La llegada de la pandemia y del confinamiento me permitió volver a escribir. Después de limitarme a corregir escenas ya escritas durante demasiado tiempo, por fin me enfrenté de nuevo al miedo ante el papel en blanco. Ésta fue la primera escena que escribí al inicio de la primavera. Detrás de ella hay un minucioso trabajo de investigación de muchos años, casi obsesivo. El exceso en detalles históricos está buscado y reconozco cierto estilo decimonónico y algo anticuado, pero se trata de un hecho del ultimo año del siglo XIX. Debo confesar que siempre imaginé la llegada de ese barco como Flaubert imaginó zarpar al Ville de Montereau en el maravilloso inicio de La educación sentimental.
El vapor Chandernagor llegó al puerto de Málaga a las 10 de la mañana del 28 de enero de 1899. Apareció un día antes de lo previsto, en medio de un temporal que azotaba el mar desde el día anterior y que unas horas antes había obligado a regresar a varios navíos de guerra que zarparon con rumbo a Cartagena. Su llegada sorprendió a todos los que pensaban que habría buscado refugio en Cádiz ante las dificultades de embocar el estrecho. Entre los 38 oficiales que habían partido del puerto cubano de Cienfuegos dieciocho días antes se encontraba el Teniente de Administración Militar Antonio López. A bordo viajaban también 18 sargentos, 42 cabos y 919 soldados, incluidos la totalidad del Regimiento de Alfonso XII y bastantes familias de la oficialidad. Entre sus pasajeros 478 estaban enfermos, la mayoría de paludismo y disentería, treinta de ellos de gravedad y durante la navegación habían muerto seis soldados y un cabo, según informaría la edición de periódico vespertino La Unión Conservadora de ese día.
A pesar de que el barco venía
repleto de heridos y de lo inesperado de su aparición, subieron a bordo las
diferentes autoridades. La lista de las cuales incluyó al Gobernador Militar y
su ayudante, el Gobernador Civil y el Alcalde, ambos con su secretarios
particulares, el Comandante de Marina, los jefes de Sanidad y Administración
Militar, el teniente de carabineros que estaba de servicio esa mañana, el
Comandante de la Guardia Municipal y varias personas más, entre los que se
encontraba el Jefe de Servicios de la Compañía Trasatlántica, que había venido
de Cádiz “con el exclusivo de esperar”, y que fue el primero en subir. Todos
ellos fueron obsequiados con pastas, vinos y tabacos y se reunió a los
oficiales en el salón con la intención de leerles el telegrama de felicitación
enviado por el Regente.
Después de tres horas de espera
por fin comenzaron a bajar los primeros hombres en mitad de una lluvia
torrencial que alargó el desembarco durante más de dos horas. La vista que
había desde lo alto de la escalerilla junto al Muelle Transversal del Este era
desoladora. Un ejército de soldados abatidos se movía con lentitud por el
muelle. Más de una treintena necesitaron la ayuda de los camilleros militares
que los llevaron hasta las ambulancias y los diferentes coches dispuestos por
la Cruz Roja. A la caseta de dicha institución llegaron varias damas
pertenecientes a esa orden de caridad, acompañadas de trece enfermeros.
Los que podían valerse por sí
mismos vagaban sin saber a dónde ir, envueltos en sucios harapos, incluso
descalzos. Antonio los miraba, veía los hombres famélicos, bronceados por el
ardor de un sol tropical y era incapaz de reconocer a los jóvenes que partieron
con él a la guerra. Tampoco el ambiente que los recibía era el mismo que los
despidió tres años antes. Esta vez el encargado de darles la bienvenida era la
lluvia pertinaz y un enorme silencio. Fue abriéndose paso entre rostros
macilentos, tratando de no tropezar con ninguna muleta, con ningún cuerpo
desfallecido por el cansancio del viaje, ni con los bultos de material de
artillería y de impedimenta que habían comenzado a depositar sobre la dársena,
ya que el paquebote debía zarpar al día siguiente sin falta hacia Marsella. Su
estado de salud no le permitía caminar más deprisa, pero, tras una larga
convalecencia, por fin estaba a punto de regresar junto a su familia.
