En la antigua Persia, sátrapa significaba etimológicamente el protector de la tierra o del país y era el nombre que recibían los gobernadores de las regiones en las que se dividía el Imperio Persa. El emperador no podía controlar su vasto territorio y delegaba en estos hombres, elegidos entre la nobleza, el gobierno de amplias zonas del mismo. Muchos de ellos lo hicieron con crueldad y despotismo, de tal forma que hoy sátrapa tiene un sentido peyorativo, que se identifica con mal gobernante.
En España, después de cuarenta años de una cruel dictadura, que había actuado con dureza contra cualquier atisbo de oposición política que atacara su dogma fascista y unitario de la patria, la llegada de la democracia representó una gratificante explosión de las libertades individuales y colectivas. El yugo unificador que hablaba de Una, Grande y Libre, obviaba que el país no cumplía precisamente con ninguna de esas tres características. La llegada de la democracia abrió la puerta a las reclamaciones nacionalistas, muchas de ellas justas y brutalmente cercenadas por el dictador. Las consideradas nacionalidades históricas solicitaban recuperar las instituciones que nacieron con la Segunda República y que habían desaparecido con la barbarie de la victoria franquista. Uno de los argumentos era simple y de una lógica aplastante: había que acercar el alejado poder monolítico al interés de los pueblos. Pero cuando otras regiones no consideradas históricas, también reclamaron, con la misma lógica aplastante, la descentralización del poder, aquel, llamado con desprecio, “café para todos” no gustó a algunos de los nacionalistas históricos, simplemente porque debajo del “somos diferentes” en realidad pensaban “somos mejores”.
Se inició entonces un proceso de descentralización hacia comunidades y municipios que llevan años recibiendo las deseadas transferencias del llamado Estado Central. Pero lo que debía ser bueno para los ciudadanos, si los centros del poder se acercaban a ellos podrían gestionar mejor sus necesidades, también ha dado pie a la aparición de nuevos sátrapas que han incrementado sus estructuras de poder y los gastos, a veces en obras faraónicas fuera de control. Quizás el mejor ejemplo de sátrapa lo encontramos hoy en los antiguos alcaldes de Marbella, Jesús Gil a la cabeza, ahora que vuelven a estar en el “candelabro” por un juicio que trata de analizar la pésima gestión que realizaron.
Con la crisis económica, el nivel de gasto de las satrapías se ha demostrado insostenible y algunas voces empiezan a pedir que, al igual que desgraciadamente la falta de competitividad ha obligado a realizar despidos masivos en algunas empresas privadas, ocurra lo mismo en la administración pública. Sin ir más lejos, en el pequeño pueblo donde vivo, la nómina de policías municipales se ha multiplicado exponencialmente aunque la población no haya crecido al mismo ritmo.
Los campos y los mares sobreexplotados acaban siendo abandonados. Por eso, como acérrimo defensor de los servicios públicos, creo que hay que velar por la supervivencia de los mismos. No me gustan las políticas neocon de algunos sátrapas como la Presidenta de la Comunidad de Madrid, que se dedican simplemente a destrozar todo lo público en beneficio de lo privado. No nos dejemos engañar, en algunas áreas lo servicios privados no son necesariamente mejor que los públicos, ni benefician al pueblo, solo responden a los intereses económicos de las minorías que jalean a sus sátrapas. Pero hay que racionalizar el dinero de todos y no se pueden mantener estructuras que no se pueden pagar.
La opción de que otros proponen es mucho más drástica. Si no me dan lo que pido, me voy. Los nacionalistas siempre han tratado de aprovechar las crisis en beneficio propio y siempre la jugada les ha acabado saliendo mal. El caldo de cultivo que hirvió tras la crisis del 98 acabó años más tarde derivando en la dictadura de Primo de Rivera. En los momentos más difíciles de la Segunda República, algunos, en lugar de remar por el bien común, trataron de levantar estados independientes y acabaron colaborando con la desunión que permitió la victoria de un fascismo, que no tardo ni un segundo en extinguir sus libertades. Ahora los independentistas organizan periódicamente pseudo-referendums en los que una minoría de la población (repetidamente su techo electoral se queda por debajo del 20%) proclaman una independencia futura. La otra mayoría, la del 80%, calla. Hoy los chic, cool, pijo y políticamente correcto en Catalunya es der independentista. Lo son los locutores radiofónicos, los presentadores de televisión, los escritores de segunda y hasta los pregoneros. Si te pronuncias en contra, corres el riesgo de que te acusen de facha, centralista o retrógrado. Aunque no deberíamos tampoco olvidar que el mayor agresor a la unidad del Estado fue el hoy ex presidente Aznar que, desde el castillo de su mayoría absoluta, quiso mirar, desde su rancia chulería centralista, la diversidad de los pueblos de este país. El sembró los vientos que trajeron las posteriores tempestades. Son los extremistas del nacionalismo de un lado los que retroalimentan a los del opuesto.
Yo esta mañana me he acordado de ellos que acusan y también de los sátrapas. Mi mujer hace tres años pagó el impuesto de sucesión por la modesta casa que su padre dejó en herencia a sus cuatro hijos. Una presunta deuda de menor cuantía con la Generalitat, que se ejecuta a través del “Estado Central” acabó con un comprobante del cobro perdido por los pasillos de las administraciones. Después de recursos y al borde del embargo, tras contar el caso por diferentes mostradores de varias administraciones, una funcionaria ha comprobado que efectivamente el pago había sido realizado y con gran amabilidad lo ha resuelto “de oficio”. Los funcionarios de hoy han aprendido los manuales del trato amable y correcto al ciudadano, pero los pasillos de la administración se han hecho aún más largos y más ineficaces.
También me acordé de ellos, la tarde en que una doctora, esta vez no tan amable (faltó a clase el día que enseñaron la amabilidad en el trato al ciudadano) del Institut Catalá de Salut no quería expender la receta que mi madre necesitaba para poder inyectarse la insulina que necesita cada día. Su pecado era ser una descuidada por visitar a su hijo en navidad sin traer la dosis adecuada y ser de “otra comunidad”.
Lo siento pero cada día soporto peor a los sátrapas que encarecen los servicios públicos que pagamos entre todos y tampoco a los que bajo el disfraz de “cool” tratan de aprovechar otra crisis para sembrar tempestades que sólo beneficiarían a unos cuantos. La descentralización que por principio puede ser buena, puede acabar en algunos casos, alejando las administraciones públicas de las personas.
El enfado por lo que veo o lo que oigo hace que escriba cosas con una sinceridad que probablemente no debería. Prometo no hacer más artículos de actualidad política y seguir publicando en este blog antiguos poemas o artículos sobre la lucha de los viejos republicanos, sé que tampoco será “cool”, pero si parecerá más políticamente correcto. Desgraciadamente el desconocimiento de la historia hace los pueblos volvamos a cometer si no los mismos errores, al menos otros muy parecidos.
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