El 9 de febrero de 1937 centenares de miles de personas, la mayoría ancianos, mujeres y niños, huyen despavoridos por la carretera en dirección a Almería. La ciudad de Málaga acaba de caer en manos de las tropas de Franco y se ha iniciado el que probablemente va a ser el mayor crimen de toda la Guerra Civil.
Jesús Majada publicó en el año 2006 el libro Carretera Málaga-Almería, donde recogió los testimonios de decenas
de supervivientes de la masacre que permanecían con vida. Muchos de ellos aún
recordaban algunos de los momentos más terribles de su huida, cuando el Crucero
Baleares y su buque gemelo, el Canarias, se dirigieron hacia la costa para
bombardear a la población civil que huía.
En Torre del Mar, nada más abandonar las últimas casas, en una curva
situada a la izquierda del camino, la escuadra comenzó a cañonearnos. Aquello
era terrible, los cadáveres en la cuneta, las personas mayores, los niños que
llamaban a sus madres y no le podían contestar porque estaban muertas.
Para ellos era como un juego, el tiro al plato contra gente que no
podía defenderse. Disparaban contra las rocas, y comprendimos que lo hacían así
para que estallasen y nos cayesen las piedras encima o que cortasen la
carretera. No teníamos escapatoria, atrapados entre aquellas paredes de roca y
los acantilados. Moríamos de hambre, sed agotamiento, ametrallados. Si hay un
infierno, aquello era lo más parecido que uno pueda imaginar. Fue un milagro
que consiguiésemos llegar a Almería, pero nunca he visto tanta muerte, tanta
sangre, tanto desprecio por la vida humana.
Fue horrible, nunca lo olvidaré. Eran militares profesionales, de la
Marina o la Aviación contra civiles, ancianos, niños, mujeres, sabían a dónde
disparaban. Los pocos soldados que iban con nosotros iban en retirada,
desarmados. Nos bombardeaban a mansalva. Veíamos sus caras, ellos sabían que
éramos civiles indefensos, nos veían perfectamente. Estaban tan cerca, que
cuando le acertaban a un burro o a un autobús, podíamos ver sus caras, les
podíamos ver cómo saltaban en sus cubiertas, celebrándolo.
Nos tiraban bombas incendiarias desde los aviones, y aquellos barcos
enormes de Franco no cesaban de dispararnos con sus cañones. Veíamos a los
marineros perfectamente, cómo se movían por cubierta, los cañones cómo se
movían y nos apuntaban antes de disparar, es algo que si no lo has vivido no lo
puedes comprender. Si los barcos se hubiesen acercado un poco más hubiesen
chocado con las rocas, para ellos era como un macabro juego de feria, nos mataban
como si fuésemos chinches.
Había gente aplastada por las piedras que caían cuando disparaban desde
los barcos a los acantilados. Vi muchos niños muertos en las cunetas. Me
acuerdo de una mujer que había muerto y todavía tenía un niño pequeño en
brazos. El conductor que nos llevaba a Almería paró varias veces para apartar a
los muertos de la carretera. Cada vez que paraba, los niños nos asomábamos a
ver. Había trozos de personas por todos lados.
Elizaveta Pashina, una joven rusa de 20 años que servía como
traductora, nos relata: Los obuses
estallaban entre las rocas, sobre la carretera empezó a caer una lluvia de
pedruscos. La gente corría llevando a los niños en brazos y abandonando los
últimos restos de sus pertenencias. Se oían los llantos y los gemidos de los
heridos. Todos intentaban llegar a alguna curva donde la carretera se alejara
del mar. Los viejos, con lágrimas en los ojos suplicaban para que los
abandonasen allí e intentasen salvar a los niños.
Cristobal Criado, que tenía en ese momento 17 años, nos
cuenta en su libro “Mi juventud y mi lucha”: Nunca antes había sentido con
tanta intensidad el miedo y la muerte tan cercana, protegido tras un malecón que daba al borde mismo del
profundo acantilado. Unas bombas caían sin cesar sobre al asfalto ya destrozado de la carretera; otras
directamente en el acantilado. Pero al pasar a la altura que ocupaba yo, tras
el malecón, el silbido terrorífico que producía en mis oídos su caída, sentí
tal pavor que, por unos instantes, pensé que era el último día de mi vida.
El cuaderno de bitácora de los
buques recoge las acciones: “A las 12
horas dispararon los cañones de 12cms. De estribor sobre grupos que huían de
Málaga por la carretera”.
Tuve muy pocas conversaciones con
mi abuelo José, pero recuerdo un comentario breve sobre lo que él vivió en ese
episodio conocido como “la desbandá” y que definía como la mayor masacre que
había vivido y visto en su vida.
Hace unos días el alcalde de
Madrid Martínez Almeida dedicó una calle de su ciudad al Crucero Baleares. La
Asociación La Desbandá elevó sus quejas no solo al Ayuntamiento de Madrid. El
Ayuntamiento de Málaga o el Consejero portavoz de la Junta de Andalucía también
fueron interpelados. Pero ninguno de ellos se ha manifestado en contra. Todas
esas administraciones están gobernadas por el Partido Popular.
La historia no es un juego de
blancos y negros, sino una realidad de infinidad de grises que matizan las
verdades. En la Guerra Civil hubo personas decentes y asesinos en ambos bandos,
pero es una conducta vergonzosa e intolerable que, a día de hoy y a pesar de la
Ley de Memoria Histórica, haya partidos que sigan ensalzando a los asesinos. El
alcalde de Madrid argumenta que hay que recuperar la memoria en ambos bandos,
también la de los marineros del Crucero Baleares que murieron unos meses más
tarde.
En la madrugada del 6 de marzo de
1938 buques de la Armada Republicana avistaron a tres cruceros nacionales
(entre ellos el Baleares y el Canarias) a 75 millas náuticas al nordeste del
Cabo de Palos. El enemigo rehuyó el enfrentamiento a la espera de la luz de la
mañana que le permitiera aprovechar su mayor potencia de fuego. Los barcos de
la República no desistieron en su persecución y, a pesar de su falta de
experiencia en combate nocturno, consiguieron que dos torpedos impactaran en el
Crucero Baleares que se hundió con rapidez mientras los otros dos barcos
nacionales continuaban su huida.
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