupaciones políticas o sociales que, desde la convocatoria de las elecciones celebradas en fecha 16 de febrero del corriente año han integrado el llamado Frente Popular, así como cuantas organizaciones han tomado parte en la oposición hecha a las fuerzas que cooperan al movimiento nacional”. A partir de ese momento, la simple pertenecía a un partido o a un sindicato podía conllevar la acusación de asociación ilícita y la apertura de un consejo.

Mi bisabuela Antonia buscando la forma de excarcelar a su hijo, consiguió que otras personas leales al nuevo régimen firmaran un documento certificando que Francisco no había cometido ningún delito. En la última visita le pidió a su madre que le llevara para comer cocido de col. El documento y la comida llegaron tarde: a las 6 de la mañana del día 22 de Octubre de 1.936 fue fusilado en las tapias del cementerio de Granada junto con otras 80 personas. Había nacido el 25 de octubre de 1.915. Le faltaban 3 días para cumplir 21 años. Su partida de defunción establece como causa de la muerte un escueto y frío “por arma de fuego”.


Esta información ha sido publicada el 26 de noiembre de 2.009 en la web http://www.todoslosnombres.org/ una web cuyo objetivo es dignificar la memoria histórica de miles de andaluces y que recomiendo su visita.

14 octubre, 2009

La "desbandá" de Málaga

Como ya sabéis, estoy haciendo un trabajo de investigación histórica, de cara a escribir una novela que dignifique la memoria histórica de mi familia en general y de mi abuela en particular. Iré incluyendo en el blog aquella documentación que me estoy preparando y que creo que puede ser interesante.

La “desbandá” que se produce tras la caída de Malaga en carretera hacia Almeria en febrero de 1.937 es quizás la mayor catástrofe humana de la Guerra Civil. Sin la repercusión en los medios ni en los libros de historia, que si tuvieron otras desgracias como el bombardeo de Guernika o el éxodo final a Francia, ha pasado desapercibida en la memoria. Ambos bandos además trataron de ocultar el hecho. Si analizamos los periódicos en la semana posterior a la caída de Málaga - aconsejo consultar la hemeroteca de ABC que está disponible en internet y que en sus ediciones de Sevilla (nacional) y Madrid (republicana) -, vemos que mientras los primeros, en un lenguaje florido y pomposo típico del NODO, se limitan a loar las gloriosas hazañas de sus soldados, los segundos, en su intento de evitar la desmoralización en territorio republicano, se centran en denunciar la intervención de tropas italianas en la caída de la ciudad y apenas dan noticias sobre el drama humano que estaba teniendo lugar: más de 100.000 personas (en su mayoría mujeres y niños) que huyen caminando más de 200 kilómetros mientras la flota nacional los bombardea desde la costa y los aviones italianos y alemanes los acribillan.


Hay 2 páginas web que describen muy bien este hecho. La primera contiene además videos con entrevistas a personas que tuvieron la desgracia de vivir este hecho. La segunda contiene mucha documentación al respecto.
http://servicios.diariosur.es/lahuida/main.html
http://www.malaga1937.es/documentacion.html

También recomiendo un libro:
Carretera Málaga-Almeria (febrero de 1.937) de Jesús Majada y Fernando Bueno, Caligrama ediciones

Y una exposición donde se recogen las únicas fotografías que hay de la tragedia:
Norman Bethune. La huella solidaria.
Actualmente (Octubre y Noviembre de 2.009) está en el Centro de Exposiciones de Benamádena, pero es itinerante y ha recorrido ya diversas ciudades.



En youtube podemos encontrar tambien 2 videos muy interesantes:

La conquista de Málaga y la huida hacia Almería. Febr. 1937. 1ª Parte

La conquista de Málaga y la huida hacia Almería. Febr. 1937. 2ª Parte

Es cierto que durante el Gobierno de la República se cometieron en Málaga fusilamientos y tropelías y eso es execrable y no debe dejar de denunciarlse, pero para aquellos que quieren dar una visión igualitaria de la contienda y optar por una postura equidistante y falsamente neutral, Anthony Beevor, uno de los historiadores más reconocidos a nivel internacional, en su libro “La Guerra civil española” cifra en 1.500 los fusilados en Málaga durante el periodo republicano tras el 18 de julio. En la primera semana, tras la toma de la ciudad, calcula unas 3.500 personas ejecutadas por los fascistas. Desde el 15 de febrero de 1937 hasta agosto de 1944, 16.952 personas fueron condenadas a muerte y fusiladas en Málaga. No debemos olvidar que Carlos Arias Navarro, al que todos recordaremos su voz llorosa anunciando la muerte de Franco y conocido como “carnicerito de Málaga” fue la persona que como fiscal militar estuvo al frente de esa represión.

Mi abuela María muy probablemente vivía en ese momento en Motril, que cayó tambien a los pocos días en manos nacionales, por lo que tal vez huyera a Adra o La Rábita (donde nacío mi tía Encarna sólo unos meses despues) y debió presenciar esa huida. Sus hermanos Pepe, Concepción y Ángeles, que días antes habían iniciado una novelesca huida de su pueblo en las cercanías de Granada, tuvieron la intención inicial de llegar a Málaga, pero, a la vista de los acontecimientos, se dirigieron a Motril y posteriormente a Adra, por lo que muy probablemente tambien se vieron involucrados.

Creo que estos hechos merecerán un capítulo de la novela.


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