Van pasando las semanas, los
meses y el blog está cada vez más abandonado. Le falta una buena mano de
pintura y las malas hierbas se agigantan en las esquinas del descuido.
El trajín diario del trabajo, el
estrés de las reuniones, las ofertas, las decisiones pospuestas de los clientes,
las negociaciones difíciles, van ocupando los pensamientos y no dejan espacio
al sosiego necesario para la escritura. El capitulo nueve se eterniza sin
avanzar hacia ninguna parte, las ideas no brotan, las lecturas no ayudan a las
musas de la inspiración que me abandonaron hace ya demasiado tiempo. He acabado
preso de la propia prisión que trato de describir. Como mi protagonista, veo
pasar los días a la espera de una buena noticia que libere las palabras que no
se atreven a salir.
Las lecturas me siguen
acompañando en mis viajes de tren hacia la jornada laboral, pero tampoco
cuajan. De la misma forma que a veces me empeño en emborronar páginas inútiles,
me obligo a avanzar en la lectura de novelas que no me dicen nada.
Hace semanas decidí abandonar a
medias “También esto pasará” de Milena Busquets, como ya me sucedió antes con
“Blitz” de David Trueba. A mis ambos libros me resultan muy parecidos. Los dos
han sido publicados en Anagrama, tienen una brevedad similar, son éxitos de
venta y han sido muy bien acogidos por la crítica, pero me producen la misma desgana.
Están bien escritos. Podría decirse que sus escritores tienen bastante talento
y construyen muy bien los personajes gracias a una voz narradora muy creíble,
pero sus historias me aburren de forma soberana. Trueba nos habla de un
arquitecto abandonado por su novia, Busquets de una mujer que acaba de perder a
su madre. A pesar de estar cerca de la mitad de sus vidas, los dos siguen lejos
de la madurez y sobreviven como dos peterpanes perdidos, que no han cubierto sus
expectativas y buscan en el sexo y en las nimiedades cotidianas la sal que de
sentido a sus existencias de clase media, semi-progre, medio pija, culta,
hedonista. Sin duda debe ser un tema muy interesante para gente al borde de la
crisis de los cuarenta, pero yo no pude
pasar de la mitad de sus páginas.
La novela que si acabé es Lo que mueve el mundo, de Kirmen Uribe. Aunque no sé si la palabra novela es aquí muy
correcta. Le sucede lo contrario a los dos libros anteriores. En este caso una
maravillosa historia contada con prisas, con una voz narradora más propia de un
libro de historia que de una ficción.
Algo que también me ha sucedido
con HhHH de Laurent Binet. Al tercer intento, esta vez sí he conseguido
acabarla, fascinado por su historia y harto de una voz narradora
intervencionista, siempre presente, la del novelista que acapara para sí mismo
un protagonismo absurdo y cargante, en uno de esos juegos meta literarios que
tanto le gustan a algunos críticos y yo cada vez soporto de peor gana. A un
escritor sólo le pido que me cuente bien una historia sin que para ello tenga
que aderezarla con las divagaciones mentales que le ha costado escribirla, para
eso ya bastante tengo yo con las mías. Y es una pena, porque sin tantas
especias innecesarias Binet habría podido cocinar un libro rico en sabores.
Entre medio de las cuatro
decepciones, también hubo dos descubrimientos: El último encuentro de Sandor
Marai y Un millón de gotas de Víctor del Árbol. La novela del húngaro Marai
forma parte de esa especie de libros que dormita durante años en una estantería
de mi pequeña biblioteca, a la espera de ser descubierta para brillar luego con
una luz especial. Narra el reencuentro de dos ancianos después de décadas de separación.
Todo transcurre en una noche, en un castillo que refleja el esplendor marchito
de un tiempo pasado. Desde el principio el autor nos va dando indicios y largos
silencios que esconden el poderoso motivo de la ruptura de una gran amistad. Es
una novela que avanza ansiosa hacia un final.
La biografía de Víctor de Árbol
no deja de ser curiosa: antiguo seminarista que luego trabajó de mosso
d’esquadra. Me habían recomendado Un millón de gotas y agradezco la
recomendación. Siempre es bueno leer a un autor desconocido. A veces me acabo
cansando de las eternas repeticiones de autores famosos que estiran las
historias y las voces hasta agotarlas. En esta novela sobran unas cuantas
páginas y varias subtramas, pero genera adicción. Tolstoi decía que la eficacia
es la primera virtud de un escritor y la narración de Un millón de gotas está
desarrollada con una eficacia muy poderosa. De las dos historias que corren
paralelas, me quedo con la del viejo comunista que descubrió el horror del
gulag y sobrevivió a la derrota pagando un precio demasiado alto, antes que con
la de su hijo que lucha contra la mafia rusa, pero creo que ambas están bien
trenzadas y, sin adentrarse en florituras de estilo, se leen con el puro placer
de disfrutar.
Nunca me gustó el helado de tutti
frutti, esa mezcla de sabores que confunde y no acaba sabiendo a nada, como
esta entrada veraniega en el blog, pero, como me decía mi madre: A falta de
pan, buenas son tortas. Cualquier cosa
es buena si sirve para comenzar a
desbrozar el jardín descuidado.
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