Antes de dejar atrás el puerto se
giró para ver por última vez el buque que le había traído a casa. El Chandernagor era un vapor de la naviera
francesa Compagnie Nationale du Navigation, con sede en Marsella, con la que había
cerrado un contrato la Compañía Trasatlántica para que hiciera dos viajes desde
Cuba. La goleta, que pesaba más de tres mil toneladas, había sido construida en
1882 por la empresa William Denny and Brothers Limited en la localidad escocesa
de Dumbarton, tenía dos palos y una chimenea central y contaba con una máquina
de vapor que tenía una fuerza de mil ochocientos caballos. Durante varios años
había realizado la travesía entre Nápoles y Nueva York, transportando a
emigrantes italianos, que esperaban la cuarentena en la isla de Ellis.
Chandernagor |
El barco disponía de 990 literas, según la carta manuscrita con una letra pulcra y esmerada que se adjuntaba al acuerdo, noventa y seis de ellas se repartían entre los camarotes de la primera y segunda cámara y la tercera preferente. En los sollados de tercera también se situaba la enfermería y los camarotes donde se agolpaban las 290 literas destinadas a los convalecientes y las 638 ordinarias donde dormían los sanos. El servicio de fonda y farmacia había corrido de cuenta del armador y el trato a la tropa estaba estipulado en base al reglamento de los transportes franceses.
La Trasatlántica había contratado
también los servicios de un capellán, un médico cuyo objeto había sido “la
mejor asistencia y mayor inteligencia por el idioma y el trato a los enfermos”
y dos cocineros con “el cometido a la vez de auxiliar al personal de comida
francés y dedicarse a la preparación de comidas al gusto de nuestro país”. Se
había comprado también diverso material para la realización del servicio de
transporte. Se adquirieron 4 lavabos dobles, 16 jarritos, 150 escupideras, 50
taquillas y 8 palanganas para el hospital. En cubierta contaban con 6 botes,
cada uno de ellos con 8 remos, 10 chumaceras y un achicador. El gasto destinado
al culto no había sido menor: un capilla, un confesionario, una mesa de altar y
un cajón con diferente efectos. Entre la larga lista aparecían cuatro casullas,
cada una de un color diferente, una campanilla, un misal, una caja para hostias,
un cáliz, hijuelas y varios cuadros de santos y vírgenes y crucifijos.
Habían gastado tanto dinero en
velar por las almas que descuidaron los estómagos. A pesar de haber cobrado
unos precios inflados por el transporte, la Compañía Trasatlántica hizo prevalecer
sus intereses sobre las condiciones del pasaje y convirtió el negocio de la
repatriación en un enorme beneficio. La naviera, que tenía su sede en
Barcelona, gozó del monopolio por parte del Gobierno para el transporte de las
tropas que regresaban de Cuba, enriqueciendo con ese contubernio aún más la
fortuna de su dueño que, aunque también se llamaba Antonio López, era un
antiguo esclavista sin escrúpulos y sin ninguna relación con el teniente.
Mientras éste dejaba atrás el barco no podía evitar mirar con pena a sus
compañeros y sentir cómo la tristeza siempre camina arrastrando los pies cuando
se aleja.
He utilizado y citado una parte de este texto de tu blog, para ilustrar la llegada del barco Chandernagor, en el que regresó mi abuelo repatriado de Cuba, en un folleto biográfico que escribí para regalárselo a mis familiares. Si me facilitas una dirección, con mucho gusto te lo hago llegar.
ResponderEliminarGracias por el "préstamo". Sindo Vilariño (Pontedeume)
Disculpa el retraso en mi respuesta. Estaré encantado de recibirlo y me alegro de que la información te haya sido útil. Te ruego me contactes por email a jose.m.velasco@hotmail.com y te facilito mis datos para que me lo envíes. Muchas gracias!
EliminarUtilicé parte de tu información de tu blog sobre la llegada del barco Chandernagor, en el que llegó a España repatriado de la Guerra de Cuba, mi abuelo Rosendo, para ilustrar una breve biografía que hice de su persona, editada como folleto. Si me facilitas una dirección te hago llegar un ejemplar.
ResponderEliminarGracias por tu "préstamo".
SINDO VILARIÑO (PONTEDEUME)