Hace
unos días estuve hojeando un volumen gordo que languidecía en los estantes de
una librería. “Los últimos días de García Lorca” no tenía más interés que el de
su autor, Eduardo Molina Fajardo, por intentar exculpar a la Falange del
asesinato del poeta granadino. Antiguo falangista, el escritor se limitaba a
transcribir diversas entrevistas que realizó a varios de sus correligionarios
con el paso de los años. En la mayoría de ellas, los viejos camisas azules habían
olvidado muchos detalles y trataban de pasar como hombres de honor que no
participaron en la locura de la represión que se desató en Granada tras el 18
de Julio de 1.936.
Pero,
escondidas entre los varios centenares de páginas, aparece una lista, la de los
hombres fusilados en la ciudad durante los años que siguieron al “Glorioso
Alzamiento Nacional”. Resulta curioso, pero, mientras mi familia tuvo que
esperar muchos años, tras solicitarlo varias veces, para recibir recientemente el
documento que certificara la fecha de la defunción de mi tío abuelo Paco, el
libro, publicado en enero de 1.932 y reditado el año pasado, muestra un nombre
perdido entre otros miles: Francisco Álvarez López.
En
el mes de octubre de 1.936 las ejecuciones se habían reducido. Tras la locura
de finales de agosto y los primeros días de septiembre, en los que la cifra no
bajada de los cuarenta fusilamientos diarios en la ciudad de Granada, la
llegada del otoño hizo que las sacas fueran menos numerosas. Las cifras son
escalofriantes. Sólo en agosto había fusilado a 358 hombres, 298 en septiembre.
Durante esas semanas las familias sufrían por el destino de sus presos. El
Ideal, el periódico local, en su edición del primer día de agosto nos habla de
una “vibrante alocución” pronunciada por el capitán señor Salvatierra en la que
advertía “Si vuelven a venir aviones enemigos se tomarán represalias con los
individuos del F. Popular”. Una semana más tarde el titular del periódico
anuncia “Fusilamientos en represalia por el bombardeo”. Tres días después
enumera más ejecuciones: treinta. Bajo el titular aparece una justificación: el
presunto asesinato de doscientos sacerdotes en Madrid y otro titular “En
Barcelona el comunismo es absoluto”.
En
los seis días previos al veintidós de octubre solo se registraron las muertes
de siete hombres desconocidos en las inmediaciones del cementerio, pero esa
madrugada regresó el ruido del cerrojo para iniciar la temida ceremonia. Manuel
López Guerrero, José Molina López, Antonio Molina Delgado, Manuel Molina del
Haro y Gregorio Molina Hernández fueron los primeros en escuchar sus nombres en
la lista, los apellidos repetidos que probablemente delataban algún parentesco.
Habían sonado ya treinta y cinco nombres, cuando Paco oyó el suyo. Antes de eso
el corazón le debió dar dos vuelcos porque era el tercer Francisco que
pronunciaban esa mañana. Lo hacían muy despacio para dejar constancia clara de los
elegidos y de paso torturarlos con los silencios entre sílaba y sílaba. A las
seis de la mañana del 22 de octubre fusilaron a cuarenta hombres frente a la
tapia del cementerio. Fueron enterrados en las fosas 255 a 299 del patio de San
José.
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