Hace unas semanas la asociación Jueces para
la Democracia criticaba con dureza al Gobierno por incumplir de forma
sistemática la Ley de Memoria Histórica. La denuncia coincidía con la llegada a
nuestro país de los enviados de Naciones Unidas para recordar que los crímenes
del franquismo no están sujetos a amnistía y que España debía tomar medidas
legales y judiciales al respecto. Aportaban además una cifra escalofriante: con
más de 114.000 desaparecidos, nuestro país ocupa el segundo lugar en la estadística
del terror, sólo por detrás de la Camboya de los jemeres rojos, por lo que se
refiere a asesinatos cuyos cuerpos no han sido recuperados ni identificados.
La lectura de esos datos coincidió con la
escritura de la escena de mi novela en la que se narra el fusilamiento de mi
tío abuelo Paco, de la que se produjo el 77ª aniversario hace sólo unos días.
El gobierno actual ha derogado de facto una
ley que costó años legislar, al dejarla sin fondos por segundo año consecutivo.
El ministro de justicia, Alberto Ruiz Gallardón, esbozaba una letanía de
justificaciones basadas en la crisis económica.
Con casi seis millones de parados e
injustificables recortes en la educación y la sanidad pública, este tema ha
regresado al olvido, el lugar del que algunos no quisieron que saliera nunca.
Estoy de acuerdo con un razonamiento: ahora que se cierran plantas de
hospitales, que se despiden profesores, que (según publicaba la prensa hace
sólo unos días) más de catorce mil niños catalanes se han quedado sin la beca
comedor a la que tenían derecho, simplemente porque otro gobierno, en este caso
el de Catalunya, dice no tener dinero, ahora no se puede dedicar dinero público
a reparar la deuda que tenemos con la historia. Pero, aceptando esa afirmación
que considero justificada, discrepo en lo principal: la deuda con la memoria no
es económica, sino moral. Retirar los símbolos fascistas que aún perviven en
nuestras calles, evitar la apología del franquismo, reconocer los hechos o
anular las sentencias dictadas no cuesta apenas dinero.
En este país no todas las víctimas son
iguales y nunca ha habido una verdadera voluntad política de reparar la
historia de los crímenes que dejó la dictadura en las cunetas. Tampoco debería
extrañarnos si atendemos al pasado de los que nos gobiernan.
Si quisiéramos echar la vista atrás
descubriríamos un curioso personaje: “El Tebib Arumi”. Estas palabras, que en
árabe quieren decir “el Médico Cristiano”, son las que utilizaba para firmar
sus crónicas uno de los periodistas más fieles al régimen. Víctor Ruiz Albéniz
fue un médico que abandonó su profesión para ejercer como corresponsal en la Guerra de África primero y más tarde en
la Guerra Civil. Durante la “Cruzada de Liberación Nacional” también hizo
crónicas radiofónicas, se afilió a la Falange y fue colaborador del diario de
FE de las JONS Proa.
Su prosa florida relata el imparable avance
del ejército nacional con una enorme exaltación, la misma que hoy nos parece
tan mentirosa y anticuada cuando oímos las noticias del viejo NODO. No podemos
olvidar que mientras los valientes legionarios, los voluntarios italianos y las
tropas marroquíes avanzaban con el valor que nos cuenta el cronista, las
cunetas y los cementerios se llenaban de cadáveres, de hombres, inocentes en
muchos casos, fusilados sin un juicio justo. Eso, al parecer, no era
importante: “El día del comienzo de la
operación amaneció sin una nube, sereno,
tranquilo. Los Tabores de Regulares, las
Banderas legionarias, ocupan en el centro la línea de extrema vanguardia, y en los
flancos y a su altura, están los Requetés y las Banderas de Falange. Era muy
grande, extraordinaria. el ansia de avance que tenían nuestros muchachos, y así
no fue de extrañar que, añadiendo a las buenas condiciones de las tropas que hemos enumerado el
entusiasmo y el ímpetu alegre que siempre da la acometida, el enemigo quedase
prontamente batido y rebasado su frente casi sin ninguna reacción digna de ser tenida
en cuenta.”
Si volvemos la vista al presente,
encontraremos que actual Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, es el
nieto del mayor propagandista del franquismo: Víctor Ruiz Albéniz. Su abuelo
firmó esta loa a Franco el 4 de septiembre de 1942: “Por estadista te teníamos; ahora,
además, hay que concederte la suprema categoría de político y gobernante. ¡Que
Dios —todos los días se pide así en mi hogar— conserve tu vida, la fortaleza de
tu ánimo y la sagacidad de espíritu, para bien de esta España tan querida a la
que tanto amamos y que tanto te debe. Te saluda con toda emoción este veterano,
inquebrantable creyente en ti y en tu obra”.
Con datos como estos sobran
las justificaciones de su nieto.
Nota.- Los restos de mi tío
abuelo reposan, junto a los 39 hombres que fusilaron con él, en las fosas 255 a
299 del Patio de San José del cementerio de Granada.
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