06 octubre, 2024

El día del lobo

 

Descubrí a Antonio Soler hace más de dos décadas, cuando el inicio de su novela El nombre que ahora digo me dejó fascinado: He perdido mi patria, dejó escrito Gustavo Sintora en el inicio de uno de sus cuadernos. Pero cuando escribió esas palabras, Sintora no hablaba de ningún país, de ningún ejército ni territorio, de ninguna bandera. Su patria fue una mujer, una mujer que tenía nombre y ojo de atardeceres. Me atrapó la historia de una banda de personajes camino de la derrota que sobreviven en la tramoya de la guerra.

Años más tarde, reconocí en El camino de los ingleses los paisajes de mi adolescencia malagueña, por donde se movía otra banda de personajes memorables, como el Babirusa o la Señorita del Casco Cartaginés, que a veces rayaban la parodia. En el centro de nuestras vidas hubo un verano… comienza aquella historia que, a mí sin ningún motivo ni conexión real, me recordaba al último verano que viví en Málaga.

Hace unos tres años Apóstoles y asesinos me transportó a la Barcelona de principios de siglo pasado y a las luchas sociales.

Ahora, con El día del lobo nos narra el cuento de su infancia, que también fue el de mi adolescencia.  Y cuando describe a su abuela materna de esa forma:  La alumbraba el sol de la tarde en aquel sofá de escay marrón, cerca de la terraza, en un piso del número 68 de la calle Martínez Maldonado, Málaga, casi cuarenta años después. Franco todavía vivo, Una estufa de butano adornada por un tapete de croché y una maceta de cintas... yo recuerdo, de forma ligeramente parecida y a poco más de dos kilómetros de distancia, a mi abuela María en otro piso, del numero 49 de la Avenida del Doctor Marañón.

Ese fue el cuento de mi infancia. El más impresionante. El cuento que siempre le pedía a mi abuela materna que me contara. Su viaje al infierno. Allí siempre estaba el lobo acechando. Mostrando los colmillos afilados, su sed de sangre. El lobo que vino todos los días. No había encantamientos, brujas ni monstruos de tres cabezas que pudieran compararse con aquella historia. Con esa esa frase comienza el texto de la sábana final del libro. Y no puedo estar más de acuerdo: siempre me han fascinado esos momentos mágicos, en los que diferentes miembros de mi familia me contaban la historia de María. Mi desgracia es que mi abuela murió cuando yo tenía 8 años y no pude tener las conversaciones que Antonio Soler tuvo con la suya. Su historia me llegó de forma deslavazada y oral y no pudo ordenarse hasta que, de forma casi milagrosa, descubrí que en un olvidado archivo militar existía un Sumario de guerra por ayudar al maquis -entre ellos mi abuelo- y en otro olvidado museo municipal su expediente penitenciario que cuenta ocho años de su vida en una cárcel de la posguerra.


Llevo quince años intentando escribir una novela que cuente la historia más maravillosa que me han contado. Un proyecto varado demasiado tiempo a la espera del momento y la inspiración adecuados. Uno de los episodios más dramáticos –en el que más he trabajado- sucede en a lo largo de varias carreteras que llevaban hacia Almería. Por rutas y momentos diferentes escapaban mi abuela, acompañada de mi madre María de apenas dos años, que huyeron desde Jayena, su marido -mi abuelo José- desde Málaga y dos de sus hermanos: Pepe y Ángeles que habían elegido el peor momento para huir desde Granada.

Durante más de un año dejé el trabajo que pagaba mi hipoteca para centrarme en la investigación histórica y vagabundeé por todas las bibliotecas leyendo todos los libros que encontré relacionados con el tema. Me atrevo a afirmar, por muy rimbombante y falto de modestia que parezca, que me convertí en una inútil eminencia sobre el tema.

El día del lobo llegó a las librerías el jueves pasado. En mi agenda mental tenía una cita ineludible. He devorado en dos días las paginas de esta novela. Algo “normal” en alguien obsesionado con “La Desbandá”. Eso quizás me convierta en un crítico exigente y difícil, pero a la vez entregado, difícilmente objetivo.

Por las páginas de este libro de Antonio Soler vuelven a aparecer, como en todos los anteriores, personajes maravillosos. Los que hayan leído mi blog conocerán las apasionantes historias de Arthur Koestler, sir Peter Chalmers-Mitchell, el coronel Villalba, Luis Bolín, Norman Bethune, Gamel Woolsey… que allí agrupo con el epígrafe Los personajes que no caben en mi novela

https://dormidasenelcajondelolvido.blogspot.com/search/label/Los%20personajes%20que%20no%20caben%20en%20mi%20novela

Antonio Soler les ha encontrado cabida en El día de lobo y comparten sus páginas con los miembros de las familias Soler y Marco. Quien quiera conocer detalles sobre La Desbandá los encontrará aquí con rigor histórico y ecuanimidad. Este libro describe la complejidad de lo sucedido huyendo de esas visiones parciales y maniqueas con las que muchos quieren recordar la Guerra Civil. El horror fue provocado por ambos bandos, aunque la contabilidad del mismo fuese muy dispar, como nos resalta Soler.

Al repelente sabiondillo que escribe este texto le interesan mucho más las historias de esa abuela que se tuvo que hacer estraperlista para sacar adelante a su familia, o de ese abuelo que era krausista sin saberlo, llevado por ideales igualitarios que encendieron de esperanza tantos corazones luego derrotados; o de ese otro abuelo convertido en un santo laico que vela por todos; del cabo Soler Vera -padre del escritor- que vuelve a aparecer conduciendo un camión y acompañado de su amigo Doblas, como ya hacía en aquella primera novela que leí hace tantos años; o del impetuoso Manolito que se perdió en mitad de un bombardeo…

Todos ellos en mitad del horror donde “el tiempo dejaba de existir” porque “cuando parecía que todo acababa, que el estruendo menguaba, renacía y se redoblaba con más virulencia, con más hambre, dejando en una insignificancia el espanto anterior, creciendo en una espiral que llevaba camino de ser inacabable hasta acabar con el último atisbo de vida en los alrededores de la carretera”

La novela rinde homenaje a las víctimas de esa infamia en la que, junto a centenares de miles de personas, estaba también mi familia. Lo hace en un momento en el que están desapareciendo los últimos supervivientes. No hay una sola “desbandá”. Hay miles de historias tan diferentes y a la vez tan parecidas. Fueron silenciadas durante demasiado tiempo. Por ello, me llena de emoción que un escritor alce sus palabras para mantenerlas con vida. Pocas historias me resultan tan cercanas como el cuento más impresionante de la infancia de Antonio Soler y creo que de la de otros muchos.

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